Hace muchos, muchos años…
Un pequeño niño azabache jugaba tranquilamente en su casa, esperaba pacientemente a su madre. Con solo cinco añitos es niño muy inteligente y su madre siempre le trae cosas lindas cuando sale a trabajar con su amiga Marcy, la verdad es que al pequeño no le agrada mucho la vampiresa que es amiga de su mami, pero no puede decir nada al respecto.
Escucho la puerta de la casa abrirse con violencia y dio un pequeño salto por el susto; por la puerta entro su madre, se le notaba furiosa y tenía sangre en el rostro, detrás de su madre entro Marcy gritando.
—¡¿Cómo pudiste ser tan imprudente?! —El pequeño niño se escondió debajo de una mesa al escuchar el grito— ¡¿En qué estabas pensando al ir a buscar a Layla?! ¡Aún no estás lista para matarla!
—¡Ya lo sé! —Respondía su madre quitándose el velo que tenía en el rostro y el pequeño noto las heridas que tenía en toda la cara— Pero ya quiero acabar con ella; ya tiene quince años.
—Sé que la odias —Comenzó a decir la vampiresa acercándose a ella lentamente—, pero tienes que pensar con la cabeza y no dejarte llevar por las emociones —Aconsejo.
—Esta bien —Gruño lavándose la cara y comenzando a curarse las heridas.
—Además —Volvió a decir Marcy—, recuerda que luego de que pariste a tu hijo quedaste muy débil —La vampiresa mira con odio al pequeño que se encuentra escondido en la mesa.
—No tienes que recordármelo todos los días —dice poniéndose en frente de la mesa protegiendo a su pequeño de la vista vampírica.
Ante esta acción la vampiresa solo asintió con la cabeza.
—Yo solo quiero lo mejor para ti, Natalia —Fue lo único que dijo antes de irse.
—Mami —Llama el pequeño por lo bajo tomando la pierna de su madre.
—Hola, mi cachorro —Le saludo con una sonrisa agachándose para cargarlo.
—¿Estás bien? —Pregunta el pequeño poniendo una mano en el rostro de su mami viendo cómo las heridas terminan de cerrarse.
—Claro que lo estoy —respondió con voz dulce—, si tengo a mi lindo hijo conmigo, nada puede salir mal —dijo intentando animar al pequeño.
—¿Vas a matar a Layla? —La voz de su hijo toma a Natalia por sorpresa.
—¿Sabes lo que es matar, Khytar? —Deja al niño en uno de los muebles y se sienta al lado de él prestando atención a sus palabras.
—No —Niega con la cabeza—, pero tu amiga Marcy siempre dice que vas a matar a Layla —explica jugando con sus manitas en un acto de nervios— ¿Qué significa «matar»?
Natalia no sabe cómo responderle esa pregunta a su hijo; en lo más profundo de su corazón aún queda un pequeño rastro de Karina, la mujer que era antes, la mujer que amaba a los niños y que protegía su inocencia. Antes de renunciar a su loba, antes de convertirse en lo que es ahora, antes de convertirse en este ser de odio y venganza, antes de todo eso, era un rayo de luz que pasaba las tardes con los niños de la manada, pero esos días nunca volverán.
—Eres muy pequeño para entender lo que eso significa —respondió a la pregunta de su hijo dándole una palmadita en la cabeza.
—¡Ya estoy grande! —Se quejo el menor— Quiero saber, ya tengo cinco años.
—Con suerte pequeño, nunca lo sabrás —Su madre sonríe un poco nerviosa.
—¿Es algo malo? —La curiosidad del pequeño era demasiada.
—Ven, vamos a jugar y luego te cuento ¿Vale? —Intento convencer al niño y le funcionó.
Pasaron el resto del día jugando y al pequeño licántropo se le olvidó la pregunta que le había hecho a su madre, por otra parte, Natalia esperaba que su hijo nunca aprendiera el significado de esa palabra. Ahora mismo ella solo se está dejando llevar por las ganas de vengarse, pero cuando juega con su hijo, el fruto de una noche desenfrenada con un licántropo, cuando ve la sonrisa de su pequeño cachorro, cuando lo ve feliz jugando, cuando lo ve disfrutando de su infancia, se pregunta si lo que está haciendo es correcto.
Se pregunta si existe la manera en que ella pueda ser igual de feliz como lo es su hijo, se pregunta si tal vez ella pudiera revertir el daño que ya ha causado, se pregunta si puede evitar los desastres que cometerá en el futuro, se pregunta si tal vez no hubiera rechazado a su Mate Alexis años atrás, si no lo hubiera hecho, tal vez ahora ella estaría en una pequeña casa con él, con su hijo, tal vez tendría un hogar.
Pero sabe que ya no hay vuelta atrás, sabe que no puede revertir el daño que hizo en el pasado, sabe que no puede evitar el daño que hará en el futuro y también sabe que sufrirá las consecuencias.
[…]
Presente.
Sus párpados estaban tan pesados, no escuchaba nada, sus sentidos estaban tan dormidos que temió conocer a la muerte, pero poco a poco comenzó a sentir, siente su cuerpo adolorido, siente la humedad en su rostro, y huele el aroma ligero a pasto; intenta mover su cuerpo, sus hombros, se remueve en el suelo.
Abre lentamente los ojos, lo primero en su visión es algo verde, pasto, está ligeramente mojado; con dificultad se sienta en el piso y luego de dar una vista panorámica reconoce el lugar y se da cuenta de dónde está.
El pasto virgen en el suelo, los grandes árboles que impiden la entrada de mucha luz solar, el casi completo silencio a su alrededor, la parcial neblina que le impide ver más allá de unos metros de distancia, el ambiente denso y ciertamente aterrador que le rodea junto con los naturales árboles de rosas.
No le cabe duda, este es…
—El Bosque Leinad —Susurra pasando sus manos por su teñido pelo rojo.
Pasa sus manos por su pelo teñido una vez más, y por acto impulsivo lleva una de sus manos al cuello donde debería estar una cadena con una pétalo de rosa chamuscado y cristalizado; se altera al no tener su collar.
—¿Qué? No ¿Dónde está? —Comienza a lanzar preguntas al aire esperando que alguien le responda y le diga la razón de porqué no tiene su collar, nunca se lo quita, y la última vez lo tenía consigo.
Se pregunta también por Marcos y Nadia, tiene tantas preguntas que no tienen respuestas. Se levanta tambaleante y decide ir a buscar a sus amigos cuando una voz familiar le detiene.
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Editado: 11.09.2022