Historia de Amor

Capítulo 14: Quinceañero

Los últimos vestigios del sol comenzaron a opacarse rápidamente por la oscuridad de la noche, marcando así el final de nuestro paseo escolar. Consiente de la hora, la tutora Yanet comenzó a llamar nuestros nombres por orden de lista poco antes de que las puertas del bus fueran abiertas por su para nada agradable chofer.

No tuvo piedad, nos llamó la atención por habernos tardado más de la cuenta en reagruparnos. Aunque eso poco o nada le importó a Matilda, quien cansada no hizo más que apoyar su cabeza sobre mi hombro en silencio. Yo en cambio, observaba curioso como unos temerosos Josel y Alfredo trataban en lo posible de que Stephany disimulara lo embriagada que estaba. Por ahora, iban por buen camino.

Ya dentro de la unidad, mi grupo completo fue a sentarse hasta la parte de al fondo para que no llamaran mucho la atención y si bien, el viaje de ida me resultó estresante, el de venida fue el doble de pesado. El tráfico en las noches era de nunca acabar, sobre todo por aquellas zonas donde el chofer había optado por transitar.

Eran pocos los chicos que conversaban a esas horas, la mayoría ya se encontraba durmiendo o revisando sus celulares en silencio. Si bien, yo también contaba con uno pequeño de color amarillo con negro, casi nunca lo usaba para comunicarme con otras personas. Por lo general, solo graba videos o sacaba una que otra fotografía.

La pelinegra quedó encantada con una que nos tomamos recostados en medio del campo trasero de la “discoteca”. Lucíamos felices, aferrados el uno al otro. En otra, seguíamos en la misma posición con la diferencia de que nos estábamos besando.

Dijo que se me veía genial en todas, respondiéndole con una vaga sonrisa. Sabía que mentía, en realidad no era nada fotogénico.

- Eres increíble, amor _susurró a voz baja mientras me acariciaba la cabeza, volviendo a usar mi hombro como almohada.

- ¿Y eso amor? ¿Por qué lo dices? _pregunté intrigado.

- Por todo lo que hicimos. O bueno… por lo que no hicimos…

Mis ojos, ya acostumbrados a la oscuridad del transporte, me permitieron ver como esta se ruborizaba ligeramente por su comentario. Aunque no era la única, ya que yo también hice lo propio mientras la abrazaba para poder recostarnos por un momento.

Tuve muchos sentimientos encontrados. Era la primera vez que me sentía así de descontrolado por alguien. Recordar cada uno de nuestros besos, caricias y la forma en que me pedía que continuara, contrastó enormemente con aquella escena que vislumbré poco después de que comenzara a levantarle la camiseta.

Ya no era Matilda quien se encontraba recostada en el campo bajo la sombra de los enormes árboles que ocultaban nuestro amor del resto, sino una niñita que temblaba sin mirarme a la cara pero que cuyos instintos de mujer la obligaban a ceder a la fuerza.

Palpé sus piernas. Ambas, cruzadas y de muslos tan firmes como la roca, me advirtieron que algo andaba mal con ella.

No podía continuar, aunque quisiera.

Al final, no llegamos a tener relaciones sexuales.

- No sé si lo recordarás, pero hace un tiempo te dije que yo no planeo perderte. ¡Te quiero mucho, Matilda! Más de lo que me gustaría reconocer, pero por sobre todo te respeto. Además, prometí cuidarte… y un hombre que se digne de serlo nunca falta a su palabra…

La pelinegra no dijo nada, solo suspiró con emoción.

- Cuando me sienta preparada, prometo que te lo haré saber… _su beso posterior, lento y apasionado como los de la tarde, me hizo comprender una cosa. Ambos nos queríamos de muchas formas, y ahora teníamos la confianza necesaria como para demostrarlo.

El resto del viaje lo pasamos descansando en silencio.

Desembarcamos en los exteriores del colegio cerca de las nueve y quince de la noche. Al hacerlo, la tutora nos avisó que oficialmente acababan de iniciar nuestras vacaciones de medio año, despidiéndose poco después no sin antes ordenarnos que fuéramos directo a nuestras casas, perdiéndola de vista al momento de que abordara una de las mototaxis que transitaban por la zona.

Quise despedirme de mi enamorada con un beso en los labios, pero por primera vez se rehusó. No porque no quisiera, sino porque su padrastro nos estaba observando a pocos metros de distancia con una expresión de pocos amigos. Prometimos vernos dentro de unos días, así como también frecuentar nuestras redes sociales más a menudo.

- Oye viejo _las palabras de Alfredo me tomaron por sorpresa_, los chicos y yo nos reuniremos mañana en el polideportivo. Ya le avisamos también al gordito de Evans. ¿Qué dices? ¿Te apuntas?

- ¿Mañana? _todavía traía a Matilda en mi cabeza_. Claro, sí. Dalo por hecho _sentencio de inmediato, chocando nuestros puños.

Isaac, Frank y los otros se marcharon junto al resto de mis compañero de salón dejándome únicamente con un par de chicos de otros salones que aguardaban la llegada de sus padres. Yo estuve a punto de hacer lo propio, cuando caí en cuenta que no tenía conmigo una de mis mochilas, retornando al bus a toda velocidad antes de que otra persona se lo llevara. El miedo estaba latente en mi cuerpo, pensaba en todo lo que de seguro mis padres me dirían si llegaba a perderlo.

Para mi buena suerte, todavía seguía oculto debajo de mi asiento.




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