Hilos separados

Capítulo 8: Santiago otra vez.

Las olas chocan bruscamente en la playa, apenas son las siete de la tarde. El sol se oculta cada vez más, dejando cálidos colores en el cielo, una maravilla de vista.

Llevo puesto mi bañador favorito de color azul con toques de gris. Voy corriendo por la playa junto a Spike, quien me sigue más feliz que nunca. El mar toca mis pies de vez en cuando, hacemos notar nuestra presencia en este increíble y majestuoso lugar. Aun con rencor en el corazón, gozo de esta preciosa vista.

- ¡Señor Mateo, tiene una llamada! –Grita Carlos, acercándose hasta mí.

Volteo para mirarlo y me acerco para atender la llamada, agarro el teléfono y hablo.

- ¿Si? –Digo esperando para saber quién está del otro lado.

            -Hola hijo. –Es la voz de mi padre.

            -Hola papá. –Digo serenamente.

            -Hace mucho que no hablamos, ¿Cómo has estado? –Dice con tono divertido.

            -Del carajo, mi vida es toda una mierda. –Espeto.

            -Lo siento…

            -No, esta vez no es tu culpa. Es mía.

            -Mateo…

            -No papá, no quiero hablarlo con nadie. –Interrumpo.

            -Está bien. Supongo que Ismael ya te puso al tanto de la gravedad de tu liberación.

            -Sí, me lo dijo. Estaré preparado… -Respondo.

            - ¿Preparado para qué? Esas personas son peligrosas.

            -Tú sigues vivo. –Espeto.

            -Mateo… -Dice apenas antes de cortarse la llamada.

Me desconcierta el repentino corte de la llamada, pero estoy seguro de que no es nada grave.

Llamo a Spike para ingresar a la casa, una vez dentro, me encuentro con Melisa, quien me recibe con una toalla limpia recién secada. Cálida, a la temperatura justa para secar mi cuerpo del agua fría del mar.

Subo a mi habitación. Una vez dentro, cierro la puerta y me desvisto para ducharme, quedo completamente desnudo ante la habitación solitaria, la única forma en la que podrían mirarme es desde la ventana, pero no hay personas cerca, salvo la seguridad que protegen la propiedad.

Me miro en el gran espejo que tengo en frente, orgulloso de cada parte de mi cuerpo, cada centímetro, cada músculo. Sonrío ante mis pensamientos y camino hacia la ducha. Abro la llave y el agua empieza caer a chorros, pero suaves. Cae en mi cabeza y baja por mi espalda hasta mis pies, se empapa todo mi cuerpo, cada parte.

Luego de diez minutos, salgo de la ducha y me visto para cenar, una vez vestido salgo de mi habitación y bajo las escaleras hacia el comedor. Ahí me espera Melisa con la cena servida. Me acerco a la mesa y tomo asiento para empezar a degustar de las delicias que preparó. En esta ocasión me recibe con un delicioso cebiche.

            -Señor, tiene una llamada. –Dice Marco entregándome el teléfono.

Lo tomo y hablo, esperando a escuchar la voz de la persona que está del otro lado.

            - ¿Hola?

            -Hola, Mateo. –Es la voz de Santiago.

            - ¿Cómo carajos te atreves a llamar? –Espeto furioso. Desconcertado por su llamada inesperada.

            -Quería saludarte, me enteré que saliste de prisión y pues, no estoy nada feliz con eso. –Dice en tono divertido.

            - ¡Vete a la mierda!

            -Escúchame Mateo. Tal vez pudiste librarte de la policía fácilmente, pero te haré pagar por lo que le hiciste a mi padre, sin importar cómo, te quitaré todo lo que más amas.

-No te tengo miedo. –Espeto.

-Soy más peligroso de lo que crees, Mateo. Deberías tener miedo. –Y cuelga.

            - ¡Mierda! –Grito furioso, lanzando el teléfono contra la pared. Impulsado por el enojo, voto todo lo que está en la mesa, rompiendo platos y vasos.

Todos se acerca al comedor asustados, preocupados por lo que ocurre. Se quedan desconcertados al encontrarme de pie mirando el suelo con todos los vasos y platos rotos alrededor.

            -Marco, quiero un informe completo de Santiago García. Necesito saber qué relación tiene con el hombre al que maté, del cual no tengo ni idea de su puto nombre. Quiero hasta el más mínimo detalle, sin obviar nada. Y lo quiero para mañana temprano. –Espeto sin levantar la mirada.

            -Sí señor. –Dice asentando la cabeza.

            -Ah, otra cosa. Quiero que multipliquen la seguridad en la casa de mi madre, André, Ismael, Natalia, mi tío George y la mía obviamente. Ningún desconocido entra, ni sale. Cada miembro de cada casa irá acompañado de dos guardaespaldas las veinticuatro horas. ¿Entendido?

            -Perfectamente, señor. –Dice y se retira haciendo una llamada.

            -Carlos, consígueme un teléfono nuevo con todos mis contactos para mañana. –Le digo mirándole a los ojos seriamente.

            -S-sí señor. –Responde dudoso.

Asiento con la cabeza y salgo del comedor rumbo a la biblioteca. Donde se almacenan los vinos, tomo uno al azar. Luego subo a mi habitación y destapo la botella con el sacacorchos que tomé antes.

Mantengo la botella en mis manos frente a mí, mirándola fijamente, como si tratara de contarle todo mi dolor. La levanto y empiezo a beber.

Disfrutando de cada sorbo, rompo en llanto en silencio, sin que nadie lo note. Con el único pensamiento de preocupación por mi familia y amigos, no puedo dejar que salgan lastimados por mi culpa, no me lo podría perdonar.




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