Hasta la eternidad

Octavo acto

No hay nadie a mi lado cuando me despierto. Giro mi cuerpo y me topo con un pedazo de papel de baño escrito:

He salido, no te muevas de ahí.”

La puerta se abre en ese momento. Tyler entra con un refresco y un paquete de galletitas saldas.

—Lo siento, era lo único que había —dice entregándomelo.

—Gracias. —La abro antes de darle un sorbo—. ¿Qué hora es?

—Las cinco y media de la mañana. Escucha, tenemos que cambiar de coche —indica observándome desde una silla frente a la cama.

—¿Por qué? —Me alarmo—. ¿Nos han encontrado?

—No, nadie nos sigue, Devon —aclara—. Pero no podemos arriesgarnos, es mejor hacerlo ahora que todavía es de noche. Y en vista de que ninguno de los dos somos capaces de pegar ojo, no vamos a seguir aquí ni un minuto más.

—¿De dónde vamos a sacar otro coche? —pregunto.

—Yo me ocuparé, vístete y en seguida vuelvo.

—No irás a robarlo. —Sostiene mi mirada un par de segundos y se marcha sin responder.

Corro para asomarme a la ventana, pero apenas alcanzo a ver cómo dobla la esquina y desaparece. ¿Cómo narices vamos a mover el cadáver de un maletero a otro?




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