Himalia: Melodías para la luna

3 de abril

La mañana de aquel día, a eso de las ocho y quince, Himalia se disponía a salir rumbo al teatro para reunirse con sus compañeros. La mujer tomó sus cosas, entre las cuales llevaba una pequeña caja de madera con frutas en su interior. La joven chelista subió a su motocicleta y rápidamente se dirigió a su destino. 

En la puerta del teatro se encontraba Leónidas esperando a su amiga para ingresar al lugar. El joven estaba desesperado y preocupado por Himalia, quien a pocos metros sonaba su moto dando aviso de su llegada. 

—¡Por fin! Vamos ya, que se hace tarde —habló el músico. 

Ambos entraron corriendo al teatro, Himalia había llegado cinco minutos tarde a la reunión. El director de la orquesta se dio cuenta del retraso de la joven y la observó de manera que se ubicara rápidamente en su lugar. 

Himalia y su amigo se sentaron y escucharon atentamente lo que se hablaba en la reunión. En ese momento quien tenía la palabra era Lizandro, el sobrino del director de la orquesta. Aquel sujeto de veintiocho años, se aprovechaba de su vínculo familiar con el director para hacer de las suyas; se creía superior a los demás y en ocasiones acosaba a las mujeres que ingresaban a la orquesta. 

Al concluir con la reunión, los músicos acordaron ensayar de lunes a viernes de cuatro a seis de la tarde y los fines de semana de nueve a once de la mañana. 

Para Himalia era perfecto, ya que tendría tiempo de sobra para salir del teatro y continuar tocando para Athan todas las noches hasta el final del mes. La chelista se levantó junto con Leónidas, pero Lizandro la detuvo antes de que diera el primer paso. Himalia no tenía paciencia para el hombre, no le caía bien por su actitud soberbia e hipócrita.

—¡Detente! —dijo Lizandro —debo decirte algo.

—Lo siento, pero voy de afán. —contestó la mujer con un tono de voz cortante. 

—Solo quería saber si aceptas salir conmigo un día de estos. 

Leónidas se alertó, no quería que su amiga aceptara la invitación de Lizandro. El timbalista era protector con las chicas de la orquesta, especialmente de Himalia a quien veía como su hermana. 

—No lo creo, de verdad estoy muy ocupada estos días y no creo que sea posible. —dijo Himalia tajantemente. 

Leónidas sonreía de manera burlesca al ver que la joven rechazó a Lizandro —¡Pobre diablo! —exclamó —con Himalia va a resultar difícil que logres tu cometido mi estimado colega. 

La expresión de Lizandro cambió drásticamente al ser rechazado, no soportaba el hecho de que Himalia no cayera rendida ante él como solían hacerlo las otras mujeres antes de su llegada a la orquesta. Eso, y la actitud burlesca de Leónidas despertaron su furia y tenía planeado hacerles la vida imposible. 

A las afueras del teatro, Leónidas e Himalia conversaban sobre lo pasó minutos atrás. 

—Si ese infeliz se acerca a tí nuevamente, juro que le romperé la cara. 

—No hace falta, Leo. No creo que ese idiota me vuelva a molestar —habló Himalia mientras subía a su motocicleta —Nos vemos mañana por la tarde. 

—¿Vendes frutas? —dijo Leónidas al percatarse de la caja que Himalia llevaba en su motocicleta. 

—¿Qué? —habló la chelista poniéndose el casco. 

—Que si vendes frutas, eso dije. 

—No, son para un viejo amigo al que le hice una promesa de visitarlo con más frecuencia. —Himalia encendió la moto —justo ahora voy a cumplir esa promesa. 

—¡Entiendo! —exclamó Leónidas y se despidió de Himalia. 

La chelista aceleró en dirección a la cabaña de Athan, quien ignoraba por completo que Himalia se dirigía hacia su casa. Athan se encontraba en ese momento en la parte trasera de su morada pintando una montaña. El condenado estaba inspirado ese día. Cuando estaba a punto de dar la última pincelada, Himalia sonó la bocina de su motocicleta llamando la atención del ermitaño. 

Athan dejó de pintar y rápidamente cubrió su rostro con una máscara de teatro que ocultaba la totalidad de su rostro, y sobre su cabeza colocó un enorme sombrero e inclinó la mirada con el propósito de que Himalia no viera el color de sus ojos. Athan estaba cubierto en su totalidad, no había forma de que la chelista viera por lo menos su color de piel, de lo contrario, el hechizo se haría más fuerte. 

—¿Qué haces aquí tan temprano, Himalia? —preguntó Athan —aún no es tiempo de tocar para la Luna. 

—Lo sé, solo vine a traer algunas frutas —le entregó la caja al hombre y a pesar de su vestimenta, la mujer inclinó la mirada para no verlo por mucho tiempo —con mucho respeto las compré para tí. 

—Te lo agradezco, Himalia. Es muy lindo de tu parte haber cargado con todo esto hasta aquí. 

—No es nada —Himalia le dio la espalda —vendré al anochecer, no creo que sea buena idea estar aquí por mucho tiempo. ¡Hasta luego!

—Aquí te esperaré. 

Himalia subió a su moto y regresó a casa, mientras que Athan observaba la caja de frutas que la chelista le había obsequiado. Sin duda que aquel gesto de Himalia le hizo sentir algo de felicidad, pues pensó que la mujer comenzaba a tenerle confianza. 



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En el texto hay: amor, amistad, hechizo

Editado: 10.09.2022

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