«Inteligente y juguetón», así describían los Rodriguez a su perro Tobey, en los carteles de se busca, cuando se extravío por segunda vez en primavera.
En la casa de los Rodriguez todos le querían, como cualquier otro miembro de la familia, Incluso el rubicundo y mal hablado de Adrián, con su fobia a los animales.
El patriarca de la familia ofreció una recompensa de cinco mil pesos dominicanos, por el animal y le llevaron perros, como para llenar dos arcas de Noel.
Cansados de que le llevaran perros extraños, retiraron la recompensa y los anuncios de los medios de comunicaciones.
—Tobey tiene un maravilloso pelaje, anochecido como la noche más oscura, sedoso y esponjoso. Da gusto acariciarlo, abrazarlo y jugar con él —decía Andreina, la hija mayor de Andrés, cada vez que salía a buscarle entre gotas de lágrimas.
Un domingo antes de que partiera la primavera, apareció el perrito vivito y coleando. Volvió con su pelo oscuro como la noche astrífera. Pero no daba gusto abrazarlo y jugar con él. Al parecer tenía alopecia, y el pelo se le caía, estaba golpeado y flácido. Lo llevaron al veterinario y en poco meses volvió a recuperar su brío.
Nunca supieron lo que había pasado, pero eso no importaba, el perrito estaba de vuelta. Sin embargo, al poco tiempo volvió a desaparecer, pero esta vez al volver, los Rodriguez no estaban.