Himalia: Melodías para la luna

4 de abril

La mañana del cuatro de abril a eso de las nueve, Himalia se encontraba en la florería comprando unas margaritas que su madre le había encargado para adornar la mesa. Al salir de aquel local, la mujer se encontró con Lizandro quien no dudó en molestarla. La chelista sabía que debía ignorarlo, pero se detuvo cuando este le dijo que la vio entrar a la cabaña maldita.

—No está maldita, deja de decir estupideces —dijo tajantemente la mujer. 

—¿Qué hacías en ese lugar anoche? 

—¿Te importa? Tú no eres nadie y por lo tanto no debo darte explicaciones. 

Himalia subió a su motocicleta y cuando se iba a poner su casco escuchó a Lizandro decir “No podrás escapar de mí tan fácilmente y menos en esa scooter”. 

—¡Vete al diablo, Lizandro! —respondió la chelista y aceleró. 

Lizandro miraba a Himalia hasta perderse en la distancia, una sonrisa diabólica dominaba su pálido rostro y en su mente solo rondaban pensamientos perversos con aquella chelista. Sin duda, Lizandro era un joven enfermo y de mente retorcida, de lo que se aprovechaba para lastimar a las demás personas sin importar las consecuencias. 

Molesta por la forma de actuar de Lizandro, Himalia intentaba concentrarse en la carretera. Su cabeza en ese momento estaba confundida, le molestaba sobremanera que aquel sujeto la molestara cada vez que tenía la oportunidad, dicho en otras palabras, cuando Himalia estaba sola. 

La joven regresó a casa y le entregó las flores a su madre, quien la notó molesta. La mujer le preguntó a su hija por la razón de su enojo, Himalia le dijo que un sujeto de la orquesta la estaba molestando, pero que lo pondría en su sitio. La madre de la chelista le entregó una caja de galletas de jengibre y le dio un beso en la frente. Himalia se despidió y salió de camino al auditorio, en donde una larga jornada de ensayos esperaba a los músicos. 

Himalia hizo su mejor esfuerzo por tranquilizarse antes de entrar al lugar, cuando finalmente logró hacerlo, dio un par de pasos, pero se detuvo al escuchar que alguien a sus espaldas pronunciaba su nombre. 

—¡Himalia! ¡Espera! 

La joven músico se detuvo, pero no le dio la cara a la persona que la llamaba. Esperó a que el hombre que pronunciaba su nombre se acercara, en caso de tratarse de Lizandro, la chelista atacaría sin pensar, olvidando que sería sancionada por agredir a un compañero, especialmente si se trataba del arrogante sobrino del director de la orquesta. 

En ese momento Himalia no reconocía la voz de su amigo, quien la llamaba para entregarle las partituras que debían estudiar para la próxima presentación. 

—¡Aguarda! Estas son las piezas que vamos a presentar el día del concierto, debemos ver bien las notas. 

—Perdón, Leónidas —dijo Himalia —creí que era Lizandro quien me llamaba. 

—Soy tu mejor amigo ¿cómo puedes confundir mi voz con la ese idiota? 

—Andando, tenemos mucho por hacer hoy —Lizandro sorprendió a los músicos quienes aún estaban afuera del teatro. 

Himalia y Leónidas miraron a Lizandro con desprecio ante su actitud arrogante, pues no podían tolerar que el sujeto se creyera el líder de la orquesta solo por ser el sobrino del director. 

Muchos músicos entraron al lugar, pero Himalia seguía afuera observando detalladamente la partitura. En ese momento su amigo la llamó pues estaban por comenzar con los ensayos. 

Lizandro miraba frecuentemente a Himalia con enfado, pero la mujer nunca se percató de aquello, ya que en realidad estaba concentrada en revisar su instrumento. En ese momento Leónidas se acercó a su amiga para advertirle del comportamiento de Lizandro, quien no disimulaba su enfado por lo ocurrido en la florería. 

—No me importa si me mira con desprecio, mejor que lo haga y me odie para que así no se acerque a mí nunca más. —expresó Himalia mientras tomaba asiento —ese tipo me tiene harta y no sé cómo pueda reaccionar si se vuelve a acercar.

—Me preocupa que pueda hacerte daño, es por eso que te advierto que te cuides de ese sujeto, Himalia. —manifestó Leo mientras se percató de que Lizandro seguía mirando a la chelista.

En ese momento llegó el director y los integrantes de la orquesta se prepararon para practicar. La fecha de la función estaba cada vez más cerca y debían hacer las cosas bien. 

Durante los ensayos, Himalia pensaba en Athan y el mal que padecía. Realmente deseaba conocer la razón por la que el joven fue encantado, pero algo más le hacía crecer su intriga: el rostro del muchacho. 

Horas después de ensayar, Himalia recogió sus cosas y las llevó hasta el auto de uno de sus compañeros para que transportara el chelo hasta la casa de la joven. Himalia debía partir a casa de Athan para entregarle otro canasto con frutas. 

La mujer subió a su motocicleta y partió hasta la cabaña ignorando que Lizandro iba detrás de ella para espiar lo que hacía en aquel lugar. Muchos en el pueblo pensaban que quien habitaba la cabaña era alguien malo, otros, como el arrogante músico, creían que la pequeña casa entre los árboles estaba embrujada. Algo que, siendo francos, no estaba tan lejos de la realidad. 

Himalia esperó a que saliera la luna para nuevamente tocar el violín. Esa noche, Athan le dio otro dato sobre él a Himalia: su lugar de nacimiento. Athan, al igual que Himalia, nació en Atenas. La joven sonrió tiernamente mientras tocaba y le respondía a su nuevo amigo lo dicho anteriormente. 



#11749 en Fantasía
#2576 en Magia

En el texto hay: amor, amistad, hechizo

Editado: 10.09.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.