— ¿Puedes cerrar el pico?
La madre de Annabel conducía con la vista al frente. Era un día hermoso, según Helen Hale, que intentaba animar a su hija. Annabel gruñó cruzándose de brazos, mientras las pequeñas gotas de lluvia se deslizaban sobre la ventana. Lo que Helen no sabía era que, no importaba cuantas veces le dijera a Anna que todo iría bien, Anna no le creería. En el asiento trasero yacía Catherine durmiendo.
— Me podría haber quedado con papá. — mentía.
Helen soltó una carcajada. Lo cierto era que Anna, hacía años que no cruzaba voluntariamente, una palabra con su padre. Ni ella misma se creía su mentira.
— Por Dios, Anna. Como si toleraras a tu padre. —dijo la castaña.
Anna rodó los ojos.
— Él tiene la culpa. — dijo sin quitar la vista de la ventana.
Sin duda ese ya no era su pequeño pueblo en Oregón. Anna sintió una extraña pulsada de dolor, extrañaría hogar, a Sebastian y a los abuelos. Añoraría con fervor el sol y el calor.
— ¿Por qué? Porque…
——… Porque vive con su nueva y perfecta familia. — terminó por Helen. —Lo sé, mamá. Lo sé.
Helen apretó las manos contra el volate, soltando un suspiro exasperado. Anna podía acabar con la paciencia de cualquiera si se lo proponía. En defensa de Anna, ella no quería irse de su pueblo, no quería estar una estúpida mejor escuela, alejada de Bash y de su tranquila vida. El silencio dentro del coche duró menos de lo que Helen hubiera querido.
— Ni siquiera te importó que dejara a mis amigos. — refunfuñó la rubia.
— ¡Oh cielo santo! Como si tuvieras amigos, Annabel. — ladró Helen, medio harta de discutir con Anna.
Anna le lanzó una mirada frustrada, se cruzó de brazos. Muy en sus adentros, Anna sabía que su madre decía la verdad. Carecía de amigos. No había gozado de popularidad en su antigua escuela, pasaba desapercibida, sin pena ni gloria. El único amigo que Anna tuvo fue Sebastian; un amable y estudioso chico, una rata de biblioteca dirían algunos. Pero Anna, amaba a Bash como si fuera su hermano perdido. Todos en la familia de Anna pronosticaban que Bash terminaría siendo su novio, al parecer se equivocaron. Sin embargo, Anna jamás llegó a sentir ese tipo de amor hacia Bash y esperaba que también fuera reciproco.
Helen les había organizado una maravillosa fiesta de despedida a sus hijas, idea que por supuesto no le agradó a Anna. Su madre les pidió a Catherine y Anna, que invitaran a sus amigos. Por supuesto Anna solo invitó a Sebastian, que llegó temprano con su adorable suéter café y pantalones rectos con un enorme tazón de guacamole que su madre se había molestado en preparar. Por otro lado, Catherine, invitó a todos los chicos de su grado. La fiesta le pareció aburrida a Anna. Toda la noche se la pasó en el tejado con los pies meciéndose, charlando con Bash, mientras escuchaban música y reían fuerte. Anna, sentía como si su madre le estuviera arranchando una pierna o un brazo si la alejaba de Bash.
— ¡Pueden callarse! —Catherine ladró desde los asientos traseros. Llevaba la mayor parte del viaje dormida, tratando de ignorar a su madre.
—Preferiría haberme quedado con papá… — mintió.
Helen bufó exasperada, aunque sabía muy bien que Anna no lo decía en serio.
—Pensé que odiabas a Dallas. —replicó Helen, con las manos sobre el volante.
Tenía razón. No era que Anna odiara a Dallas, si no, que prefería guardar su distancia y no interferir con su nefasto hermanastro. Dallas, la hacía quedar mal con su padre cada vez que intentaba convivir con su nueva familia.
— No lo soporto. —le corrigió a su madre. —Pero preferiría soportar las estúpidas bromas de Dallas antes que irme a vivir a una ciudad que no conozco.
—Ya hemos hablado de esto. —dijo cansada. — Quiero que perdones a tu padre, que convivas con él y no discutas cada vez que te habla. No que te quedes con él solo porque no te queda de otra.
Anna refunfuñó nuevamente. Centró su vista, recordando que a su madre le habían ascendido de puesto y por ello, tendría que mudarse y vivir en la ciudad. Desde luego que a Anna, no le agradaba la idea, pero de todos modos lo hacía por su madre. La destrozaba la idea de dejar a Bash, su casa en el lago, su antigua escuela y a sus abuelos. Prefería la paz y calma de su pueblo antes que la locura y el desorden de la ciudad. Se cruzó de brazos, sin ganas de seguir discutiendo algo que no podía cambiar.
A lo lejos, ya se podían ver los edificios de Pennsylvania. Anna tragó saliva, sintiendo una espina de terror. Este ya no era el campo donde había crecido. Helen se encontraba feliz y a Anna, no le quedaba de otra que acostumbrarse y ser feliz por su madre.
La rubia no se podía quejar, su nuevo departamento era muchísimo mejor que su antigua casa. Helen aparcó en el estacionamiento exclusivo para residentes. El camión de la mudanza llegó solo un par de segundos después. Descargamos algunas cajas del coche y entramos.
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Editado: 29.07.2019