Ese día, luego de una larga jornada de ensayos, Himalia salía del teatro junto a varios de sus compañeros. Tenían planeado ir al parque y caminar un poco antes de tomar camino de regreso a sus casas.
La chelista pensó en comprarle un regalo a Athan. Pensó en qué podía llevarle, quería darle algo sencillo, pero que tuviera un gran valor para él. De pronto, vio un estuche de pinceles y una paleta de pintura.
—Este es el regalo perfecto para un pintor, ¿no creen? —preguntó.
Elián respondió —Sin duda. ¿Es para tu novio?
—No es mi novio, es un amigo y ya. —respondió Himalia —se ha portado muy bien y le daré este regalo como muestra de amistad.
Leónidas se acercó a Himalia mientras Macrina y Elián seguían viendo algunos adornos en la tienda.
—Himalia, ¿puedo preguntarte algo?
A lo que Himalia respondió —Lo acabas de hacer —sonrió.
—De verdad —dijo Leo entre risas —creerás que soy un atrevido y que no me debo meter en esto, pero ¿has notado si sientes algo por tu amigo el hechizado?
Himalia frunció el ceño y dudó en responder. Luego de unos segundos contestó —seré honesta, me gusta mucho conversar con él, pero no creo estar enamorada. Apenas llevamos unas semanas y solo me dedico a tocar las melodías para la luna y liberarlo del hechizo de plata.
—Dudaste en responder —comentó Leo —no me engañas. Sabes que en el fondo te gusta ese sujeto. Lo digo porque en la mayoría de los casos, el enamoramiento entre hechizado y músico hace parte del rompimiento del encantamiento.
—Dame un ejemplo para creer en lo que acabas de decir.
—Tus abuelos. —expresó el músico.
Himalia guardó silencio, no supo qué decirle a su amigo pues este tenía razón. La abuela de la chelista era una flautista reconocida en aquel país, y su abuelo estaba bajo el mismo hechizo de plata que en ese instante, condenaba al joven Athan.
«¿Será por eso que yo disfruto tanto su compañía? ¿Será por eso que me siento tan bien cuando estoy frente a él?», pensó.
La chelista se estaba alejando de la realidad, pero reaccionó a tiempo. Luego de hablar con Leónidas, la chica pagó las cosas y se despidió de sus compañeros.
—Nos vemos mañana en el teatro. —dijo mientras se alejaba de los demás y subió a su motocicleta.
Al llegar a casa, la joven le dijo a su madre que necesitaba hablarle. Elora terminó de podar las plantas y tomó asiento junto a su hija en el pequeño comedor de jardín.
—¿Qué ocurre, hija?
Himalia respiró profundo e inició la conversación diciendo:
—¿Es normal que me guste alguien en tan poco tiempo?
Elora pensó y respondió —puede ser posible si hay una fuerte conexión entre tú y esa persona. ¿Por qué? ¿Estás enamorándote?
La joven asintió y comentó que se trataba del hechizado.
—Entiendo. —dijo la mujer —creo que en este caso deberías hablar al respecto con tu abuelo. ¿Quieres que lo llame?
—A esta hora debe estar descansando. Hablaré con él después.
Himalia se levantó y subió a su habitación, esperó un poco y salió de casa para cumplir con su deber.
Minutos más tarde llegó a la cabaña de Athan. Llamó a la puerta y el joven le abrió.
—¡Bienvenida! ¡Pasa!
La chelista entró a la cabaña y percibió un suave aroma floral en el interior del lugar.
—¿Huele bien, no? —preguntó Athan mientras acomodaba el cojín del sillón para que la chelista se pusiera cómoda.
—Me causa curiosidad ver lo ordenado que eres.
Athan fue a la cocina y regresó con un vaso de limonada. Himalia sonrió y agradeció. Luego le contó que había regresado a la orquesta y explicó el motivo.
—Eso le dejará claro a esos dos de qué estás hecha —expresó Athan.
Cuando el reloj marcó las ocho, ambos salieron al jardín y como de costumbre, las suaves melodías para la luna comenzaron a sonar.
Al terminar, Athan contó que su libro favorito era El mercader de Venecia, de William Shakespeare, mientras que Himalia le contó que el suyo era El barco ebrio, del poeta francés Arthur Rimbaud.
Himalia suspiró y guardó el violín en su estuche. Luego dijo —Athan, traje algo para ti. Espero que te guste.
—¿Qué es?
—Entremos a la cabaña. Dejé la bolsa en el sillón.
Ambos entraron a la cabaña e Himalia tomó las cosas, se las entregó a Athan y este, muy emocionado abrió la bolsa.
—¡Pinceles! ¡Una paleta! —miró a Himalia —Eres maravillosa, muchas gracias, preciosa.
Himalia sonreía tiernamente mientras Athan se acercaba a ella para abrazarla.
—Gracias por ser mi amiga, Himalia. —dijo Athan entre sollozos.
La chica llevó sus manos al pecho de Athan y se despidió de él. Cuando la joven partió a casa, Athan aseguró puertas y ventanas y subió a su habitación, en donde, en medio de la noche, lloraba los pinceles y la paleta en sus manos.
Editado: 10.09.2022