Bruno estaba a punto de tomar el camino hacia su destino, cuando una sensación extraña lo invadió. Las palabras de su hermana seguían resonando en su mente. Ella le había pedido que terminara su plan de manera rápida, sin prolongar la agonía, por ellas y para él mismo. Insistía en que era suficiente con arrebatarles su hogar y toda su riqueza, despojarlas de la vida de privilegios y lujos a la que estaban acostumbradas. Pero lo que más le suplicaba era que no les revelara la verdadera razón detrás de todo, que no dijera que se trataba de una venganza.
Se preguntó si podría cumplir con la petición de su hermana. ¿Podría llevar a cabo su plan sin revelar el motivo real y mantener la venganza en secreto? Sabía que sería un desafío, especialmente porque era fuerte el deseo de mostrarle a las mujeres de la familia Vega, el verdadero motivo detrás de su acción. Sin embargo, el peso de las súplicas de su hermana le daba una perspectiva diferente.
Bruno se levantó de repente, dejando el desayuno a medio terminar. No podía retrasar más la siguiente etapa de su plan. Su hermana tenía razón: prolongar el sufrimiento solo generaría más dolor y conflictos internos. Con esa advertencia en mente, decidió avanzar con cautela, decidido a cumplir su objetivo sin ignorar sus recomendaciones.
La presión en su interior crecía, dividida entre la urgencia de vengarse y el deseo de honrar la petición de su hermana. El desayuno, una breve distracción, había sido su único respiro, pero la realidad volvía a pesar sobre sus hombros.
Mientras se preparaba para el viaje a la hacienda, mantener la calma se volvió esencial. Sabía que debía enfocarse en los pasos finales, encontrar el equilibrio entre su deseo de venganza y la necesidad de preservar la paz, que su hermana tanto anhelaba.
El momento había llegado. Bruno, al volante de su carro, sabía que en cuestión de minutos estaría frente a la hacienda La Vega, el escenario final de su venganza. Mientras recorría el camino, en una bifurcación vio algo inesperado: del lado opuesto, pasó a caballo la misma chica que había conocido el día anterior.
Sintió un impulso repentino de desviarse para ir tras ella. Pero, ¿qué podría decirle? No podía permitirse distracciones; tenía un objetivo que no podía posponer. Por un momento, se consoló pensando que, en un pueblo tan pequeño, sería fácil volver a cruzarse con ella. "Debe vivir cerca, seguramente la encontraré más adelante", se dijo, tratando de convencerse. Pero, sabía bien, que ese no era el motivo de su regreso.
Ella no lo vio pasar, lo cual le dejó una incómoda sensación de curiosidad. ¿Cómo habría sido su reacción si lo hubiera notado? Una sonrisa habría sido agradable, o incluso escuchar nuevamente su voz y conocer su nombre. Por un breve momento, la idea de distraerse le pareció tentadora. Sin embargo, rápidamente sacudió la cabeza, recordando el propósito que lo había llevado hasta allí.
No podía permitirse distracciones, especialmente ahora que estaba tan cerca de completar lo que había planeado durante tantos años.
Bruno llegó a la entrada y vio el imponente letrero que anunciaba "Hacienda La Vega". Sonrió con una satisfacción fría al pensar que pronto lo estaría derribando. A pesar de ser el nuevo propietario, nunca había visitado el lugar antes; cuando hizo la compra, ni siquiera se molestó en conocer lo que estaba adquiriendo. No quería encontrarse con nadie. Había insistido al abogado en que no anunciara la venta; deseaba llegar por sorpresa.
Al ingresar, Bruno notó que no había nadie vigilando la entrada, lo que le pareció extraño. Aun así, siguió adelante hasta la casa y tocó la puerta principal. Una señora mayor, con expresión de desconfianza, le abrió.
— Buenos días. Llama a las señoras de la casa —ordenó Bruno, con un tono firme que no dejaba lugar a dudas sobre la seriedad de su petición.
— La señora está recostada, se siente un poco indispuesta, y la señorita Megan no se encuentra en casa. Déjeme su nombre, número de teléfono y el motivo de su visita. Les avisaré cuando puedan atenderlo —respondió la mujer, mostrando su incomodidad.
— ¡No! —interrumpió Bruno con brusquedad—. Necesito verlas ahora, y no me iré hasta que lo haga. Así que, por favor, avísales de inmediato.
La señora, claramente molesta por su actitud, le cerró la puerta en la cara. Caminó rápidamente hacia la parte trasera de la casa y fue directo a hablar con el mayordomo.
— Busca a la señorita Megan. Dile que es urgente —le pidió en voz baja, visiblemente preocupada. Sabía que algo no estaba bien con la llegada de aquel hombre.
Minutos más tarde, Bruno vio a la joven que había observado anteriormente, ingresando a la hacienda. Con elegancia, entregó las riendas de su caballo a un trabajador y comenzó a caminar hacia él. Por un momento, pensó que podría ser una empleada de la hacienda, ya que la había visto cabalgando por los alrededores. Pero al observarla más de cerca, se dio cuenta de que no era así. Su apariencia estaba lejos de una simple trabajadora; estaba bien arreglada y la ropa de montar resaltaba su figura con un porte distinguido.
Bruno se permitió admirarla brevemente, pero el pensamiento de que esa joven podría ser Megan Vega lo devolvió abruptamente a la realidad. Su rostro se endureció al recordar el motivo de su presencia allí. El breve destello de interés que había sentido se apagó al instante. "No te distraigas", se recordó a sí mismo, mientras seguía cada uno de los pasos de la joven. La venganza, su misión, era lo único que importaba.
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Editado: 15.12.2024