Apreté el paso, dejando atrás a Amy, y llegué al trote al fin del sendero. Una camioneta negra último modelo se había detenido detrás del auto de la médium con el motor en marcha, y Mike se acercaba hacia el hombre que se apeaba del asiento del acompañante. Sólo alcancé a ver que era alto, vestido todo de negro con ropa suelta. Salí del bosque al jardín y agité una mano en alto.
—¡Está bien, Mike! ¡Aquí estoy!
Mike se detuvo pero permaneció allí, como para cerciorarse que yo no corría peligro. Brandon Price miró hacia atrás y giró para rodear la camioneta hacia mí. Me disponía a ir a su encuentro cuando Amy salió del bosque y me sujetó el brazo, deteniéndome.
—No te acerques, Fran. Este hombre trae al menos media docena de parásitos pegados —me advirtió, observándolo con fijeza.
—Joseph me protegerá —respondí soltándome.
Brandon Price me esperaba junto al vehículo. Como siempre, su cara apenas se veía tras los lentes y bajo la barba y la gorra. Permaneció allí, los pies separados y las manos en los bolsillos, como un pandillero buscando pelea.
Me aproximé preguntándome qué diablos hacía allí, sin siquiera escribirme antes. Noté que mi corazón latía con más fuerza que la necesaria. Hablar con él por teléfono era una cosa, pero se veía intimidante en persona. Detrás de mí, Amy dio un largo rodeo para cruzar el jardín manteniendo al menos treinta metros de distancia con la camioneta.
—¿Señor Price?
Mike me oyó decir el nombre del desconocido y regresó a su casa, aunque no entró, sino que permaneció en la puerta con las manos en las caderas, como preparado para acudir al rescate.
—Fran Garner —dijo Price con un breve cabeceo de saludo—. ¿Tienes un minuto?
Sí, definitivamente intimidante, pero que me escaldaran si se lo demostraba.
—Por supuesto, aunque me temo que no puedo invitarlo a entrar.
La puerta principal de la mansión se cerró de un golpe, sobresaltándolo. Su segundón, que permaneciera tras el volante, asomó la cabeza rasurada por la ventanilla.
—¿Viste eso, hermano? —exclamó señalando la puerta.
Mierda, hablaba a los gritos aunque no estuviera en cámara. Price asintió, estudiando a Amy al pie de los escalones del porche. ¿Acaso creía que ella lo había hecho? Volvió a enfrentarme, sosteniendo mi mirada por un instante antes de desviar la vista más allá de mí primero, luego a su alrededor. Mike aún observaba desde su puerta, Amy desde el porche, su segundón desde la camioneta.
—¿Hay algún lugar donde podamos hablar a solas? —preguntó bajando la voz.
No iba a explicarle que no iría a ningún lado con él sin Joseph porque estaba cubierto de parásitos demoníacos, que en cualquier momento podían decidir que yo era un bocadillo más atractivo. Así que me limité a asentir y le hice gesto de que me siguiera por el sendero.
—Lamento no haberte anticipado que venía —dijo apenas unos arbustos nos ocultaron el jardín—. Estamos filmando en Worcester y se me ocurrió correrme hasta aquí.
Sonaba grave y serio como su voz de narrador en sus episodios. Y mantenía la vista baja, como evitando mis ojos.
—Lo que me mostraste la otra noche fue perturbador. Intenté contactar a la psíquica que me ayudó, pero me han dicho que murió hace un par de años.
—¿Era psíquica o era también bruja? —pregunté con mis mejores modales.
Mis palabras parecieron confundirlo, y se detuvo bajo un pino para enfrentarme interrogante. Le expliqué lo que Amy me había dicho del ritual que realizaran en el sótano, lo cual pareció confundirlo aún más.
—¿Insinúas que era magia negra? —preguntó en voz baja, como si tuviera miedo de sus propias palabras.
—No lo sé. Lo siento, eso es lo que me dijo. —Opté por no decirle que la mujer que acababa de esquivarlo de forma tan evidente era la médium que había mencionado, porque hubiera querido hablar con ella y saltaba a la vista que Amy se negaría de plano.
Desvió la vista gruñendo algo por lo bajo, y antes que pudiera preguntarle si recordaba algo del ritual, su expresión se contrajo en una mueca de dolor y hundió la cabeza entre sus hombros, llevando ambas manos a sus sienes.
—¿Se encuentra bien? —pregunté con aprensión.
Meneó la cabeza cerrando los ojos con fuerza. —Es esta maldita migraña. Me está matando y olvidé mi medicina en el hotel. —Se obligó a bajar una mano y sacar algo de su bolsillo—. Vine por esto —agregó, tendiéndome un objeto pequeño.
Reconocí el pendiente en la palma de su mano.
—¿Éste es…?
Se las compuso para asentir, volviendo a presionarse las sienes. —Sí. Ella me lo dio. Se me ocurrió que podía servirte de algo. —Logró abrir un poco los ojos para mirar hacia la mansión—. Lo siento, tengo que irme.
Acepté el pendiente, y al tocar su mano, de pronto sentí lo que sentía al tratar con Kujo. No me detuve a pensarlo y cerré mi mano en torno a la suya. Ahora sí que abrió bien los ojos, sorprendido.
—Gracias, señor Price —sonreí, soltándolo.
—Olvídalo —gruñó, dio media vuelta y se apresuró de regreso hacia el jardín.
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Editado: 22.07.2023