Me apresuré a cerrar la puerta del sótano con llave. Seguía mareada. Saqué una soda del refri y tomé un largo trago, sintiendo que necesitaba azúcar.
—¿Estás bien? —preguntó la tablet.
—Sí, sí, sólo preciso un momento —murmuré—. Y un té.
—Valeriana —dijo el teléfono.
—Buena idea.
Cinco minutos después traje mi tazón a la mesa, con el teléfono offline a un lado, y al otro la tablet con las dos apps abiertas. Nos demoramos allí hasta la hora de la cena, hablando de lo que acababa de pasar allá abajo. Tipear aún les demandaba mucho tiempo y energía, de modo que Edward y Lizzie se turnaban con el TTS, Joseph utilizaba la app para hablar y Ann mi teléfono.
Lo que Edward observara en esos breves minutos me dejó boquiabierta.
Ante todo, ahora que había visto a la sombra más de cerca, coincidía en que no era un demonio del infierno. Para sus ojos sobrenaturales, tenía forma humanoide pero se movía en cuatro patas, como un oso pardo, más o menos del mismo tamaño, con pálidos ojos grises. Habíamos confirmado que entendía lo que le decía, pero Edward no sabía si estaba demasiado débil para hablar, era incapaz de comunicarse verbalmente o simplemente no le interesaba.
A pesar de todo, Edward había logrado percibir un atisbo de sus emociones, sentimientos, lo que fuera que tuviera. Ver que sabíamos que estaba allí, y que Edward y yo estábamos juntos, había asustado a la sombra, que creía que habíamos bajado a matarla. Mi actitud amigable la había desconcertado, pero sólo por un momento. Tan pronto vio que yo simpatizaba con su situación, intentó aprovecharse de mí. Edward no estaba seguro cómo lo había hecho sin siquiera tocarme, pero de alguna forma había manipulado mis emociones, haciéndome sentir esa profunda pena. Lo más llamativo era que había hecho visible mi tristeza, y por eso Edward había podido advertir qué hacía.
—La usó de alimento —explicó Edward—. Por eso te dije que te marcharas.
—¿Por qué tristeza? ¿Para tener un aliado? —pregunté con genuina curiosidad.
—Creo que está demasiado débil para provocarte miedo o furia.
—Entonces también se alimenta de pena —terció Joseph.
—Sí
—¡Oh, ya comprendo! ¡Por eso me sentía tan mareada! ¡Se chupó mi energía!
—Ese momento de tristeza le dio fuerza suficiente para intentar pegarse a ti.
—Oh. Tú la detuviste, ¿verdad?
—Sí.
—Oí cuando ocurría. ¿Qué estaba haciendo cuando subiste?
—Regresó al rincón. Ya no se arrastraba. Caminaba en cuatro patas.
—¿La energía de ese momento de tristeza la fortaleció?
—Está tan débil que todo ayuda.
—Dios, me rompe el corazón.
—Controla tus sentimientos, niña. Se te pegará si se lo permites.
Sonreí cuando me llamó niña. Por supuesto que el distinguido caballero de 150 años de edad me veía así, por muy adulta que me sintiera. Y al instante siguiente fruncí el ceño. Háblame de humor cambiante.
—¿Cómo es que aún está aquí? ¿Nunca intentó escaparse?
—Sabe que no la dejaríamos salir —respondió Joseph.
Acabé reconociendo que tenían razón y necesitábamos ayuda externa. Alguien que pudiera descubrir la naturaleza de esta entidad y ayudarnos a sacarla de la casa. Pero no podía ir por el pueblo preguntando por médiums, brujas o lo que fuera, y alimentar los rumores que corrían sobre la mansión. Sabía que los Blotter detestaban la reputación que Brandon Price le diera a su hogar, y yo con ellos. Así que sólo podía cumplir mi promesa y esperar ayuda, ya fuera de Price o de Trisha.
Esa medianoche me despertaron los golpes. Precisé un minuto para comprender qué sucedía, a pesar de que el origen de los ruidos resultaba obvio. Me levanté y dejé mi habitación teléfono en mano, frotándome los ojos y gruñendo por lo bajo. Por suerte tenía dos tramos de escaleras para que se me despejara la cabeza.
Ya no estaba asustada: estaba enojada. Era como tener un perro sanbernardo adentro ladrándole a los árboles del jardín. Eso me recordó una de las primeras novelas de Stephen King y la comparación me hizo reír. Lo mejor que me podía pasar en ese momento.
Cuando alcancé el primer piso, oí pasos firmes que venían del salón norte, y la pelotita en la mesa de la cocina destelló apenas prendí la luz. Me alegró ver que me había olvidado la tablet cargando sobre la mesa.
El golpe siguiente reverberó a través del suelo. —¿Qué hace ahora?
—Creo que intenta escapar.
Había visto que Mike guardaba herramientas bajo la mesada, así que me agaché a buscar una linterna, porque la de mi teléfono no me parecía suficiente para bajar al sótano de noche.
—¿Qué haces? —preguntó Ann.
—Intentaré liberarlo.
—¿Qué? —preguntaron los dos aparatos a la vez.
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Editado: 22.07.2023