En un bus repleto de gente iban dos chicas. Una de ellas se hallaba de pie, la otra sentada. La de a pie tenía al frente a la sentada, y no se habían dicho nada durante todo el viaje.
Hasta que de pronto, el bus se detuvo a bajar y recoger pasajeros. En eso, sube un anciano que se desplazaba con mucha dificultad. El temblor sacudía su cuerpo y se había demorado mucho, como medio minuto, en pagarle su pasaje al chofer-cobrador. Reanudado el viaje, el viejo buscó algún asiento para él. Por desgracia, todos los reservados se encontraban ocupados por otras personas —necesitadas de ellos—, ni qué decir de los asientos que no lo eran. Entonces, resignado a su suerte y ante las caras cínicas del resto, permaneció al margen de la madreselva de gente.
La chica sentada ocupaba un asiento inmediatamente detrás del último de los reservados. La de a su costado se percató del anciano y del trato insensible hacia él. Así que vio a la muchacha al frente suyo.
—Párate, que se siente el señor.
No percibió reacción alguna. Los que estaban cerca escucharon la petición y el silencio. Sintió incomodidad y eso le hizo levantar más la voz:
—Hey, te tienes que parar, el señor tiene que viajar sentado.
No sucedió nada. Era como si a la chica sentada le valieran esas quejas. La gente ya se enganchaba más el asunto, en cierto gesto morboso. Dado a la aparente insolencia, recalcó, enojada y por fin:
—Oye, ¿qué tienes, ah? No importa si no hay asiento, debes pararte, es un adulto mayor. ¡Salte!
En realidad la chica sentada sí oía todas sus palabras. El problema es que las digería muy lento. Y tras un silencio incómodo, pecaminoso, contestó para gran sorpresa de la de a pie:
—Ok.
Procedió a levantarse y se paró al lado de la otra chica. Las personas cercanas, al darse cuenta del asiento libre, llamaron al viejo para que se siente ahí mismo. La muchacha que había reclamado escrutó a la singular mujer a su costado. Su rostro confundido le preguntaba por qué había obrado de modo tan solemne, tras un sermón en público tan humillante. A lo cual ella respondió:
—Tienes razón.
Mientras tanto, el bus continuaba su camino hacia la metrópoli.