—¡Maldición! Ni siquiera me dio tiempo de entregarte la carta y el manuscrito para que lo leas antes de publicarlo. —decía Gustavo refunfuñando —no tengo ni doce horas de haber pisado Alemania y ya debo regresar a Portugal.
—Volveremos en el futuro, lo prometo. Ahora lo único que importa es hallar a tu madre sana y salva —comentó Brígida acariciando el cabello del pianista.
—Brígida, esto puede ser peligroso para ti —habló Gustavo tomándola de las manos —¿Estás segura de regresar a Portugal?
—Este también es mi problema y si alguien debe poner fin a esto, debo ser yo. —comentó Brígida con firmeza —mi madre debe reaccionar y entender que es mi vida y yo decido con quien estar, y quiero estar contigo, no con ese demente de Joao, ¿Entendido? Sé que muchas veces dije que nunca estaría contigo, pero estaba ciega y no tenía idea de que tú eras esa clase de hombre con la que siempre soñé.
—Entonces vamos.
Allí intervino Stephen —los llevaré al aeropuerto.
Brígida no tardó en empacar, se despidió de los Muller, y con un fuerte abrazo le dijo a su prima que la quería mucho. Brígida y Gustavo regresaron a Portugal y sin descansar, fueron con las autoridades.
La poetisa decidió emitir una rueda de prensa junto a Gustavo y ambos explicaron las cosas con entera honestidad. Aunque Brígida estaba tranquila, al músico se le notaba la furia incomparable que lo poseía, pues aún no tenía indicios del paradero de su madre y en qué condiciones la tenían. Al artista le hervía la sangre y quería hacer polvo a los responsables sin importar nada, lo único que le interesaba era tener a su madre de vuelta sana y salva.
La rueda de prensa atrajo la atención de numerosos medios de comunicación. Las cámaras y los micrófonos apuntaban a Brígida y Gustavo, quienes se mantenían firmes y decididos a revelar la verdad.
Gustavo, con el rostro serio y la mirada fija en los reporteros, añadió—: Mi madre ha sido secuestrada, y estamos aquí para exigir su liberación inmediata. No descansaremos hasta que esté a salvo y los culpables sean llevados ante la justicia.
Las preguntas de los periodistas no tardaron en llegar, creando un alboroto en la sala. Brígida y Gustavo respondieron con sinceridad, cada palabra cargada de determinación. Sabían que exponer la verdad era un paso crucial para recuperar a Dilma y poner fin a las amenazas de Joao y Anarda.
La rueda de prensa había terminado, pero la atención de los medios no se desvanecía. Brígida y Gustavo se mantenían en la sala, respondiendo a preguntas adicionales de algunos periodistas. Fue entonces cuando Brígida decidió que era el momento de revelar la verdad completa.
—Hay algo más que necesito compartir —dijo Brígida, tomando un profundo respiro antes de continuar—. Durante mi relación con Joao, fui víctima de maltrato físico y emocional.
Los murmullos llenaron la sala mientras los periodistas anotaban frenéticamente cada palabra. Gustavo le apretó la mano, dándole fuerzas para continuar.
—Joao me controlaba, me manipulaba y me agredía —continuó Brígida, su voz quebrándose ligeramente—. Me sentía atrapada y sin esperanza, pero hoy estoy aquí para decir que ya no tengo miedo. No permitiré que él controle mi vida ni haga de la de Gustavo un infierno.
Los reporteros lanzaron preguntas al unísono, pero Gustavo alzó una mano para pedir silencio.
—Estamos aquí para apoyar a Brígida y buscar justicia para todos los que han sido afectados por Joao y Anarda —dijo firmemente—. Este es el primer paso para sanar y seguir adelante.
Muy lejos de allí, en casa de los Muller, en Alemania, Stephen y Renata observaban la rueda de prensa en directo. Renata no podía contener las lágrimas de orgullo al ver la valentía de su prima.
—Estoy tan orgullosa de ella —dijo Renata, apretando la mano de Stephen—. Brígida es más fuerte de lo que jamás imaginé.
Stephen asintió, su expresión grave.
—Y Gustavo también. Ha pasado por tanto desde que aceptó ayudar a Brígida. El pobre hombre ha tenido que soportar incluso difamaciones por causa de Anarda. Me perdonas, esposa mía, pero tu tía está loca.
A lo que Renata comentó con entera decepción —no tengo nada que perdonarte, has dicho la verdad. Mira todo lo que ha hecho junto a ese sujeto con tal de apresar a Brígida y perjudicar a Gustavo. Él no merece esto, y a veces siento todo el peso de la culpa recaer sobre mí, porque fui yo quien llevó a mi prima hasta su casa.
—Regresemos a Portugal, ellos nos necesitan. —propuso Stephen.
Renata miró a Stephen con determinación en sus ojos. —Tienes razón. No podemos quedarnos aquí sin hacer nada.
Stephen la abrazó con fuerza. —Empaquemos nuestras cosas. Partiremos en el primer vuelo disponible.
—Yo me encargo —dijo Renata mientras se levantaba decidida a hacer las maletas—. No podemos dejar que Brígida y Gustavo enfrenten esto solos.
Stephen la observó con admiración, reconociendo la misma valentía que había visto en Brígida durante la rueda de prensa. Aunque la situación era tensa, sintió una extraña calma al saber que podían ser de ayuda aunque fuera muy poca.
—Llamaré al aeropuerto para reservar los vuelos —dijo Stephen mientras se acercaba al teléfono de mesa—. ojalá tengamos un plan para ayudar a Gustavo y Brígida a resolver este lío.