«Vamos a hacer el amor», recordé las palabras de Peter antes de entrar en su dormitorio.
Mi mente calculó la distancia entre hacer el amor y follar. Un escalofrío me recorrió la columna con el recuerdo de él enroscado a mi alrededor cuando terminó. Yo estaba pegajosa por el sudor y con la piel en carne viva. Los momentos oscuros de mi primera vez poco o nada tenían que ver con esa noche. Enseguida, me obligué a mí misma a dejar de pensar en el pasado.
Descubrí varias cosas sobre Will: le encantaban mis pecas, me besó cada una como si las contara con los labios; prefería no apresurar nada, dedicó mucho tiempo en hacerme gemir y arquear la espalda contra el colchón, y no le gustaba que tocara las cicatrices. Eso último ya lo sospechaba, pero mis pensamientos adquirieron más peso en mi cabeza sobre la almohada.
Mi pecho se agitaba arriba y abajo, intentando recuperar el aliento. Aún me sacudía por los temblores y el estado de euforia. Apenas me di cuenta de que Will se tumbó a mi lado. Se apoyó sobre un codo y me palmeó el vientre.
Él rio por lo bajo.
—Te dejaré un minuto para que te repongas.
Le imité y me puse de costado. Vi un brillo de afecto en sus ojos mientras me estrechaba entre sus brazos y empezó a besarme el cuello. Estaba cerca de mi límite físico.
No sabía por qué me sentía tan vergonzosa en ese momento. Me acababa de ver en el estado más vulnerable, algo que nadie logró provocarme y eso me daba un poco de miedo. Sentía la necesidad de protegerme a mí misma
—¿Me dejas ropa para dormir, por favor? —pregunté, mi voz aún se escuchaba alterada.
Me sentí tan intimidada que me cubrí con la sábana. No quería alejarme tan rápido ni perder su calor, pero dormir desnuda no era una opción y estaba agotada. Si fue capaz de compartir fluidos corporales conmigo, podía dejarme una camiseta y unos calzoncillos.
—Está bien —dijo enfurruñado, como si le hubiera obligado a hacer algo estúpido.
Will se separó de mí y empezó a levantarse de la cama. Fui bendecida al contemplar su trasero mientras se acercaba a la cómoda. Me tapé los ojos con el antebrazo y traté de serenar mi respiración. ¿Quién dijo que los chicos no tenían glúteos perfectos y piernas trabajadas?
Se puso un bóxer negro y ajustado. Al final, me lanzó una camiseta y otro bóxer. Reaccioné rápido y los atrapé al vuelo. Me arrepentí al instante porque la sábana se me escurrió Will recorrió mi cuerpo desnudo con la vista sin ningún pudor mientras me plantaba la ropa. Admito que me sentía avergonzada y halagada al saber que me deseaba.
—No te suena Sonata Arctica, ¿verdad? —preguntó, se acercó al baño y dejó la puerta entreabierta.
Eché un rápido vistazo a la camiseta estampada con el logo del grupo. Aproveché ese momento, donde su atención no estaba tan centrada en mí, para levantarme y así ponerme el bóxer. Me quedaba holgado y la camiseta me llegaba a la mitad del muslo. Sin embargo, esta olía increíble. Un perfume que solo podría describir como el de Will. Escuché el sonido del agua del grifo correr. Torcí el gesto, un pensamiento cruzó mi mente. Me acordé de las pastillas y pensé si sería un buen momento para hablar sobre eso.
—No —dije antes de sentarme en la cama con la espalda apoyada en el cabecero—, ¿por qué asumes que no he escuchado nada?
—Porque acierto más.
Will regresó del baño y me dedicó una de sus miradas: la que sugería que estuve secuestrada en un sótano durante años. Se estiró para alcanzar su móvil y deslizó un dedo por la pantalla.
—¿Quién es Adele?
—Estoy casi seguro de que no es una marca de champú —respondió con ironía y reprodujo una canción.
Pensé que se sentaría a mi lado o solo se tumbaría, pero apoyó la cabeza sobre mis rodillas. Me ruboricé, mi vello se puso de punta y contuve el aire.
—Mmm... —emití, aunque de ahí nadie me movería.
Su pelo hacía cosquillas en los muslos. Me faltaban esos detalles que se hacen después de compartir un momento así. Empecé a dar vueltas a la palabra intimidad mientras una balada sonaba de fondo. Guitarras pesadas, algunas palabras susurradas y voces bien afinadas. Como bailarina, puedo entender que la música es capaz de abrir puertas dentro de uno mismo. Eché un vistazo furtivo a Will, quien tenía los ojos cerrados y movía los dedos de una mano sobre el colchón como si tocara las teclas del piano. Supuse que sabía las notas de memoria. Cuando escuchaba música, adoptaba una expresión ensimismada.
Llevé la mano a su frente y le alisé el cabello rojo aún húmedo.
—Suena como una nana —comenté sin dejar las caricias.
—Esa es la idea. —Sonrió—. Me voy a quedar dormido si continuas haciendo eso.
Seguí la parte rapada de su cabeza, luego la línea marcada de su mandíbula.
—No eres como yo pensaba.
—En un buen sentido, espero.
—Pensaba que... te ibas a alejar nada más terminar, nos quedaríamos en un silencio incómodo y luego, me dirías que me vistiera.
Will abrió los ojos.
—¿Crees que soy tan capullo como para hacerte eso? ¿A ti?
—Lo fuiste durante varios días —le recordé.
—Te vas a ensañar, ¿verdad?
—No, pero lo que más me molesta —dije, el rencor me quemaba la garganta— es que me hiciste sentir como un sapo. ¿Acaso era necesario hablar de una forma tan cruel?
—Lo siento.
—No parece que lo sientas mucho.
—Bueno, vale... Por un lado, sí. Me sentí como un completo imbécil por haberte hecho daño. —Frotó el rostro, su masculina barbilla estaba sobre el muslo—. Por el otro, no comparto lo que es mío. Con nadie.
«Qué posesividad siendo yo solo una amiga», pensé en mi fuero interno. No sabía cómo iba a poder renunciar a eso por la mañana. Quería que estuviéramos así de cerca siempre. Sacudí la cabeza, podía ser tan caprichoso como un niño pequeño. Un chico como ese... quien tenía tantas incógnitas detrás.
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Editado: 25.09.2023