Himalia: Melodías para la luna

17 de abril

Como Himalia fue suspendida de la orquesta por una semana, pensó en que pasaría más tiempo fuera de casa para despejar su mente. Así que empacó ropa y otros elementos necesarios y bajó por las escaleras, pero fue sorprendida por su abuelo. 

—¿A dónde vas? — cuestionó Filogonio —¿Tocarán en otra ciudad? 

A lo que Himalia respondió: —iré a casa de un amigo. Siempre está solo y quiero hacerle compañía al menos por dos días. 

—¿Es Athan, verdad? 

Himalia asintió y luego dijo —Cuando mis padres pregunten, solo diles dónde estoy. Ya sabes que no me gusta ocultarles nada. 

—¡Qué ironía! —exclamó Filogonio al escuchar la última frase que dijo su nieta —tu padre era lo opuesto, parecía un criminal y por eso me tocaba castigarlo con mucha frecuencia. 

La chelista se despidió de su abuelo y partió en su motocicleta a la cabaña. 

Mientras tanto, Athan quien ignoraba que Himalia iba camino a su morada, se encontraba en la terraza trasera de la cabaña pintando un paisaje que vio en el sueño que tuvo la noche anterior. Allí estaba, concentrado en su arte cuando, minutos después, escuchó la delicada voz de la mujer.

«Himalia, es ella. ¿Qué hace aquí si apenas son las diez de la mañana? ¿Será que le ocurre algo o seré yo quien está delirando al escuchar su voz en el viento?», pensó y rápidamente se levantó para ir a recibirla. Al verla bajando de la moto con su morral en la espalda, se dio cuenta de que no estaba delirando. 

Athan se quedó estático mientras que Himalia se acercaba a él. No dijo nada, solo la miraba al tiempo que ella miraba el vendaje que cubría su rostro. Luego de varios segundos, la chelista pronunció:

—¡Hola, Athan! 

—Hola, Himalia… Yo… 

—¿Sorprendido? —sonrió —vine a hacerte compañía hasta mañana. 

—¿Y la orquesta? ¿Y tus ensayos o el concierto?

—¡Al diablo! No es mi problema hasta el veintidós. Estoy suspendida. 

Athan tomó el morral de Himalia y juntos ingresaron a la cabaña. 

—¿Ese colega tuyo tuvo algo que ver? —preguntó.

Himalia miró por la ventana y suspiró —volví a golpearle la cara, ese energúmeno está tramando algo. Dijo que desde ya debo considerarte muerto. 

Athan por primera vez en mucho tiempo dejó salir una fuerte carcajada. De algún modo, aquello de “considerarse muerto” le parecía un pésimo chiste. 

—Resultó un mangurrián —dijo apenas logrando respirar —¡Ceporrón! ¡Cagalindes! un completo lilipendo, muérgano, pelacanyes. 

Himalia llevó su mirada a Athan diciendo —de hecho, estuvo a punto de golpearme.

Habiendo escuchado esto, el hechizado dejó de reír y miraba fijamente a la chelista —¿Qué cosa? ¿Ese canalla intentó hacer qué?

—Golpearme —repitió la mujer. 

Athan se acercó a la mujer diciendo —Que rece todo lo que se sepa si llega a golpearte, porque seré capaz de matarlo si es necesario. 

Himalia, nerviosa, miraba a Athan. Aunque no podía ver su rostro, podía imaginar su expresión en ese instante. Fue entonces que decidió cambiar la conversación repentinamente. 

—¿Cocinamos algo? —preguntó con una sonrisa fingida intentando tranquilizar al hombre, pues no tenía idea de cómo se comportaba bajo la ira. 

Athan exhaló con fuerza, miró al techo y ahí mismo bajó la mirada hacia Himalia —¿Qué quieres cocinar?

—¡Cualquier cosa! Además, quiero que me enseñes. No soy muy buena en la cocina —confesó la chelista. 

Mientras en la cabaña, la señorita Demopoulos y el señor Mavros pensaban en qué preparar, en el auditorio, los músicos se reunieron para ensayar antes de la función de esa noche. 

Leónidas miraba con frecuencia al puesto de su amiga, pues le hacía falta. Sentía que la orquesta no era la misma sin su integrante más joven. Cabizbajo, se preguntaba qué estaría haciendo Himalia en ese momento, por lo que pensó en visitarla a su casa el día siguiente. 

Al llegar la hora de la función, la orquesta sinfónica dio lo mejor de sí. Los músicos celebraron al finalizar como era de costumbre; con música tradicional de Grecia y vino de uva del más exquisito que sus paladares hayan probado. 

Una de las fagotistas, Macrina, expresó su inconformidad por la ausencia de Himalia. Salvajemente bebió un sorbo de vino y se puso de pie llamando la atención de sus colegas. 

—¡Detengan todo! —exclamó —No me parece justo que estemos aquí celebrando mientras Himalia no está. 

—¿Qué estás haciendo, Macrina? —cuestionó Elián —Aquiles te va a regañar. 

—¡No me importa! — Macrina estaba ebria por las copas de vino, algunas seis o siete en realidad. —no ensayaré más hasta que la chica con cabello de plata regrese a la orquesta.

Leónidas aprovechó, al igual que su compañera dio un sorbo de vino y se levantó —tampoco regresaré si Himalia no está con nosotros. 

—¡Bueno, ya que! —balbuceó Elián haciendo lo mismo que sus compañeros y se puso de pie —no tocaré más hasta que Himalia regrese. 



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En el texto hay: amor, amistad, hechizo

Editado: 10.09.2022

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