Historias de Animales

Hormigas gigantes

 

 

Cuando Carl salió fuera de la colonia quedó turulato, estupefacto y boquiabierto. No podía creer lo que veían sus grandes y salidos ojos. El cuerpo le tiritaba víctima del pánico. Una brisa gélida recorría sus extendidas extremidades, anidaba en orejas, nariz, manos y pies. Sintió un fuerte impulso de salir corriendo, pero tragó profundo y continuó como un cadáver hipotérmico que queda varado mientras se hunde en el mar en un ataúd de cristal.

Cayó súbitamente al suelo por causa de sus trémulas patas. La incertidumbre, el caos y la entropía desordenaban el airado paisaje y en su caótica mente manifestaba un estado de ambivalencia: seguir y morir o retroceder y vivir; pero quería probar su valía.

—Un soldado de las gigantes hormigas nunca retrocede, nunca trastabillar y nunca se rinde —Era su credo, su padre nuestro, su ideología...

Mientras caminaba el cúmulo de cadáveres seguía extendiéndose hasta el mismo horizonte. La silenciosa bonanza que precede a la estrepitosa procela estaba presente, como si el tiempo quedara atrapado en una fotografía. Los espiráculos en los costados de su cuerpo se cerraron al intercambio de gases, le falto aire en su sistema traqueal. No sufría de cardiofobia, más un miedo irracional a un posible infarto le sobrecogió. Sintió un nudo en la garganta que le asfixiaba. Empezó a sentir como su corazón tubular, situado en la cavidad pericárdica, le fallaba, su cuerpo no le respondía; la hemolinfa no se movía atreves de su único caso sanguíneo, la aorta dorsal.

—No quiero morir —se precipitó de forma involuntaria en su boca. Cuando sintió aquel agarré entre una de sus patas; era la parte inerte de una rama seca, casi lo hizo caer y defecar entre aquel traje color castaño; en ese instante pensó por la primera vez en la muerte, temiendo ser mutilado. Era novicio en la milicia, aquel era un acto declarado de guerra y era su primer día de servicio militar en el gran ejército de las gigantes hormigas.

Estaba en tanatosis sin saber que hacer. Un punzón en la fauces del estómago y todo el desayuno salió de su boca. Un acuoso miedo escatológico se derrama desde la pudenda fosa intestinales hasta el exterior, manchándole el uniforme, pero incluso así prosiguió moviéndose lentamente, dando pasos desesperado, sin acción inteligente.

Los dientes le castañeteaban. Estaba allí por orden directa de su madre; la comandante suprema y reina del tablero.

Encontrar aquella terrible escena cubierta de sangre e incontables mutilaciones... había nublado completamente su juicio, lo desconcertó.

—No es para nada como contaban los libros de historia, ni como contaban orgulloso los profesores —musitó entre los dientes.

 Carl no entendía como alguien había tenido el atrevimiento, el valor y la osadía de penetrar en su territorio feudal, enfrentar a la imbatible hueste y vencerle en su colonia; era insólito e inefable lo contemplado por sus destacados ojales

Los pedazos y las vísceras de muchas de sus hermanas perfumaban la estepa, y adornaban los suelos con acento maquiavélico y demoníaco. Ellas habían sido cruelmente decapitas; sin embargo, ninguna especie podría haber vencido al ejército de hormigas gigantes. Es lo que le enseñan en el aula, es lo que dictaminan los libros de sociales e historia y enfatizan los profesores con vasto ahínco. Entonces, —¿Qué demonio ocurrió aquí? —se pregunta Carl poniendo en duda su educación.

El misterio destajaba su enorme cabeza buscando desvelar la incógnita, pescó un leve dolor en la sien. Inmediatamente, después de volver en sí de sus intrínsecas dubitaciones. Emitió por fin la alerta para llamar a otros soldados; fue lo primero que debió haber hecho, pero su inexperiencia y miedo cerval le hizo olvidarlo.

Treinta y cinco segundos después centenas de compañeros de armas buscaban a los invasores. Carl fue el primero en ser embestido por un soldado vestido como él, un clon suyo. La única cosa que lo diferenciaba era el olor.

Carl logró vencer a cinco de los letales clones; sin embargo, en su afán olvido limpiarse las vísceras y los fragmentos; y empezó a oler como los invasores.

Cansado, exhausto y al límite de la hazaña cometida; en los entrenamientos siempre visualizó imposible vencer en uno contra uno. Las batallas se extendían hasta el infinito sin aparente ganador. La estrategia siempre fue superar el número; mientras una sostiene, la otra mutila y decapita; era la técnica infalible, pelear sólo resultaba estúpido, en desventaja suicidio claro y Carl logró vencer a 5 él sólo. Una detrás de otra, enfrentando a dos él sólo. Resultando más sanguinario y gallardo que cualquier hormiga de su colonia.

Cuando alcanzó a ver al coronel y a sus colegas se alegró. Ya no seguiría peleando sólo contra el copioso enemigo; sin embargo, todos le atacaron sin compasión. Las lágrimas de Carl caían como aguacero al airado suelo.

...soy yo, Carl, su hijo, señor —sollozó el pobre soldado, pero él coronel no se inmutó al escucharlo.

—¿Qué dijo?

—Que es Carl.

—No me haga reír, Carl esta con su madre en un ambigú —carcajeó el coronel mientras continuaba ejerciendo presión sobre el cuello del indefenso Carl, cuya disonancia cognitiva como hielo incinerador gangrenaba sus neuronas.

—Soy yo hermanos... Flex, Shia, soy Carl, no me huelen —gimoteó tartamudeando y dejando descansar su mandíbulas y pinzas.

—Papá Carl fue enviada fuera de la colonia por la reina, por mamá.

—Sí, papá, él fue que dio la alarma de intruso.

—¡Qué!

—Señor Ant, ese es Carl, es Carl —grito otro soldado, que corría hacia ellos. Mientras el cuello del joven bisoño castañeteo, cediendo al poder de las fuertes mandíbulas del padre y de sus hermanos; la cabeza terminó rodando por el suelo hasta formar parte de sádico paisaje.



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En el texto hay: humor, pobreza, historia de animales

Editado: 07.04.2023

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