A pesar de que la ciudad bullía de vida, lo acontecido en los últimos días era la comidilla de cada posada y tienda que había. La llegada de un considerable número de ronin, samurái sin dueño, estaba provocando que el miedo y el caos se adueñaran de la ciudad. Los responsables en Edo decidieron enviar a un grupo de personas, que se encargarían de vigilar y llevar la autoridad a la antigua capital, bajo las órdenes directas del shogunato. Esta es la historia de ese grupo de guerreros que se convirtieron en el terror y los héroes de Kyoto.
Comenzaban a abrir las primeras tiendas y poco a poco, las calles se animaban con personas que comenzaban sus quehaceres diarios. Ran era una joven que acababa de llegar a la ciudad con un grupo de viajeros que procedían de Ino, en la provincia de Shimano. La joven se había unido al grupo gracias a su padre, quien había ahorrado lo suficiente para poder pagarles y permitir que los acompañara.
El calor comenzaba a apretar aquella mañana y decidido parar cerca del rio para poder refrescarse un poco. Quizás fuera más correcto descansar en una tienda de té y tomar uno, pero no tenía suficiente dinero. Además, no quería perder el tiempo. Lo cierto es que estaba deseando llegar a casa de su tío paterno. Apenas lo conocía, ya que la última vez que lo había visto, fue cuando viajo a casa de sus padres cuando ella tenía 10 años. Ahora, se había convertido en una chica de 19 y no estaba segura de sí la reconocería. Su padre le había entregado una carta con una petición para el doctor Matsumoto. No estaba segura de lo que le esperaba en Kyoto, pero lo cierto es que, seguro que sería mejor que en Ino, donde cada vez era más difícil poder vivir con tranquilidad. Las revueltas que se estaban produciendo por todo el país habían llegado hasta allí. Metió las manos en el agua y se refresco la cara. No quería pensar en eso.
Le llego el ruido de alboroto y levanto la cabeza para observar a un grupo de personas que estaban situadas encima del puente. Miraban hacia uno de los lados y sacudían la cabeza con desaprobación. La joven siguió sus miradas para ver aparecer a un grupo de hombres armados. Se trataba de cuatro hombres que vestían ropa raídas y estaban completamente despeinados. Algunos curiosos retrocedían cuando pasaban a su lado, llevándose las manos a la nariz. Los hombres se dirigieron a dos geishas, que estaban disfrutando de las vistas desde el puente. Cuando una de ellas se dio cuenta e intento avisar a las demás, fue demasiado tarde. Las habían rodeado y la gente a su alrededor se había apartado. Cuando Ran subió al puente, comprendió el motivo por el cual la gente se alejaba al paso de los ronin. El olor a alcohol era tan fuerte que flotaba en el aire.
Ran sintió lastima por ambas mujeres, que intentaban huir sin éxito. Los ronin habían cerrado más el circulo a su alrededor y ellas, temblorosas, se sujetaban las manos.
No les dio tiempo a decir nada más. Fueron agarradas por las muñecas y arrastradas hacia el final del puente. Las geishas rogaban perdón y pedían que las soltaran, pero nadie atendía a sus ruegos. Ran no podía culparlos por tener miedo. Veía como algunos apretaban los puños con frustración, pero sabían que si intervenían se jugaban la vida. Las geishas se revolvían para huir cuando llegaron la final del puente, pero solo consiguieron que el agarre se hiciera más intenso.
Ran estaba intentando mantener la calma para no girarse y enfrentarse a ellos. Sabía que estaba mal, que no estaba bien visto que una chica levantara la voz o se enfrentara a los hombres. Eso ya le había causado problemas en el pasado. Además, aquello era Kyoto y acababa de llegar, pero…
Una voz provoco una exclamación entre la multitud. Ran se giró para descubrir a un joven castaño que llevaba un pañuelo verde alrededor de su cabeza. Era una persona bastante corpulenta, que causo admiración entre las mujeres que había a su alrededor. A su lado se encontraban otros dos jóvenes, ambos con el pelo largo, pero uno era castaño y el otro pelirrojo.
Editado: 02.08.2020