Himalia: Melodías para la luna

12 de abril

Cansada por la presentación de la noche anterior, Himalia se dio un baño y salió al parque que estaba a dos calles de su casa para respirar aire puro. La chelista sentía que las cosas lentamente comenzaban a cambiar, a tal punto que, olvidó por completo la idea de que Athan podía perder la vida si las cosas salían mal. 

La se sentó debajo de un frondoso árbol sin fruta alguna. Era de esos que suelen sembrar en los parques para dar sombra y descansar en su raíz. Himalia, quien llevaba una mochila cargada con pan, jugo de naranja y un clásico libro de literatura universal, respiró profundo mientras observaba su entorno antes de comenzar a leer. 

Sumergida en la lectura, Himalia se alejaba poco a poco de la realidad olvidando absolutamente todo. Sentía que en ese preciso instante solo eran ella y el libro. 

A lo lejos, Leónidas la observaba, pero no quería acercarse para no interrumpir la lectura de su amiga. Así que esperó a que ella hiciera una pausa para ir a saludar. En realidad, Leónidas sentía curiosidad por saber cómo le iba a su amiga con el hechizado. 

Pasados unos veinte minutos la chelista hizo una pausa para observar nuevamente el parque. En ese instante, Leo aprovechó para acercarse a Himalia. 

—No esperaba encontrarte por acá, esperé a que hicieras una pausa para venir a saludarte. —comentó Leo —¿Qué estás leyendo, Himalia?

A lo que la chelista contestó —Las once comedias. 

—Aristófanes, interesante. —comentó Leónidas —¿Cuál lees ahora? 

—Lisístrata. 

Leónidas guardó silencio unos segundos, respiró profundo y con mucha pena le preguntó a Himalia —¿Qué hay del hechizado? ¿Todo bajo control?

Himalia suspiró y sonrió diciendo —Todo bajo control. 

—¿Y esa sonrisa? 

—Anoche estuvo en el teatro viendo nuestra función, no sé cómo hizo para entrar. 

Leónidas le comentó a Himalia que lo había visto cerca del ventanal, pero no le dio importancia y siguió tocando. Luego, Leónidas tuvo la brillante idea de preguntarle a Himalia si estaba sintiendo algo por el sujeto. 

—Es difícil de explicar —respondió la joven —Me siento muy bien cuando estoy con él, pero no siento nada más. Nunca he visto su rostro y no puedo hasta que llegue el último día del mes, así que…

—¿Ni su modo de ser? —interrumpió Leo.

En silencio, himalia pensaba en que tal vez sí sentía algo por Athan a pesar de no conocerlo muy bien. 

—¿Himalia? ¿Pasa algo? —preguntó Leo. 

—No, es que… —suspiró —es muy poco tiempo para sentir algo por él ¿No crees? 

—Tienes razón. 

Himalia guardó el libro, sacó el pan y el jugo y compartió con Leo. 

Mientras los músicos compartían un agradable rato entre amigos, Lizandro iba camino a la cabaña de Athan para enfrentarlo sin razón alguna. 

En ese instante Athan se encontraba recogiendo algunas hojas secas. Cuando de pronto, fue sorprendido por Lizandro. Afortunadamente, Athan tenía por costumbre cubrirse por completo. 

Anonadado, el hechizado, al percatarse de la presencia de aquel extraño sujeto en la cabaña, preguntó —¿Quién es usted? 

Lizandro veía fijamente a Athan —¿Quién eres tú? —preguntó con desdén. 

—Disculpe, pero es usted quien está en mi propiedad. —comentó Athan mientras lentamente retrocedía —Así que, quien hace las preguntas aquí soy yo. 

—Yo soy el novio de Himalia. 

Athan sintió como si un enorme chorro de agua helada cayera sobre él. Un nudo en su garganta le impedía hablar y a través del diminuto espacio entre el vendaje que cubría su rostro, podía ver a Lizandro mirarlo con maldad. 

—¡Váyase! Himalia y yo no tenemos nada. —Athan entró a la cabaña y aseguró puertas y ventanas permaneciendo allí hasta el anochecer. 

A eso de las siete de la noche, Himalia llegó a la cabaña como era de costumbre. La joven ignoraba lo que había pasado, por lo que la actitud de Athan la sorprendió. 

—Antes de comenzar, quiero que me digas algo —habló el hechizado tajantemente —¿Le comentaste a tu novio sobre mi condición? 

—¿Novio? —preguntó Himalia confundida —Athan ¿De qué hablas?

—Un sujeto vino hace unas horas y me dijo que era tu novio. 

—No tengo novio, no se de donde sacas semejante barbaridad. 

Athan suspiró y tomó asiento en la roca —¿Por qué dijo eso?

Himalia le pidió al ermitaño que describiera al sujeto. 

—Cabello castaño, piel blanca, ojos verdes o azules. 

—¿Usa barba? —preguntó Himalia quien ya tenía sospechas de Lizandro. 

—Sí, pero no es tan abundante. 

De pronto, Himalia se enojó sobremanera —¡Maldito Lizandro! —gritó. 

Athan se dio cuenta de que entre aquel hombre y la chelista había una fuerte rivalidad. 

La mujer le advirtió a Athan que debía cuidarse de Lizandro, ya que ella sospechaba que tenía intenciones de intervenir. Poco después, Himalia fue por el violín y comenzó a cumplir con su parte. 



#11757 en Fantasía
#2573 en Magia

En el texto hay: amor, amistad, hechizo

Editado: 10.09.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.