Hidden World: Secretos entre las sombras.

Capítulo 1: Hoy será un gran día.

—Señor, Summers— era mi jefe—. Podría venir aquí en este instante.

 Había sonado como una pregunta pero no lo era. Deje los platos en el fregadero y seque mis manos en el delantal rojo que tenía.

 Camine hacia donde se encontraba mi jefe, un alto hombre moreno, era el dueño del restaurante donde yo trabajaba y me esperaba con los brazos cruzados en la puerta de la su oficina.

 —Sí, señor— dije al llegar.

Me miro con una ceja alzada mientras sus ojos me recorrían de pies a cabeza, como esperando que confesara algo.

 —Le he perdonado muchas, pero esta no la dejare pasar— dijo sin separar mucho los dientes al hablar—. Esta despedido.

 Guao… siendo sincero, esta mañana me levante feliz, sintiendo que hoy iba a ser un día diferente, mejor que los demás, pero no. Al salir del apartamento tropecé con el chico del periódico regando mi café sobre él, al llegar a la cafetería más cercana por un café, la fila llegaba hasta la esquina de la cuadra, seguí caminando y cuando iba a cruzar la calle, casi me atropella un auto, choque con un hombre antes de entrar al restaurante, el cual, ensucio mi uniforme su café.

 —Yo…— comencé, no sabía que decir y menos cuál era la razón por la que me despedía—. No entiendo, señor…

 —No quiero excusas, Christian— alzo su mano para que me callara—. He tolerado que llegues tarde y te retires temprano, pero no tolerare que estés borracho en el horario de trabajo.

 — ¿Borracho?

Susurre esa pregunta para mí, pero al parecer mi jefe lo escucho porque cuando lo vi a la cara, comenzaba ponerse rojo, eso solo le pasaba cuando comenzaba a enojarse.

— ¡Si, borracho!— dijo fuertemente—. ¿Creías que no me daría cuenta? ¡Hueles a alcohol!

—Pero, señor, yo no…

—No quiero excusas— dijo con firmeza.

Note como la vena de su frente comenzaba pintarse, estaba haciendo un esfuerzo por no perder la cordura, pero yo también lo estaba haciendo. Mi día no había sido muy bueno y no era justo que me estuviera despidiendo por algo que no había hecho.

—Señor— dije entre dientes—. Si desea despedirme, que sea con una razón verdadera. En ningún momento he llegado borracho o he tomado en mi horario…

— ¿A no?— dijo y metió una de sus manos en el bolsillo del delantal, me sorprendió ver aquello plateado, era una licorera que movió a los lados y luego me lanzo al pecho—. ¿Me va negar que esto le pertenezca?

Apreté mis manos a los lados, sentía esas ganas de levantar la licorera, repetir su acción y gritarle que no era mío.

— ¡Ya le dije que…!— comencé pero fui interrumpido.

—Señor, disculpe que me meta pero, Christian, no bebe y esa licorera no es de él. Creo que podría reconsiderar la idea de despedirlo, necesita de este empleo.

Amelia se interpuso entre el jefe y yo, su tono de voz era calmado, bajo, tratando de calmarnos a ambos. Y conmigo estaba funcionando.

—No, Amelia, es una decisión tomada— tenía su mentón tenso—. Si usted desea acompañarlo es libre de irse, señorita.

No queda de otra más que aceptar el despido aunque me venga bien lo poco que gano aquí. Amelia asintió y me tomo de la mano. Quería aclararle las cosas, pero sentía que perdería mi tiempo.

—Está bien, señor, nos iremos.

No comprendí las palabras de Amelia hasta que esta me arrastro a los casilleros, no sin antes tomar la licorera que mí, ahora, ex jefe me había lanzado.

Estaba enojado, confundido, no sabía cómo apareció esa licorera en mis cosas, no soy de tomar, más bien, no puedo hacerlo, tomar alcohol no es bueno para mi salud y eso lo sabía el jefe y todos los demás con quien compartía.

—Me voy de aquí.

Me quite el delantal y salí por la puerta trasera. La noche estaba oscura, sin ninguna estrella y la luna llena estaba siendo cubierta por una nube gris.

Comencé a caminar con dirección al apartamento, por ahora era lo único que podía hacer.

— ¡Chris!— era Amelia quien me llamaba—. ¡Detente, Christian!

Lo hice y espere a que estuviera frente a mí. Amelia tenía un metro con sesenta y cinco de estatura, su cabello castaño era ondulado y siempre lo usaba hasta los hombros. Me miro con sus ojos azules, preocupada, ella siempre había tenido ese toque tan característico de preocuparse por mí y era la única que podía hacer que yo me tirara de un puente si así ella lo quería.




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