Marcus Miller.
Quería decir que no dormí nada en la noche pero mentiría. Dormí como si nada, como si no estuviera bajo el mismo techo con mi her… con Martin. El cansancio del viaje fue lo que me hizo dormir sin interrupción.
Cuando desperté, Sophie no estaba a mi lado y al notar que eran las ocho de la mañana supe que ella estaba corriendo. No me preocupe en que saliera sola sin conocer las calles, ella había vivido en Los Ángeles y conocía cada rincón, además, necesitaba su espacio, hacía mucho tiempo que no volvía y estar sola era lo que quería.
Baje después de bañarme y me dirigí a la cocina, el olor a tocino llego a mí y las ganas del desayuno me pasaron factura.
Al entrar, la vi a ella, de frente a la estufa donde hacia el tocino, con la espátula en mano y mirando fijamente algún punto de la pared. No había querido pensar mucho en ella desde que había llegado, porque realmente le dolía que ella estuviera allí, con Martin y que tuvieran dos hijos.
—Buenos días.
Llame su atención y ella dio un leve brinco de sorpresa, reaccionando de inmediato para sacar el tocino del sartén.
—No sabía que estabas aquí— dijo después de sacar los tocinos y colocar más.
Me adentre más a la cocina y me senté en un banquillo que había allí.
—Desde ayer estoy aquí. —quise ser gracioso pero fracase.
Ella me dio una sonrisa de labios cerrados.
— ¿Quieres que te prepare algo o esperaras que despierte tu esposa?
—Hace tiempo no como algo preparado por ti— sonreí—. Quisiera recordar viejos tiempos.
Esta vez su sonrisa si fue cálida, animada y yo la repetí. Claire se giró para voltear el tocino y lo pensé. Debía disculparme con ella por la escena que presencio cuando llego con Martin.
—Siento mucho lo que viste ayer…
—Marcus yo… — los dos hablamos al mismo tiempo y ella prosiguió—. No tienes que disculparte, ninguno espero ver al otro.
Asentí y ella sirvió café y le echo tres cucharadas de azúcar. Aún recuerda lo que me gusta.
—Con cuatro de azúcar…— dijo dejando la taza frente a mí.
—Me sorprende que aún lo recuerdes— dije dándole un sorbo—. Pensé que te habías olvidado de mí.
—Jumm— dijo mientras se humedecía los labios—. Yo pensaba lo mismo.
Nos quedamos callados por un momento. No lo iba a negar, trate de olvidar todo lo que paso aquí hace dieciocho años, pero a ella no, siempre me pregunte que había sido de ella.
—Eres lo único de mi pasado que no puedo olvidar.
Ella miro a otro lado y se enderezo. Saco el tocino del sartén y los dejo en un plato, tomo dos tostadas y las dejo frente a mí, después sirvió un vaso de jugo de naranja casi lleno y lo dejo a un lado.
—Martin y tú tienen unos hijos muy lindos— dije viendo a los niños jugar en el patio y dándole un mordisco al tocino que se sentía crujiente en mi boca, jugoso, así como me gustaba—. Que delicia.
Ella sonrió y miro a los niños.
—Son buenos niños.
—Nunca pensé verte con dos hijos— fui sincero, al recordar sus palabras cuando éramos jóvenes—. Tu que decías que…
—Que no quería hijos hasta que encontrara el amor ideal, cosa que no sucedería— término por mí y suspiro—. Lo sé…
—Clar…— la palabra salió de mi boca y ella se estremeció, sabía que le recordaba aquellos momentos juntos—. Está bien que tengas hijos, que tengas una relación estable, pero ¿Por qué con Martin? ¿Se te olvida todo lo que te hizo?— hice una pausa—. No puedo decirte que hacer porque tú eres la que sientes, tu manejas tus sentimientos, si lo quieres no puedo hacerte cambiar de opinión por más que quiera que no estés con él.
Las palabras salieron de mi boca rápidamente, era lo que pensaba pero no quería decírselo, no sabía si había la misma confianza entre nosotros, éramos mayores, teníamos una vida construida, veía en ella que no era la misma joven indecisa que fue.
La vi morderse el labio inferior con fuerza mirando a lo lejos mientras se cruzaba de brazos, había algo que no me decía. Me levante de la silla y tome sus dos manos, la guie a otra de las sillas y me senté frente a ella.
— ¿Eres feliz, Clar?
Espere su respuesta pero ella retiro sus manos de mí, se irguió en la silla y la obligue a mirarme, su piel seguía siendo suave.
—Confía en mí, Clar— dije en voz baja—. Recuerda que puedes hacerlo, eres mi única y mejor amiga. Yo siempre te he apoyado en lo que querías…
—Menos en que este con tu hermano. — me interrumpió ella.
—Sí, tienes razón— trague—. Martin no se merece nada de lo bueno que tiene, él no valora nada— mis palabras hacían que ella apretara sus labios, quería hablar—. ¿Eres feliz con Martin?
La vi dudar por un rato mientras comprobaba que los niños ya no estaban en el patio, sino en la sala.
—Martin quiere a los niños, está atento a ellos pero… — se interrumpió—. No quiero decirlo.
Intento levantarse pero le tome de la mano. Ella no se iría sin que yo le dijera lo que tenía en mente, como su mejor amigo, debía aconsejarla, ella después decidiría que hacer.
Generalmente uno aconseja y la otra persona es quien tiene la última palabra.
—Pero contigo no es así, ¿Verdad? — espere su respuesta y me lo confirmo al sentarse frente a mí, rindiéndose ante la verdad de mis palabras—. Clar, recuerdo que te dije que quería un futuro para ti, algo bueno para ti, un buen futuro, porque mereces ser feliz después de tanto que ha jugado Martin contigo y me doy cuenta que aún lo hace.
Sus ojos se aguaron y yo la abrace, su rostro en mi pecho y sentía sus sollozos, estaba llorando y odiaba que lo hiciera. Claire siempre ha tenido un buen corazón, se entrega mucho y duda de dejar las cosas.
—Hubiera aceptado tu propuesta hace dieciocho años. — dijo contra mi pecho.
—Sí, lo hieras hecho.
—Todo esto habría sido diferente— dijo alejándose de mí y seque sus lágrimas—. No sé lo que Martin busca cada fin cada fin de semana pero siempre termina borracho y llorando en la sala, luego va a la habitación y me busca, me siento un objeto al lado de él.
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Editado: 27.03.2020