Me despertó la voz más dulce que hubiera oído en mi vida, susurrando mi nombre. Pestañeé varias veces antes de abrir realmente los ojos, sintiendo el roce suave de unos dedos apartando el cabello de mi cara. Afuera estaba oscuro, y el resplandor de mi lámpara de noche me mostró a Brandon acuclillado junto a la cama, sin gorra, la cabeza ladeada para mirarme a los ojos, una de sus sonrisas cálidas iluminando su cara.
*Memo: quería despertarme así todos los días por el resto de mi vida.
—¿Cómo te sientes? —susurró, como si quisiera despertar también a la legión de mariposas infernales en mi estómago.
Fruncí el ceño y me rasqué la cabeza, porque ésa soy yo, la más sexy del condado.
—Bien —murmuré, y descubrí que mi mano había bajado a apoyarse en su mejilla—. ¿Y tú?
—Podría dormir una semana más, especialmente como esta tarde. —Su guiño me hizo enrojecer a la velocidad de la luz—. Pero aún no terminamos. ¿Lista para el último esfuerzo?
—¡Kujo! —exclamé, apartando el edredón a puntapiés.
Rió suavemente y me ayudó a salir de la cama. Abrí el ropero y me puse lo primero que hallé, que por supuesto que era mi viejo sweater gordo de cuello alto y mis tenis. Claro, ¿por qué no lucir como un saco de patatas? No que tuviera ahí a dos pasos a un galán maduro condenadamente atractivo, ¿no?
Me estremecí de pies a cabeza cuando me ayudó a bajarme el sweater y sacó mi cabello del grueso cuello.
—Ahí estás —sonrió con esa dulzura que me mataba, y me tendió la mano—. ¿Vamos?
A pesar de no llevar guantes, sus dedos se entrelazaron con los míos para dejar el dormitorio. Cien escalofríos más y contando. Su piel estaba fresca, no afiebrada como esa mañana, y a pesar de que vestía sus típicos cargos y sudadera negros, vi que debajo llevaba la camiseta del dragón.
La mansión estaba inusitadamente silenciosa, y cuando cruzamos la cocina, vi lo que parecía la luz de una linterna en el primer piso de la casa de huéspedes.
—Los gusanos siguen escabulléndose por toda la casa —terció Brandon—. Tu amiga Trisha está allí para que el casero se pueda ir a su casa y vigilar que no prendan otro fuego.
—Oh, sí. Amy dijo algo de dejar que Kujo se encargue de ellos.
—Sí, al parecer cree que pueden darle órdenes al demonio para que vaya donde ustedes quieran.
Sus palabras me hicieron detenerlo junto a la puerta del sótano.
—¿Has bajado ya?
—No. Me despertaron hace sólo veinte minutos.
—Entonces déjame bajar primero.
Soltó mi mano y me indicó que me adelantara. Bajé a toda prisa, ansiosa y excitada como si no hubiera estado allí en todo un año.
—Fran —dijo mi teléfono apenas entré al sótano.
—¡Mi muchacho! —exclamé, corriendo a arrodillarme ante el rincón con una mano en alto.
—Fran bien —dijo Kujo tocando mi mano.
—¡Sí, sí! Pero estaba agotada y me dormí allá arriba. ¿Cómo estás tú? ¿Listo para lo que estamos por hacer?
Una tosecita a mi derecha me hizo alzar la vista. Encontré a Amy allí, vistiendo su túnica blanca y sosteniendo un libraco viejo y gordo. Isaac estaba a pocos pasos, tras una de las tres cámaras que había montado rodeando el rincón, como hiciéramos el día anterior. Un semicírculo de velas pequeñas comenzaba en el extremo de la caldera, curvándose para alejarse del rincón y terminar en la pared de la izquierda. No me había tropezado con ellas por pura casualidad.
—Oh, hola, amigos. ¿Entonces está todo preparado? —Volví a enfrentar el rincón—. ¿Estás listo? ¿Puedo traer a Brandon?
—¿Brandon loco?
—No, mi muchacho. Está limpio y en sus cabales, esperando para liberarte.
—Trae Brandon.
La ansiedad se había esfumado y ahora sólo quedaba el entusiasmo. Así que hundí la cabeza en las pocas sombras que las velas no ahuyentaran. El calor me rozó apenas la frente.
—Fran lastimada. Kujo cuidado.
—Claro que sí. Nadie me cuida como tú. —Me incorporé lanzándole una mirada ofendida a Amy. Tras la cámara, Isaac celebraba la inteligencia de Kujo—. ¡Y lo llaman demonio!
Me dirigía de regreso a la escalera cuando Isaac dijo: —Oye, Fran, dame una entrada que me sirva. Porque llegar corriendo a abrazar al monstruo oscuro no sirve para televisión.
—Vete a la mierda, Isaac.
—Si alguien dudaba que ya está bien —terció Amy con su habitual mezcla de divertida y exasperada.
Brandon esperaba a mitad de camino en la escalera. Fue mi turno de tenderle la mano yo a él.
—¿Están seguras que esa cosa no me va a atacar como la otra noche?
—Mientras te portes bien conmigo, estás a salvo —respondí, haciéndolo reír.
Lo dejé bajar primero, siguiéndolo de cerca, nuestras manos juntas. Dio un paso dentro del sótano y se detuvo, así que me detuve también, pegándome a su costado. Bajó la vista hacia mí y sostuve su mirada, presionando sus dedos. Una parte de mi mente ya se imaginaba su narración con voz solemne, explicando que yo estaba aterrorizada y precisaba que él me ayudara a enfrentar al monstruo, que él estaba por hacerme el favor de eliminar. Como si me importara.
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Editado: 22.07.2023