El señor Anderson me mandó recoger algo. ¿Pero qué era? Su boca con labios de gusanos se movió y dijo que fuera al laboratorio a por ello. ¿Cómo no pude acordarme?
Entré de todas formas. Llevaba puesta la misma camiseta con el logotipo de Queen. Me topé de bruces con el dibujo de la vagina hiperrealista de nuevo sobre la pantalla del proyector. Me reí igual que la primera vez, yo juraría que lo habían borrado, aunque mal. De pronto, un silbido cortó el aire y un hacha salió disparada. Acabó clavada en el dibujo. Ay, sentí un pellizco y muy profundo entre las piernas.
«Vale, debe ser un sueño porque los dibujos no sangran».
Un río rojo empezaba a fluir de la vagina hiperrealista, justo donde estaba el hacha hundida. Me giré para ver al responsable de semejante masacre vaginal.
—Evans —me llamó Will... Disfrazado de vikingo.
Se me desencajó la mandíbula, escaneando de abajo arriba su cuerpo. Llevaba botas y pantalones marrones. Una camisa blanca bastante amplia, entallada por un cinturón de cuero con placas de bronce a modo de decoración. Por encima, tenía una capa de piel que debía estar asándole vivo y un casco con cuernos que cubría tanto la cabeza como la nariz. Ahora sé que los vikingos no llevaban cuernos, pero antes sí lo creía, así que supongo que por eso los traía puestos.
—¿Qué haces aquí? —pregunté aún impactada y me senté en el escritorio, necesitaba un momento para procesar semejante imagen.
—Anderson me dijo que estabas aquí —respondió mi versión poco acertada de los piratas nórdicos y se acercó con los ojos puestos en mí.
¿El señor Anderson hizo de casamentero? Curioso cuanto menos, aunque no era lo más raro que había pasado.
Will se quitó el casco anacrónico y lo dejó sobre una de las mesas. Su cabello rojo estaba mucho más largo y trenzado. Me fijé en que llevaba pintura negra en el rostro, formando una línea gruesa de oscuridad en la zona de los ojos y unas cuantas verticales que parecían sangre justo en los pómulos. El maquillaje era sucio, con un toque marino y antiguo que mostraba rudeza y un poco de terror. Parecía que acababa de asesinar a un lobo y utilizó la sangre para un rito pagano. Miau.
—¿A mí? ¿Por qué?
—Tuve ganas de verte.
—¿Y así vestido? ¿No tienes calor?
—Siempre puedo desnudarme. —Había un brillo de burla en sus ojos.
Mostró su afilada, ladeada y cautivadora sonrisa, capaz de causar humedades en cualquier chica. Se deshizo del nudo de la capa de pelo, esta cayó por sus hombros hasta llegar al suelo.
—¿Qué pretendes? —Mi voz era un murmullo, no entendía por qué susurraba si solo estábamos él y yo.
—Hace más calor de lo que pensaba, ¿no crees? —Llevó las manos hasta el cuello de su camisa y tiró de ella para quitársela. Dejó a la vista su escultural torso ,sin ninguna cicatriz mancillándolo.
Amé esa expresión atrevida y sensual, cada centímetro de su cuerpo parecía esculpido por un dios, seguramente el de la lujuria. Mis ojos lo devoraban sin escrúpulos. Clavé las uñas en la madera del escritorio cuando dio otro paso en mi dirección.
—Oye, esto es muy raro... Yo me voy a clase. —Iba a bajarme, pero él puso la mano en una de mis rodillas y lo mismo en la otra para separarlas.
Su contacto causó cierto efecto en mí, dejándome inmóvil. La tela de la media era tan fina como una pestaña. Entonces, se colocó entre mis piernas y sus manos subieron por mis muslos, acariciando mi piel.
—¿Qué pasa, Aurora? —Escucharle decir mi nombre me provocaba inexplicables escalofríos, afianzó las manos en la parte baja de mi espalda y hundió los dedos en mi columna—. Estás totalmente sonrojada.
Su agarre era firme y me quedé en el sitio, muda. Solo podía pensar en su tacto y en la vergüenza que me invadía. Traté de bajar la vista, pero me sostuvo el mentón con fuerza.
—Así no tienes excusa para no mirarme a la cara.
Will tenía una expresión altiva, viéndome hipnotizada por su físico imponente y el atrayente tono de su voz grave. Su rostro se encontraba a unos centímetros del mío. Me sentía vulnerable y expuesta en esa posición. Le miré la boca, esa que había besado varias veces, pero siempre delante de otros. En ese momento, estábamos solos y se acercaba más hasta casi tocarme. No debíamos hacer esto. Entonces... ¿Por qué yo tampoco podía dejar de disfrutar con aquellas caricias tan ardientes e inesperadas?
—Déjate llevar. —Su aliento de menta era delicioso.
Cerré los ojos antes de sentir el roce de sus cálidos y suaves labios.
«¿Y por qué no?» .
Tenía a un hijo de Odín entre las piernas, no iba a desaprovechar esa fantasía inconsciente. Entreabrió la boca e imité su gesto. Sentí el calor que emanaba. Los niveles de dopamina y endorfinas me inundaron el cerebro. Tomé la decisión de rodear su cintura con las piernas. Jadeé al sentir cómo él recorría los costados de mi cuerpo, me ardía cada parte que tocaba.
—Solo pienso en ti y en hacerte mía. —Sus labios entreabiertos se movían contra los míos.
Le besé de vuelta con agitación. Necesitaba hacerlo, tener su boca sobre la mía igual que beber agua tras una maratón. Yo temblaba de una manera penosa. Él me estrechó con más fuerza, hasta que un calor abrumador me consumió. Hundí una mano en su cabello trenzado y la otra fue bajando por su pecho, liso y sin muescas. Él soltó un gruñido que quise grabar para la posteridad.
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Editado: 25.09.2023