Hijas Del Orfanato

CAPITULO 10: COMO ÁRBOL DE CEREZO.

AMALIA.

Sábado 26 de marzo del 2005.

“Aunque ya no estaba en el mundo de lo tangible, de lo sólido, de lo comprobable; seguía habitando ese horrendo orfanato, seguía vagando por los inmensos pasillos llenos de dolor y sufrimiento, pero ya no estaba sola con mis hermanas, tenía a alguien a quien atormentar. Si no me vengué en vida, en muerte estaba haciendo pagar a Rivaldo por todo lo que me hizo”.

Seguía observando a mis hermanas, viendo cómo crecían, como seguían viviendo en ese infierno, como sus corazones se marchitaban y sus almas se evaporaban lentamente. Con la única que hablaba a veces, ya fuera en sueños o en susurros en sus oídos, era con Star, la más inocente de todas, la única que aún conservaba el brillo que muchos entes deseaban robar. Veía cómo crecía Angelic, esa niña que parí en el sótano a la media noche cuando solo tenía 10 años. La misma niña que me robó la vida, la responsable de mi muerte.

Muchos creen que mamá Rosita me envenenó o algo así, pero en realidad mi muerte fue provocada por el parto, ella solo me ayudó a dejar de sufrir dándome un brebaje que apresuraría ese fatal proceso y que lo haría menos doloroso, en cierta parte le agradezco lo que hizo.

No creo que ser un alma en pena tuviera alguna ventaja, pero si tuviera que mencionar alguna, sería poder observar todo lo que pasaba en ese lugar, no perderme de nada y sentir como las energías negativas me alimentaban, pero pronto me iría, estaba a punto de transcender.

Desde el vitral circular del cuarto piso observé a uno de los asquerosos hombres que compraban las caricias de Priscilla y Agatha; llegó hasta las puertas del orfanato envuelto en una peste de bebidas embriagantes. Su bragueta abierta, su camisa rota y su enorme barriga peluda me daban tanto asco que a pesar de ser un alma en pena quería vomitar.

El timbre sonó varias veces, hasta que mamá Rosita atendió. Llevaba puesto un vestido rojo con encajes dorados y en sus manos un cigarrillo largo y delgado humeaba.

― ¿Qué puedo hacer por usted? ― preguntó viendo con seriedad al tipo, juzgándolo desde el pedestal en que creía estar.

―Vengo por una de sus muchachas. Respondió el hombre con unas palabras envueltas en baba y alcohol.

―No sé de qué me habla―. Dijo Rosa. ―Además son las 9 de la mañana.

Agatha y Priscilla escuchaban desde dentro de la casa, cerrando los ojos, poniéndose las manos en los oídos, imaginando que estaban en otro lugar, corriendo en el campo de margaritas amarillas.

―Solo un rato―. Gritó el hombre con furia, haciendo que mamá Rosita diera un paso hacia atrás. ― ¿Cuánto quiere vieja zorra? tengo tanto dinero como me pida.

― ¡Miré, borracho! en primer lugar a mí nadie me llama zorra, en segundo lugar, usted está muy tomado y en tercer lugar le dije que no sé de qué me habla. Exclamó Rosa casi gritando mientras cerraba la puerta.

Rosa mantenía un perfil bajo con respecto al “servicio” que obligaba a prestar a mis hermanas. No todos podían entrar en ese lugar, tenía que ser discreta para evitar que la policía se enterara, pero si alguna vez lo hacían, sus aliados en el servicio civil de Santiman la cubrirían. 

El asqueroso hombre dio media vuelta dispuesto a irse, humillado por la dueña de la casa, pero en medio de su borrachera pudo divisar a una hermosa chica de cabello rojo que regaba los pinos en los terrenos alejados del orfanato.

― ¡Buenas tardes! ― gritó el borracho acercándose a la chica.

Yo sabía que Star corría peligro y en verdad quería protegerla, pero no podía, tan solo era una espectadora, sin voz y sin voto.

La hierba amarillenta de ese parte del terreno sirvió como alfombra para que ese asqueroso borracho caminara hacía mi hermana. El sol brillaba con fuerza, tan fuerte como brilla al medio día. Las lagartijas reptaban por los troncos de los árboles que Star regaba. Todo parecía normal o normal a la retorcida manera a la cual estábamos acostumbradas. 

― ¿En qué puedo ayudarlo? ― respondió Star con una sonrisa, ingenua del peligro que la acechaba.

― ¿Cuánto quieres? ― preguntó el hombre sacando un manojo de billetes de su bolsillo.

― ¿Perdón? no lo entiendo ― dijo Star dejando su regadera por un lado, fingiendo una sonrisa para ocultar su ignorancia ante la situación.

―Conmigo no te hagas la difícil zorrita. Susurró el hombre abalanzándose sobre Star mientras se lamía los labios.

Los brazos del borracho rodearon la cintura de mi hermana, mientras sus manos le manoseaban la espalda y el rostro. Los pies de ese tipo levantaban polvo de la tierra seca, su aliento era asqueroso, ácido y pútrido como la última palabra de los moribundos.



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En el texto hay: asesinatos, fantasmas, feminismo

Editado: 05.10.2018

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