Gritos.
Gritos de súplica eran lo único que se escuchaban en todo el desolado lugar, gritos por todo el bosque intentando escapar, gritos de dolor, de tortura.
Alguien los perseguía con la intención de matarlos.
Alguien los perseguía por odio.
Alguien los perseguía con una mirada espeluznante, con sed de sangre.
Los torturaba.
Hacía que rogaran por sus vidas.
Y de un momento a otro, todo el lugar quedó en silencio, un silencio tan fuerte y profundo que enloquecía. Luego de analizar el resultado de su acto, sonrió con satisfacción y lanzó una siniestra risa victoriosa.
Alguien quedó con vida, alguien logró escapar de entre las manos del asesino, era el único sobreviviente y testigo de ese horrible acto.
Estaba sentada en la mitad del oscuro pasillo con lágrimas recorriendo su rostro aterrorizada por lo sucedido con su familia, tenía una mirada destrozada expresada a través de sus peculiares ojos, pero su sonrisa contradecía todo lo que éstos revelaban, era maléfica, aterradora, falsa, obligada a mostrarse sabiendo que lo único que sentía esa persona era un horrible y desgarrador dolor.
Luego de unas pocas horas, se escucharon sirenas de la policía y las luces azules y rojas eran la única iluminación de todo el lugar.
Entraron derrumbando la puerta con armas en manos por si había algún ataque. Había sangre casi seca por todo el lugar, en las paredes, en el suelo, hasta en el techo, todo eran un verdadero desastre, pero no había cuerpos, solo un penetrante olor a óxido proveniente de la sangre seca.
Subieron al segundo piso encontrándose con esa aterradora escena.
—Ayúdenme, por favor.