Ese día, Himalia se encontraba en el balcón de su alcoba a eso de las nueve de la mañana, contemplando el lejano paisaje. Mientras tomaba una taza de café, la chelista intentaba calmar su enojo, pues no estaría presente en el concierto de esa noche. En el fondo se sentía culpable, pero su furia por la actitud de Lizandro era más fuerte que ella, por lo que reaccionó de tal manera golpeando la cara del sujeto en dos oportunidades.
El silencio en el interior de su cuarto y el canto de la brisa en el exterior, hacía que Himalia se relajara un poco y siguiera disfrutando de aquel delicioso café. Lentamente, la chelista despejaba su mente y se fue olvidando de la existencia de Lizandro. Pero, en medio de su pacífico momento, unos suaves golpes en la puerta llamaron su atención.
Erastos llamaba a su hija para avisarle que tenía visita. La joven sintió curiosidad y abrió la puerta para preguntarle quién era la persona.
—Su nombre es Teódulo, un viejo amigo de mi padre. —contestó el hombre —Anda, te está esperando.
Himalia salió de su cuarto y caminó detrás de su padre con la curiosidad por saber quién era ese señor y qué quería. Al llegar a la sala de estar, la chelista vio al hombre sentado en uno de los sillones leyendo un pequeño libro.
—Buen día —saludó la joven —me ha dicho mi padre que usted quiere hablar conmigo. ¿Es usted amigo de mi abuelo?
Teódulo levantó la mirada al mismo tiempo que cerraba el libro. Se puso de pie para saludar a la dama y contestó a su pregunta —Eso es correcto. Filogonio y yo somos amigos desde hace muchos años, tu padre no había nacido todavía.
La chelista sonrió y tomó asiento en el sillón que estaba en frente de Teódulo.
—Mi nombre es Teódulo Mavros y soy el abuelo de Athan. —comentó el hombre sorprendiendo a Himalia —La razón de mi visita es porque quiero darte las gracias por lo que estás haciendo por mi nieto. No ha sido fácil para nosotros como familia lidiar con esto, menos para él que fue abandonado por sus padres cuando era muy pequeño.
—Lo siento tanto —dijo la chelista — para mi es un placer ayudar a Athan en este proceso. A veces me preocupa que algo o más bien alguien arruine esto.
—A propósito, estoy aquí también para avisarte que Athan se mudará de la cabaña. Hay un compañero tuyo que se ha acercado a perturbar a mi nieto.
—Lizandro —intervino Erastos, quien se notaba muy molesto.
Himalia comentó —Ya lo he enfrentado, pero no creo que eso sea suficiente para que se quede quieto.
—Por ello le dije a Athan que cambiemos de casa. Yo estaré en la cabaña y él en la mía, que está un poco más al Este. Tu padre sabe la ubicación, Filogonio solía llevarlo allá durantes las pascuas. —expresó Teódulo —no quiero que Athan corra riesgo de ser sentenciado por toda la eternidad por un patán egoísta.
—Me parece una excelente idea. Así será más fácil poder continuar sin temor a que Lizandro aparezca. —Himalia estaba tranquila ya que, si bien Lizandro no se quedaría quieto, el hecho de que Athan cambie de cabaña les dará una gran ventaja para romper el hechizo de plata.
Teódulo se levantó, muy cortésmente se despidió y partió de casa de los Demopoulos hasta la cabaña en la que solía vivir Athan. El hechizado por su parte, estaba en la cabaña de su abuelo, más oculto todavía, más alejado de la carretera, pero con mucho espacio ya que, la cabaña era más grande.
Athan estaba feliz con su nuevo hogar. Tenía un pequeño jardín de rosas blancas. Aquellas flores le recordaban en cierto modo el largo y liso cabello de Himalia. Mientras observaba las rosas, Athan respiraba profundo. Por un instante pensó en quitarse el vendaje con el que cubría su cuerpo, pero esa sería su perdición, pues tampoco podía tener contacto directo con la luz del sol.
Al recordar que no podía hacer aquello que desde joven deseaba, Athan sentía una gran tristeza y en el fondo quería llorar. Pero, sabía que ya la hora de ser libre se acercaba y debía ser paciente.
Así pasaron las horas, la noche llegaba y la chelista se preparaba para salir con su padre a casa de Athan. Al llegar, Himalia se despidió de su padre, pero antes, le pidió a Erastos pasar por ella en dos horas. La joven quería quedarse un poco más para conversar con Athan.
Himalia caminó hasta encontrar la cabaña. El lugar estaba a treinta metros de la carretera, rodeado de árboles y enormes arbustos que no dejaban ver ni siquiera las luces provenientes de la cabaña.
—¡Athan! —gritaba Himalia avisando al hechizado de su presencia.
De pronto, el hombre salió con una bandeja con frutas en sus manos. —Bienvenida, Himalia —caminó hacia ella y la guió hasta el interior de la enorme y rústica casa de madera color caoba. Por dentro, la cabaña tenía buena iluminación y muchos detalles que le daban un estilo neoclásico. Era de esperarse, Athan estaba rodeado de arquitectos y decoradores en su familia.
—¿Te gusta? —preguntó el hombre demostrando alegría por medio de su voz —a partir de hoy esta es mi casa.
—Es hermosa —respondió Himalia mirando con detalle cada rincón de la cabaña —me encanta.
Athan puso la bandeja sobre la mesa junto a la ventana. Se paró al lado de Himalia, cruzó sus brazos y permaneció en silencio. La mujer lo miró, intentó imaginar su expresión por debajo del vendaje color blanco. En ese momento, Athan llevó su mirada hacia ella diciendo:
Editado: 10.09.2022