Himalia: Melodías para la luna

1 de abril

Himalia se preparaba para su jornada de ensayos, aunque no tendrían una presentación durante los próximos días, los integrantes de la orquesta sinfónica se reunían con mucha frecuencia para practicar. La chelista en ese momento no se concentraba muy bien debido a la preocupación provocada por su compromiso con aquel sujeto bajo el hechizo de plata.

—Himalia ¿Estás bien? — habló Leónidas, uno de los músicos en la sección de los timbales sinfónicos y mejor amigo de Himalia —Te he observado durante las pausas y tu expresión el día de hoy es el de una persona preocupada.

—No es nada —Himalia intentó negar lo que realmente pasaba, pero Leónidas la conocía bien.

—Soy tu mejor amigo, puedes contar conmigo y no es necesario recordarte que puedes confiar en mí. 

—Aunque te cuente mi problema, jamás entenderías. 

Himalia en el fondo quería contarle a su amigo, pero no podía. La chelista sabía que si hablaba sobre el tema, podía poner al hombre en peligro y eso era algo que jamás se iba a perdonar. Además, temía que Leónidas pensara que estaba loca. 

—Parece que quieres contarme algo. —pronunció el músico —¡Vamos, Himalia! ¡Cuéntame! 

—He dicho, que aunque te cuente mi problema, jamás entenderías. Es algo sumamente personal y quiero resolverlo sola. 

A lo que Leónidas respondió —De todos modos, en caso que necesites ayuda, sabes que puedes contar conmigo. —sonrió tiernamente y regresó a su puesto para esperar por la segunda parte del ensayo. 

Desde su lugar, Himalia le respondió con otra sonrisa tierna como gesto de gratitud. Sabía que Leónidas quería lo mejor para ella y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de ayudarla. Después de todo, ella era la única persona capaz de comprender al joven músico, fue la primera chica en darle una cálida bienvenida a la orquesta, y con la única que ha entablado fuertes lazos de pura y sincera amistad.  

Luego de un merecido descanso, los músicos continuaron ensayando por una hora. Después, cada uno tomó su camino. Himalia no quería regresar a casa todavía, así que se quedó sentada en la escalinata del teatro. Allí permaneció pensando en aquel extraño sujeto, llenándose nuevamente de zozobra y preocupación por querer hacer las cosas bien para salvarlo de aquel extraño hechizo. 

Mientras permanecía sentada en aquella enorme escalinata, Himalia fue sorprendida nuevamente por su amigo, quien la veía preocupada. Así que la invitó a caminar por la plaza y comer helado. La chelista no dudó en aceptar, después de todo, no era un mal plan. 

Leónidas e Himalia subieron a la moto y llegaron a la plaza. Allí pasaron un rato agradable entre risas y conversaciones aleatorias, hasta que, por impulso, la joven le hizo una pregunta que para Leónidas sonó bastante curiosa. 

—Leo, ¿Qué harías en caso de que el alma de una persona hechizada dependa de tus habilidades musicales? 

Leónidas frunció el ceño ante la extraña pregunta de Himalia y dejó salir una carcajada —¿Qué clase de pregunta es esa? ¡Déjame adivinar! ¿Situación hipotética, verdad? 

—Solo es curiosidad —pronunció Himalia intentando convencer a Leónidas de que se trataba de una loca idea para escribir un libro —¿Qué harías?

—Pues, no lo sé. Daría lo mejor de mí para ayudar a la persona —¿De verdad tienes pensado escribir un libro acerca de hechizos?

—Bueno, es que últimamente me he sentido atraída por los temas de fantasía, es todo —comentó Himalia mientras su amigo la miraba con recelo. 

Leónidas notó que Himalia estaba algo nerviosa, pero no tenía forma de sacarle información a su amiga acerca de lo que le pasaba, a pesar de su intento por saberlo.  En ese momento, el músico miró su reloj y recordó que tenía un asunto pendiente en casa de sus padres. Rápidamente se despidió de Himalia y corrió hacia el norte, dirección en la que se encontraba la casa de su familia. 

Himalia también regresó a su casa, allí practicó un poco más en el jardín trasero de su morada esperando a que finalmente llegara la hora de partir hasta la cabaña en donde vivía el hechizado y cumplir con la promesa. 

—No es momento de arrepentirse —susurraba la mujer pues en ocasiones sentía el deseo de dejar todo atrás —es una promesa y la tengo que cumplir. 

Después de practicar y practicar, Himalia tomó una siesta. Horas más tarde, la mujer despertó y se preparó para salir. Rápidamente, subió a su motocicleta y partió rumbo a la cabaña del extraño sujeto. A las nueve de la noche en punto, Himalia tocó la puerta y el sujeto le dio la bienvenida agradeciendo por su llegada. 

—Bien, tal y como dijiste —pronunció —hoy es primero de abril y he venido para cumplirte y liberarte del hechizo que no te deja vivir con plenitud. 

El hombre le entregó el instrumento y ambos caminaron hasta un lugar seguro para tocar el violín, que, como bien se dijo anteriormente, era el elegido para romper el encantamiento. 

—Antes de que comiences, debo revelarte el primer dato sobre mí tal y como debe ser —comentó el sujeto mirando fijamente a Himalia —mi nombre es Athan. 

Himalia sonreía tiernamente al escuchar el nombre del sujeto, luego respondió —Bonito nombre, Athan. El mío es himalia —y se dispuso a tocar el violín. 



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En el texto hay: amor, amistad, hechizo

Editado: 10.09.2022

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