Me revuelvo en mi asiento, no puedo parar de moverme ansioso por verle el rostro y sentir sus labios, sentir su cuerpo y su calor. Mi mente está a punto de estallar ante millones de pensamientos y emociones que siento en este momento, mi respiración se agita. Todo esto me recuerda a cuando fui a buscar a mi padre, con la diferencia de que esta vez, iré a buscar a alguien que amo.
Marco me vigila por el espejo retrovisor, asegurándose de que todo esté bien. La velocidad a la que va está perfecta, tengo prisa, pero quiero llegar sano y salvo.
Miro por la ventana para distraerme, el paisaje es increíble. Las inmensas montañas, los campos lejanos iluminados por el potente sol y diferentes animales de campo bajo los árboles. Una vista maravillosa solo vista aquí.
Regreso la dirección de mi mirada de vuelta dentro del auto. Marco revisa una vez más de que todo esté tranquilo, hace que me sienta como un niño en el que nadie confía. Reviso mi reloj, son las once con treinta. Falta poco para llegar, lo cual hace que mis nervios crezcan aún más.
Saco el celular de mi bolsillo izquierdo. Tengo un mensaje de André.
Mateo, ¿va todo bien, amigo?
Con los nervios de punta.
Saldrá bien, tranquilo.
Gracias, eso espero.
Hablamos luego.
Guardo el celular de vuelta en mi bolsillo y me recuesto en el espaldar de mi asiento. Cierro los ojos y trato de relajarme lo más que pueda. La carretera está tranquila, solo se escucha el avanzar del auto.
-Señor, estamos llegando al destino. –Dice Marco sonriendo a través del espejo retrovisor.
Le devuelvo la sonrisa y asiento la cabeza. Y como si estuviera encendiendo un auto, se aceleran los latidos de mi corazón que van a mil kilómetros por hora. Una locura de emociones, que incapaz de contener la felicidad, sonrío cual niño a punto de recibir el regalo de cumpleaños que tanto quiso. Con la única diferencia de que este niño ya tuvo su obsequio, pero lo perdió.
El auto avanza unos cuantos metros más adelante, hasta que llega a un punto en el que se detiene.
-Llegamos, señor. –Dice Marco serenamente.
-Bien. –Digo mientras reviso el reloj, son las doce con veinte.
Salgo del auto sonriente, jugueteando nerviosamente con mi teléfono en las manos. Marco va a un metro de distancia detrás de mí, tenerlo detrás hace que me sienta muy importante. Jamás pensé contratar seguridad, nunca imaginé que lo necesitaría, divago en mis pensamientos.
Reviso el gps en mi celular, la ubicación exacta está a cien metros desde el punto donde me encuentro.
A mi mente viene distintos tipos de reacciones, pero reprocho todo pensamiento negativo e insólito. Solo me mantengo positivo. Con todas las esperanzas del mundo, con toda la fe del mundo. La amo, y no la dejaré ir nunca más.
Sigo por un camino de piedras, voy hacia un pueblo pequeño. El lugar es silencioso, apenas y se escucha el viento y algunas aves que van volando de un lado a otro. El segundo lugar más tranquilo que conocí en mi puta vida, hasta ahora, pero el primero es mi casa en la playa, de eso no tengo duda.
Logro escuchar una risa que se me hace familiar, una voz suave e intensa a la vez, su risa. Acelero el paso, incapaz de contener la emoción. Estoy tan cerca de ella, que no pienso esperar tanto. Avanzo un poco más y me encuentro con unos escalones de piedra que bajan la colina en la que me encuentro. Al pie de la colina hay una pequeña plaza, con un pozo de piedra en el centro. Allí hay dos personas sentadas cerca al pozo, a juzgar por sus figuras, son un hombre y una mujer, pero no logro verles el rostro porque están de espaladas hacia mí. Miro alrededor, tratando de encontrar a alguien más, pero no encuentro a nadie más en el lugar, sólo están la pareja cerca al pozo, quienes conversan entre ellos mientras se abrazan. Desde la distancia en la que me encuentro, no puedo escuchar lo que hablan.
Bajo los escalones lentamente, acercándome a la pequeña plaza con la esperanza de que haya alguien más por ahí que no logré ver desde arriba. A medida que me voy acercando, puedo ver más claro los rostros de la pareja quienes voltean hacía mí al escuchar acercarme. No logro reconocer al tipo, pero a la chica sí. Es Karol, quien me observa atónita al fijarse que soy yo el que está de pie delante de ella.
-¿Mateo?. –Dice casi en susurro.
Me mantengo de pie, es tanto mi asombro que me quedo sin decir nada, sin poder hacer nada.
Impulsado por los celos, doy media vuelta y miro el auto a lo lejos, camino deprisa hacia él. Marco me sigue el paso y se adelanta para abrir el auto.
-Mateo! –Escucho la voz de Karol, se escucha preocupada.
Sigo caminando sin voltear. Reprocho cualquier sentimiento o impulso de querer voltear a verle. Dejó de amarme, si es que alguna vez lo hizo. Mi enojo crece cada vez más. Encontró a alguien más.
- ¡Mateo, espera! –Dice una vez más, pero esta vez más cerca, al punto de sostenerme del brazo, impidiendo que suba al auto que ya tiene la puerta abierta, gracias a Marco.
- ¿Esperar? ¿A quién, A ti? ¿Para qué? –Espeto quitando mi brazo. Tratando de contener mis lágrimas que mueren por salir y demostrar mi fragilidad emocional. Estoy harto de eso, no pienso verme más vulnerable.
-No es lo que tú crees. –Dice con voz quebradiza. No logro verle los ojos, soy incapaz de hacerlo ante tanto dolor.
-Al parecer si lo es y ¿Sabes que es lo que creo? Creo que nunca me amaste como decías, esperaste al primer momento para olvidarme y reemplazarme, si es que alguna vez estuve en tu corazón, al menos por lástima. –Espeto, encontrando el valor de mirarla a los ojos, los tiene llorosos.
Mueve la cabeza de un lado a otro, demostrando negación, pero a esta altura, no puedo creer en sus lágrimas. Aunque me duela muchísimo.
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Editado: 04.11.2020