Inquietos al no saber el paradero de Athan y compañía, los habitantes seguían tras la pista de los fugitivos. Mientras que al interior de la casa de los Demopoulos, la familia de la chelista apoyaba al abuelo de Athan.
Por su parte, los músicos seguían en su intento de ensayar al aire libre para distraer a los habitantes. Aunque, ya no captaban mucho la atención del público como en un principio, lograban distraer a ciertas personas.
Concentrados en su ensayo, los músicos daban todo de sí convencidos de la existencia del hechizo de plata, gracias a la explicación de Leónidas y la historia con un miembro de su familia mucho tiempo atrás.
—¡Vamos muchachos! —decía Leo animando a sus colegas —¡No se detengan!
Leónidas parecía el director de la orquesta, cosa que enojaba a Aquiles sobremanera. Al ver que su tío estaba cegado por la ira, Lizandro se acercó a las personas que escuchaban a la orquesta para alejarlos y siguieran buscando al ermitaño asesino.
—¿Qué hacen aquí? Deberían estar buscando al asesino ermitaño.
Leónidas no pudo soportar que Lizandro interrumpiera a la orquesta, que más allá de distraer a los habitantes del lugar, también ensayaba para su próxima presentación en dos semanas.
La reacción del músico fue abalanzarse sobre Lizandro y darle golpes hasta el cansancio y hacer sangrar el rostro de aquel irritante sujeto.
—¡Maldito pelacanyes! —exclamó Leónidas —¡Lárgate de aquí!
Lizandro corrió despavorido huyendo de su compañero, sabía que no tenía caso enfrentarlo pues Leo era mucho más fuerte que él. Así que, se ocultó nuevamente en casa de los Anastisiadis y pensó en dónde podría estar ocultándose Athan. Lo que más le daba rabia era saber que Himalia estaba con él.
Mientras las cosas empezaban a empeorar, Himalia y Athan aún seguían al interior de aquella desolada cabaña esperando por una señal divina que les ayudara a seguir en su camino para alejarse más del sector.
El día parecía correr lento, los fugitivos sentían que aquel veintisiete de abril se hacía eterno.
—No podemos seguir así, tenemos que hacer algo. —expresó Himalia comenzando a desesperarse.
—No podemos hacer nada todavía —habló Athan —muchas personas pasan con más frecuencia conforme avanza el día, si salimos ahora nos podrían ver y eso representa un peligro para los dos.
En realidad no tenían nada que hacer, solo esperar a que llegara el anochecer para salir a tocar el violín a las afueras tal y como el hechizo de plata lo ordena.
Al mismo tiempo, los Anastisiadis y los Demopoulos se preparaban para un sorpresivo encuentro en medio de la plaza. Cuando los músicos dejaron de tocar, Lizandro comenzó a repartir fotografías de Himalia diciendo que la chelista de la orquesta sinfónica era cómplice del asesino ermitaño.
Erastos se enteró de lo que pasaba y salió de volada a la plaza en compañía de su esposa y su padre para darle su merecido al arrogante músico.
—¿No te duele el pellejo, Lizandro? —gritó Erastos —supe que Leónidas te dio una paliza y todavía tienes el descaro de seguir en tus andanzas engañando a la gente con algo que solo tú inventaste. Además de eso, ahora señalas a mi hija de cómplice del ermitaño. ¿Ya le dijiste a los vecinos a quién asesinó el sujeto de la cabaña? —luego se dirigió a los habitantes del sector —¿Ya este maldito engendro les mostró pruebas de lo que dice?
—Simplemente esta gente está actuando por querer seguir al menos racional de la familia Anastisiadis. —intervino Leónidas —¡No se dejen engañar de este hombre! Conozco a Himalia desde hace años y ella no es una asesina.
—¿Conoces también al ermitaño? —gritó Lizandro —¿Sabes quién es él?
A lo que Leónidas respondió —ese hombre posee una enfermedad en su piel y no puede tener contacto directo con el sol. ¿Sabías eso? Himalia y yo somos sus amigos y siempre lo apoyamos.
—¿Y por qué razón ella siempre lo visita de noche? —preguntó Lizandro
—¡Maldita sea! ¡Farbullero de mierda! —gritó Leo todavía más enojado, acercándose a su colega para propinarle la segunda paliza del día.
—¡Leónidas! —intervino Erastos —no hace falta. Es evidente que lo hace solo porque mi hija no lo quiere.
Los lugareños miraban a Lizandro con desaprobación, pues se dieron cuenta de que aquel hombre les estaba mintiendo al ver que jamás mostró una sola prueba de lo que decía.
Al caer la noche, a los lejos del sector, Himalia y Athan se preparaban para la melodía. El dato era la materia favorita de la escuela. Athan adoraba la filosofía mientras que Himalia amaba la historia.
Cuando la chelista cumplió con su parte, un fuerte sonido sonó de la nada.
—¿Qué fue eso? —preguntó Athan.
—Mi estómago —contestó Himalia —muero de hambre.
Ambos salieron en busca de frutas, afortunadamente encontraron algunas manzanas y con eso pasaron la noche. Ambos regresaron a la cabaña y esperaron por el amanecer para seguir con su viaje.
Editado: 10.09.2022