Los habitantes del sector dejaron de buscar al ermitaño y la chelista. Pensaron que Erastos tenía razón, si no había pruebas no podían creer que Lizandro decía la verdad. Muchas personas se reunieron y llegaron a la conclusión de que estaban a punto de cometer un error por culpa del músico. Sin embargo, todavía quedaba un pequeño grupo de unas diez personas que seguían creyendo en las acusaciones de Lizandro.
Aquellas personas se reunieron con el músico a escondidas del resto de habitantes. Allí planearon seguir con la búsqueda de los fugitivos al caer la noche. Lizandro les sugirió llevar además de linternas, armamento para defenderse. Para evitar llamar la atención de los otros habitantes, pidió llevar armas cortopunzantes para asesinar a Athan.
Toda una conspiración se estaba llevando a cabo a espaldas de los habitantes, en especial de los familiares de los fugitivos. Lizandro de algún modo quería arruinar a Himalia y Athan sin tener un motivo.
Los Anastasiadis salieron con el resto de personas dispuestos a internarse entre los frondosos árboles para buscar a Athan y su acompañante.
Todo parecía calmarse para la joven y el hechizado, pero la paz para estos dos fugitivos terminó al anochecer. Al llegar la hora para tocar, Himalia tomó el violín y comenzó a producir una hermosa melodía para la luna esa noche.
El dato para esa ocasión era compartir con el otro algo que les gustara hacer. Athan amaba bailar aunque no supiera hacerlo muy bien, Himalia por su parte, adoraba conducir especialmente durante largos caminos.
De pronto, la atención de los chicos luego de terminar, se concentró en un punto exacto de donde provenían voces de muchas personas.
—¿Qué está pasando? —preguntó el pintor.
—No sé, pero algo me dice que debemos huir. —respondió Himalia guardando el violín —no tenemos como transportarnos, así que nos tocará correr.
—¡Demonios! ¿Vienen por nosotros?
—Tal vez, de todos modos debemos tener precaución.
Himalia tomó la linterna que Athan llevaba consigo e inspeccionó un poco hacia donde podían huir.
—Vamos hacia el Norte. —sugirió.
Athan e Himalia corrieron hacia el norte, pero se perdieron a medio camino. Aún podían escuchar las voces de aquellas personas que los seguían en medio de la oscuridad.
Athan estaba muerto de miedo, solo faltaban dos días para romper el hechizo en su totalidad. Aunque, la chelista estaba doblemente asustada, no quería que su amigo quedara condenado para siempre o peor, perdiera la vida por algo que fue causado por Lizandro.
—¿Qué haremos? ¡Estamos perdidos! —comentó Athan con la voz cansada.
—¡Calla, Athan! Ya se nos ocurrirá algo. Por ahora debemos mantener la calma y no dar señales de nuestra ubicación.
La noche corría rápidamente, cosa que era una gran ventaja para ambos fugitivos. Sabían que al salir el sol, sería más fácil para ellos salir del lugar.
Siguieron corriendo hasta no poder más, en su afán por encontrar la salida, Athan e Himalia parecían adentrarse más y más perdiéndose entre los árboles que habitaban el lugar.
—Estamos corriendo en círculos —dijo Himalia —esto está mal, pero muy mal.
En simultánea, los músicos y los familiares de los fugitivos se dieron cuenta de lo que estaba pasando. Un vecino de los Demopoulos alertó que un grupo de personas salió en dirección a la cabaña, así que todos a excepción de la madre de Himalia, abordaron el auto de Erastos y con mucha presteza se dirigieron al lugar.
Leónidas, quien iba con ellos, pensaba en propinarle otra golpiza todavía más fuerte a Lizandro. No toleraba la actitud de su colega y esa era la oportunidad perfecta de descargar su rabia hacia él.
—Si llegamos a encontrar a Lizandro, por favor, déjenmelo a mí. —pidió el músico —yo me encargaré de darle su merecido a ese animal.
—¡Todo tuyo! —exclamó Erastos —porque yo lo mataría y no quiero ir a prisión a causa de ese pelacanyes.
A lo lejos, los hombres a bordo del auto divisaban al tumulto caminando hacia la cabaña abandonada de Athan.
—¿Buscan a mi nieto o a una bruja? Parecen inquisidores —comentó Teódulo —¿Son necesarias las antorchas y los rastrillos?
—Hay uno con una escopeta —señaló Filogonio.
—¡Ese es Lizandro! —aclaró Leónidas —¡Maldito payaso!
Erastos y compañía se preocuparon sobremanera al no saber el paradero de Himalia y Athan. No tenían forma de comunicarse con ellos, así que ocultaron el auto entre la maleza a veinticinco metros del extremo contrario de la carretera, vieron el cacharro abandonado por los fugitivos y corrieron adentrándose entre los árboles para buscar a los muchachos.
Editado: 10.09.2022