Huelga decir que Susan todavía no se había ido cuando regresamos a la mansión, riendo y hablando de la hora que pasáramos en la casa de huéspedes. Insistió en servirnos la cena mientras nos duchábamos, y casi tuve que sacarla a rastras para que nos dejara tranquilas.
Apenas terminé de comer, bajé al sótano a ver cómo estaba Kujo. No sabía por qué, pero sentía la necesidad de cerciorarme que estaba bien.
—¿Todavía huelo a salvia?
—Apestas.
—¡Serás desconsiderado! —protesté riendo.
Joseph seguía allí y me demoré con ellos, contándoles cómo había ido la limpieza. Cuando volví a subir, me di cuenta que no me sentía cansada en absoluto, sino bien despierta, como para pasar toda la noche en vela.
Amy y Trisha seguían en la cocina, mirando la televisión, y Amy asintió sonriendo cuando comenté cómo me sentía.
—¿Qué me has hecho, Amy Taylor? —inquirí ceñuda.
—Cuando realizas una limpieza, canalizas energía a través del chacra en tu coronilla, que toma energía de arriba, limpia y sanadora. Es como un subidón de azúcar.
—¿Podré volver a dormir alguna vez?
—Claro que sí. Se pasará en un par de horas.
Un par bien largo de horas. Cuando mis amigas se fueron a dormir, me encaminé al estudio con un té y un par de mantecados, con serias intenciones de actualizar mi diario antes de olvidar ciertos detalles que quería anotar.
Apenas había llegado al arribo de los Cazadores cuando vibró mi teléfono. ¿Quién podía escribirme a medianoche? Sí, bien, adivinen quién.
“¿Eres tú en el tercer piso?”
Y yo me quejaba de las manías controladoras de Susan. Meneé la cabeza, sintiéndome un poco molesta, un poco halagada y un poco curiosa. Ya me conocen: claridad de sentimientos ante todo.
“Creí que estaban durmiendo.”
“Acabo de despertarme. Listo para la batalla. Oye, olvidamos firmar los papeles. Pensaba ponerme a editar, pero no puedo hacer una mierda sin tu autorización.”
Ja. Ahí estaba el príncipe Cazador. No daba puntada sin hilo.
“¿Podemos dejarlo para mañana?”
“Si no puedo trabajar, tienes que venir al lago conmigo.”
¿Qué carajos? “¿Miedo de perderse? Son sólo cien metros.”
“Dame el gusto. Luna llena. Apuesto que la vista es buena.”
“¡Es tarde y hace frío!”
“Te quejas como una anciana.”
¡Mierda! No sabía cómo seguir negándome, básicamente porque no quería seguir negándome. Me imaginaba que debía traerse algo en mente, pero no me importaba. Suspiré, deplorando tener tan poco carácter.
“Bajo en cinco.”
Así que me abrigué para salir al frío de la noche, bajé de puntillas y me escabullí por la puerta trasera.
Me esperaba en medio del jardín, a distancia segura de la mansión. Vestido de negro como siempre, me recordó algo que había escuchado en más de un video de cazafantasmas: una sombra más oscura que la oscuridad que la rodeaba. Ése era Brandon Price bajo las estrellas, antes que la luna llena se alzara sobre el bosque. No era precisamente una figura a la que dieran ganas de acercarse en esa noche gélida. Al menos había reemplazado su gorra por un gorro de lana, lo cual me permitiría ver como dos centímetros más de su cara en sombras.
Para mi sorpresa, me mostró dos cervezas en su mano enguantada y me tendió la otra. Sentí que me ponía en guardia instintivamente. No porque lo creyera capaz de hacerme ningún daño, sino porque nada de esto se ajustaba a la imagen mental de él que venía formándome desde que habláramos por primera vez.
Le permití tomarme la mano y llevarme sin prisa hacia el sendero del Quabbin. Curioso: ahora que llevaba guantes, no parecía tener ningún problema en tocarme. Pero no podía tener fobia al contacto directo, o no hubiera tolerado la limpieza. Mierda que era un tipo raro.
No sé por qué, pero bajamos por el sendero con nuestros brazos rozándose, como si las sombras del bosque nos hicieran caminar más juntos de lo necesario.
—No creí que aceptarías acompañarme —dijo sin alzar la voz, dirigiéndome una sonrisa fugaz.
—Yo tampoco —respondí antes que pudiera darme cuenta.
Reímos por lo bajo, y él se disponía a decir algo más cuando una ramilla se quebró detrás nuestro. Se detuvo abruptamente y giró, soltándome para sacar su teléfono. Era obvio que su linterna no mostraría a nadie siguiéndonos. Notando lo tenso que parecía, le toqué el brazo.
—Está bien, es Edward.
Se volvió hacia mí interrogante. —¿Uno de los fantasmas? ¿Por qué? ¿No te dejan salir sola de noche?
La respuesta no iba a ser de su agrado. —Sólo mantiene vigilados sus parásitos —dije con cuanta suavidad pude—. Tal como Joseph vigila a Kujo. No puede culparlos por no confiar en esos bichos.
Sostuvo mi mirada ofendido, luego se encogió de hombros. —Imagino que tienes razón — gruñó. Guardó el teléfono y volvió a tomarme de la mano.
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Editado: 22.07.2023