Himalia: Melodías para la luna

10 de abril

Aquel diez de abril, Athan se encontraba al interior de su cabaña pensando en todos esos años que padeció intentando encontrar un músico que salvara su alma. Sonreía mientras envolvía su cuerpo en tela para salir a recoger las hojas secas que poco a poco se iban acumulando en la parte trasera de su morada. 

A lo lejos, el ermitaño veía pasar los autos por la carretera como si esperara a que Himalia pasara en su motocicleta en dirección al teatro. Pero aquella joven chelista se encontraba en su habitación estudiando algunas partituras, en busca de una melodía para esa noche. 

De pronto, Himalia rompió en llanto al recordar las palabras de Athan. Su madre, quien la acompañaba en ese momento, logró escucharla sollozar y se acercó para preguntarle si todo estaba bien. 

—Anoche ese joven intentó hacerme prometer que no sufriría si algo llegaba a pasar, mamá. —Himalia se quebraba aún más mientras su madre, tristemente, la miraba. —Es imposible prometer tal cosa, he hecho hasta lo imposible por cumplir mi misión de salvarlo de ese hechizo.

—Ya verás que todo resultará mejor de lo que ambos pueden esperar. —comentó Elora —no deben pensar en lo malo. 

—Madre, lo que realmente me tiene preocupada es Lizandro. 

Elora se disgustó al escuchar que aquel sujeto seguía molestando a su hija. Pensaba que debía ir con él y advertirle que dejara en paz a Himalia. 

—¿Qué puedo hacer para ayudarte? Dime —pronunció la mujer.

Himalia guardó silencio mientras miraba a través de la ventana el hermoso paisaje. Mientras visualizaba el horizonte, Himalia trataba de imaginar el rostro de aquel hombre. En ese instante tuvo una terrible visión en la que Lizandro atacaba sin piedad a Athan dejando al descubierto su rostro antes del treinta y uno de abril. La chelista no podía soportar aquello y se quebró por completo, llorando y llorando desconsoladamente. Su padre, quien pasaba por la puerta de la habitación, escuchó aquel llanto y rápidamente entró para ver qué le pasaba a su hija. 

 

—Tengo un mal presentimiento, padre —manifestó la mujer y continuó contándole a su padre lo que estaba pasando. 

Erastos al ver lo deprimida que estaba Himalia en ese entonces, pensó que invitarla a dar un paseo le caería bien. La chelista aceptó y ambos salieron a caminar un rato, algo que realmente ayudó a la joven chelista a despejar un poco su mente y pensar con más claridad. El aire puro y los rayos del sol hacían que Himalia olvidara por completo la existencia de Lizandro.  

—¿Sabes qué, papá? —habló Himalia muy motivada — No dejaré que Lizandro se salga con la suya, no importa cuales sean sus planes. 

Pasadas las horas, los Demopoulos regresaron a casa. Himalia esperó hasta el anochecer para partir rumbo a la cabaña de Athan, quien a su vez, se encontraba terminando la pintura que ese mismo día había comenzado.  

Al caer la noche, la joven músico salió rumbo a la cabaña de Athan para cumplir con su parte como era de costumbre. El ermitaño salió a esperarla a la orilla de la carretera, desde donde podía divisar la luz de la pequeña motocicleta. 

Himalia pudo percatarse que aquel hombre la esperaba. Sorprendida, la mujer redujo la velocidad y se acercó a Athan preguntándose cómo sabía el ermitaño que ella llegaría más temprano que de costumbre.

Athan no decía nada, solo sonreía tiernamente como si adivinase que su amiga estaría antes para conversar un poco acerca del hechizo. Aunque actuaba con entera naturalidad, Athan transmitía algo distinto hacia la joven, quien en su momento no prestaba mucha atención, pero que con el correr de la noche se percató de que Athan estaba algo extraño. 

—Muchas gracias por venir, Himalia. 

Athan temblaba sobremanera, por algún motivo estaba nervioso a pesar de que no sabía por qué. Para calmarse un poco, el ermitaño se sentó sobre la enorme roca a mirar la luna. Himalia en ese momento lo observaba con preocupación, lentamente se llevó la mano al pecho y sintió su corazón latir rápidamente como si de algún mal presentimiento se tratase. 

—¿Pasa algo? —preguntó Athan. 

—¿Qué pasará contigo al terminar el mes? 

Athan respiró profundo y volteó a mirar a la luna otra vez diciendo —Supongo que mi alma quedará libre de este maldito hechizo de plata, pero no puedo garantizar de qué modo será. Quizá yo desaparezca o pierda la vida. 

—¿Morir? ¡Por supuesto que no! No pienses en la muerte ahora, Athan. Más bien piensa en lo infinitamente felíz que serás cuando todo esto termine. 

—Adoro tu optimismo, Himalia. —Se hizo a un costado de la roca invitando a la joven a sentarse junto a él para seguir contemplando la luna —¡Ven aquí! Ya es hora. 

Himalia tomó el instrumento y comenzó a tocar una suave melodía mientras que un par de lágrimas brotaban de sus ojos. En ese instante, Athan le comentó que además de pintar, era un buen escritor. Himalia por su parte, le dijo que además de ser músico, adoraba bailar ballet clásico.

Al finalizar, la mujer se puso de pie y no pronunció una sola palabra. Lo único que hizo fue cerrar su ojos mientras lloraba en silencio. Athan notó lo que pasaba y se acercó a ella rodeándola con sus enormes brazos. El chico no paraba de temblar, pero a pesar de sus nervios, parecía disfrutar el hecho de tener a Himalia entre sus brazos. 



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En el texto hay: amor, amistad, hechizo

Editado: 10.09.2022

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