Historia de Amor

Capítulo 2: Matilda Campos

“¡Ay Ludwing!” “¡Préstame atención!” “¡Hazme caso!”, escuché como el resto de los muchachos comenzaron a mofarse del pobre de Isaac. A quien había ignorado brevemente por posar mi atención en otra persona, algo que solo él se había percatado. Pero en vez de pasarme la batuta de molestias, optó por recibirlas en silencio.

Era una mañana fría. Mis nuevos amigos y yo habíamos llegado temprano a clases para conversar un poco antes de la llegada del profesor de turno. Por fortuna, Evans y los otros me habían avisado que hoy tendríamos Educación Física, por lo que fue buen momento para volver a vestir el conjunto deportivo de la institución.

Solo había trascurrido un día desde mi regreso al Javier Heraud, y ya me había pasado algo particular. Y eso era la extrema facilidad con la que mi compañera de clases, Matilda Campos, podía atraer mi mirada sin importar lo que estuviera haciendo en ese momento. Me ruborizaba ligeramente al recordar lo bonita que se había visto con el uniforme, y como su cabello recogido con la cinta color verde militar del colegio bailoteaba por los aires con cada movimiento que hacía.

Para mi mala suerte, todavía no había logrado ser capaz de mantener contacto visual con ella.  

- Oye, dibujas muy bonito _las palabras de Ana, la única mujer que se sentaba en nuestra fila, me despertaron de mis alucinaciones, percatándome que esta traía entre sus manos mi vieja libreta de arte. Al mismo tiempo, me informó que todas mis cosas se encontraban esparcidas por el suelo, culpando directamente a Isaac por haber arrojado las mochilas hacia la carpeta sin cuidado.

La secundé en el acto. Este solo atinó a sonreír con sutileza.

Fue muy satisfactorio ser el centro de atención, al menos por breves momentos. Evans y los otros no dudaron en inspeccionar hasta la última hoja de mi libreta, contándoles mientras tanto que mejoré mi técnica gracias a los consejos de mi madre. Sin embargo, dejé en claro que el resto lo aprendí por mi cuenta, impresionándolos aún más.

Y hubiera seguido vanagloriándome, de no ser porque Matilda hizo acto de presencia en ese momento, yéndose con dirección a su pupitre ubicado hasta el final de la fila de en medio, blandiendo sus largos y oscuros cabellos como si de un baile frenético se tratase. Sus curvas semi desarrolladas saltaban a la vista, detectando una ligera capa de labial rojo impregnada sobre sus pequeños labios.

Verla sonreír me llenaba de paz.

- ¿Te gusta Matilda, verdad? _la pregunta de Josel me cayó como un baldazo de agua fría, negándome rotundamente en el acto.

- ¡Estás loco! Ni siquiera la conozco _agregué en mi defensa.

- No necesitas conocerla para sentirte atraído de ella. ¿Pero sabes? No te culpo. Debo de reconocer que esa flaquita tiene lo suyo. Al menos no es una simoneta, tiene una buena retaguardia _las afirmaciones de Alex fueron secundadas por un movimiento raro de manos que simulaban rodear un esférico, riéndose con picardía.

Me entró la curiosidad. Pregunté desde hace cuánto estudiaban juntos, a lo que Frank contestó que era una chica nueva al igual que yo.

- Está viniendo a clases desde el lunes, pero creo que ya se conocía de antes con Stephany  _agregó a continuación, recordándome a la mujer que intercedió por ella durante la clase del profesor Motta.

Traté entonces de observarla. Sin embargo, lo único que vi fue a una mujer recostada sobre su pupitre con un gesto de aburrimiento. Poco después, nuestro profesor se dignó en hacer acto de presencia, pidiéndole al resto de mis compañeros que tomaran asiento prácticamente a gritos, amenazando con dejar fuera de sus prácticas a todos aquellos que no lo obedecieran.

Al juzgar por su apariencia y por la carencia de cabello en la cabeza, pude deducir que se trataba de un adulto mayor. Sin embargo, era paradójico saber que nos enseñaría una clase que de por sí demandaba mucho desgaste físico. Evans lo presentó como Renzo Quintana, mejor conocido como “el profe dragón”.

Ni siquiera quise averiguar el porqué de su apodo.

Luego de tomar asiento en el pupitre de los maestros, “dragón” se aventuró a tomar lista, percatándome mucho después que mí nombre no figuraba en ella, por lo que me dirigí a su lugar para hacer la consulta. Este en cambio, despreocupado de la vida, solo se limitó a preguntarme como me llamaba, apuntándolo al final de la nómina con un lapicero de tinta azul. No era para nada cuidadoso con su redacción. 

De regreso a mi carpeta, vi que Matilda hizo la misma consulta llevando consigo un libro que, valgan verdades, me resultó muy familiar.

Isaac me sonrió con cierta malicia.

Todos acordaron que era el chico más suertudo del mundo, aunque no me quisieron decir el porqué. Solo mencionaron que lo descubriría dentro de poco, y fue ahí que sucedió lo impensable.

Cuando volví a ser consiente de mi situación, ya me encontraba de pie en medio de la clase junto a una sonrojada Matilda. Ambos, preparados para comenzar con los calentamientos de la mañana. La excusa de “dragón” fue que al ser los chicos nuevos, ambos debíamos de cooperar para dar el ejemplo de “buenos deportistas”. O como yo lo entendí, una forma de medir nuestras capacidades físicas.  

Tenía que tratarse de una broma de muy mal gusto, no había otra explicación. El destino estaba conspirando en mi contra.




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