20 Octubre.
No me imaginaba el dolor tan profundo que causa una simple bala. El escozor es tan intenso que más bien diría que me han colocado una brasa inextinguible en el brazo. No quiero ni imaginar cómo será recibir un disparo en alguna zona del cuerpo verdaderamente crítica.
No culpo a nadie ya que ha sido el error de un chico tan novato como yo. Le han caído varios días de castigo por olvidar asegurar el arma, aunque ha hecho lo posible por hacerme llegar sus más sinceras disculpas. No puedo decir que de vez en cuando no le dedique alguna maldición porque esto doler, duele, y mucho. Pero por suerte,el balín entró y salió y no ha habido nada que lamentar, pues que te hieran en el brazo no supone mayor preocupación. Permaneceré varios días ingresado, así que hasta que pueda volver al adiestramiento aprovecharé para pensar y tratar de hallar algo positivo a todo este suplicio.
19 Noviembre.
Últimamente pienso mucho en el futuro. No en mañana ni pasado, sino en el futuro una vez vuelva a casa. En la enfermería conocí a un médico, militar también, que hacía terapias con los heridos. A pesar de lo que se ve en este lugar ese hombre nos hacía evadirnos. Nos ayudaba a ver las cosas desde otra perspectiva, a encontrar un sentido a esto que nunca consideré. Aunque es momentáneo, nos ayuda. Tiene grandes ideas y una capacidad enorme para convertirse en un amigo confiable. Dentro de los medios que hay aquí él ha logrado que depresiones, trastornos o fobias, se desvanezcan.
Me parece una labor encomiable y muy noble. Hace falta más gente como él. Gente comprometida no ya con la guerra, sino con la batalla psicológica que libra cada una de estas personas ante tantas vivencias traumáticas. Alguien así puede marcar la diferencia. Puede hacer que uno se sienta capaz de retomar su vida y ser feliz, combatiendo y venciendo a esos demonios que surgen de toda tragedia.
Y así veo mi futuro. Rodeado de personas a las que ayudar para reconstruir juntos lo que ha sido destruido en sus vidas. Ya sé lo que haré una vez todo acabe. Quiero ser como él, quiero convertirme en psiquiatra.
20 Diciembre.
La experiencia en el campamento de adiestramiento ha sido espantosa. Entender que te entrenaban para matar o morir era una losa tan pesada que hacía de las pruebas físicas algo incluso liviano. Ahí no pensaba, no tenía tiempo de ponerme a profundizar en el porqué de estar allí, de hacer lo que hacíamos. Solo practicar y mejorar. El problema venía cuando terminábamos, aunque por suerte el cansancio era tal que ni siquiera podía pararme a reflexionar.
Hasta ahora.
Desde hace tres días formo parte de la retaguardia. La presión que hay aquí nada tiene que ver con la del campamento anterior. Lo de allí no era la vida real, esto sí lo es. Debemos estar en tensión siempre y eso resulta agotador, física y psicológicamente. Pero aun así hay muchas más horas muertas y, por ende, más horas para dedicarlas a pensar. Y eso es lo más inaguantable. Plantearte dónde estás y recordar dónde desearías estar. Eso te merma por dentro. Te tortura. Te mata poco a poco. Pero hasta esto queda aparcado cuando escuchas tiroteos alrededor y ves cómo tus amigos empiezan a caer. Nunca había mirado a la muerte a los ojos y nunca he tenido deseos de saber qué se siente. Con los relatos ajenos me bastaba para sentir verdadero pánico. Si imaginarlo me resultaba terrorífico no quería ni pensar en qué me provocaría vivirlo en primera persona.
Pero ahora sé que la imaginación no es fiel a la realidad. Que hay cosas que ni el cerebro más creativo y empático puede evocar sin haberlas vivido antes. Porque para creerte esto, primero tienes que verlo. Y cuando lo estás viviendo parece que no eres tú. Cuando apuntas a alguien, aprietas el gatillo y le ves morir por tu culpa, quieres evadirte. Pero cuando lo haces una primera vez la siguiente te resulta más fácil porque, entonces, en tu cabeza solo hay una idea: sobrevivir.
7 Enero.
Poder admitir que estas Navidades no han sido tan horribles como pensaba me parece mentira. Es curioso cómo el ser humano se adapta a las circunstancias que le tocan vivir y es capaz de ver bien dentro del mal. Somos retorcidos y, curiosamente, esa capacidad de buscar algo positivo, por mínimo que sea, en lo que es por naturaleza negativo es lo que más nos humaniza. Somos complicados, o quizá nos convertimos en seres complicados. Buscamos lo mismo, todos, el problema es lo que hacemos para alcanzarlo.
“Mi felicidad a cualquier precio”, parece que ese fuera el lema de muchos. Yo lo llamo egoísmo. Estamos podridos, lo sabemos, pero no nos gusta admitirlo. Porque lo que nos apega a la vida son los momentos, los momentos con los demás; y ese amor, ese cariño, nos purifica. Nos hace mejores. Y por eso estas Navidades me he sentido más vivo que nunca. Porque, aunque tenía mucho que odiar o que reprochar, esta áspera vivencia me ha hecho menos egoísta. Incluso me he reído, más que nunca, y a pleno pulmón. Hemos cantado alrededor de una hoguera. Y he bebido, por primera vez en mi vida, hasta sufrir eso que llaman borrachera. Por supuesto con su consiguiente resaca. Pero he sido feliz.
Un día asesinas a sangre fría para que no te maten a ti, te odias y crees que mereces el infierno, y al día siguiente no te consideras tan malo y te perdonas. Menuda paradoja. Es un sinsentido. Un sinsentido necesario para poder seguir adelante, ya que en un par de días mi pelotón avanzará hasta el frente en son de duplicar el número de soldados. Sé que será peor, mucho peor que lo que he visto hasta ahora. Cruzo los dedos para no tener que disparar a nadie, otra vez no. No quiero tener que cambiar mi vida por la de otro, ni siquiera por la de un enemigo; aunque de tener que hacerlo tampoco me negaré.