Herederos

Ojos Chispeantes

JULES

 

No sabía muy bien qué me había hecho quedarme allí. Tal vez había sido la actitud extraña de la chica o tal vez había sido simple curiosidad. Pero no me iría hasta que la viera entrar a esa casa.

 

Cuando vi que el hombre que abrió la puerta no parecía reconocer a la muchacha, pensé que tal vez se había equivocado de dirección. Pero después, cuando el tipo la tomó del brazo con esa expresión de furia en su rostro, supe que algo andaba mal. Bajé del auto y me encaminé hacia ellos sin pensarlo dos veces, lo miré impasible y le ordené que la soltara.

 

Sabía perfectamente que no tenía que meterme en esa situación, no conocía a la chica para nada, no tendría que importarme. Pero nada de lo que estaba sucediendo estaba bien y tenía que hacer algo. Después de todo ella me había ayudado en una situación similar. Qué clase de persona sería si dejaba que maltrataran a una chica en mi presencia, por muy desconocida que fuera.

 

Ella estaba pálida y paralizada. Lágrimas pesadas corrían por sus mejillas y su pecho se movía agitado. Una marca roja quedó en su brazo cuando el hombre la soltó.

 

- Creí que se había deshecho de ti – le lanzó sin reparos.

 

Y entonces mi corazón dio un vuelco, como si las palabras del hombre estuvieran dirigidas a mí. Sentí una oleada de furia originarse en mi estómago y antes de hacer algo estúpido le ordené a la chica que subiera al auto; por suerte ella obedeció.

 

Conduje sin un destino en particular. Mi mente un huracán de pensamientos violentos. Apretaba el timón con fuerza y me repetía una y otra vez “no es tu problema”. Tuve que luchar con toda mi fuerza de voluntad para no dar la vuelta al auto y regresar a partirle la cara a aquel desgraciado.

 

Creí que se había deshecho de ti.

 

Sus palabras retumbaban aún en mi cabeza. Intentaba no hacerlo acerca de mí, pero era imposible no pensar que la reacción de mi madre cuando la encontrara podría ser la misma.

 

La chica a mi lado había parado de llorar y estaba callada mirando por la ventana. Unos metros por delante vi un mirador de la bahía y aparqué allí, necesitaba controlarme, no podía seguir conduciendo en ese estado. Tenía que deshacerme del sentimiento de abandono que acababa de sentir; cargaba con él desde que era niño, revivía de vez en cuando y me hacía sentir derrotado y furioso.

 

Salí en silencio del auto, al parecer yo no era el único con un familiar que me aborrecía. Recosté los brazos en las barandas de madera del mirador y miré al frente, el sol iluminaba el mar y le daba un color azul que yo nunca había visto en la bahía de Manhattan. Sentí unos pasos tras de mí, pero no giré la cabeza. Supuse que sería la chica. Segundos después sus brazos se situaron a mi lado en las barandas. La escuché lanzar un suspiro ahogado y por el rabillo del ojo la vi poner el mentón en la baranda sobre las manos.

  

La intranquilidad, tensión y cansancio que había tenido en los últimos días desaparecieron por cuestión de minutos mientras contemplaba las olas rompiendo contra las rocas y el sol ahora completamente izado en un cielo azul sin nubes.

 

- ¿Qué harás ahora? – le pregunté sin mirarla.

 

- Debo comunicarme con alguien en Los Ángeles. ¿Puedo usar tu teléfono? – la oí decir al lado mío.

 

- Lo haría con mucho gusto, pero no dispongo de un teléfono celular en este momento – le respondí aún concentrado en el paisaje frente a mí. – Puedes usar el teléfono de mi casa. – añadí al oírla suspirar.

 

Ella me miró desconfiada y yo la miré incrédulo.

 

- Corrígeme si estoy equivocado, pero creo que no tienes más opciones.

 

- Debo regresar a los Ángeles lo antes posible – dijo arrastrando las palabras.

 

- Buena suerte tomando un avión sin pasaporte.

 

Estuvimos unos minutos más en silencio, ella seguía sin decir nada y yo no pensaba rogarle, si quería quedarse en la mitad de la nada, pues adelante, yo ya había pagado mi deuda llevándola a la estación y luego a donde el tipo aquel que había resultado ser su padre. Estaba cansado y quería volver al apartamento a cambiarme, pues tendría que ir por Guido más tarde.

 

Además, no era su maldito chófer.

 

- ¿Qué más harás? ¿Esperar en la estación hasta que encuentren tus cosas? – le pregunté impaciente. A mí me daba igual si quería hacer eso, pero bien podría decidirse de una vez. Le obsequié una mirada de desespero y me crucé de brazos.

 




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