Cuando vuelvo a abrir los ojos no sé cuánto tiempo habrá pasado. Lo que sí sé es que no estoy muerta, así que es un gran avance. Estoy en una pequeña habitación, rústica y sencilla. Las paredes son de un azul casi negro y el piso es de madera. Junto a la cama hay una mesita y encima una jarra con agua. No me había percatado hasta ahora pero me estoy muriendo de la sed. Me la bebo de un trago y me quedo contemplando el fondo vacío. Una voz extraña me saca de mis pensamientos.
–... soltarlo.
Su voz es tan clara y suave que me hace relajarme sin siquiera planteármelo. Debería contestar o por lo menos decir algo pero me he quedado tan pasmada con el rostro que tengo delante que no puedo ni siquiera pensar. Es un chico de unos veintipico, de cabello negro y de ojos más negros aún. Me inspira un aire rústico, como esta habitación y profundo como el color de las paredes.
– ¿Qué? –Pues la verdad es que no tengo nada más que decir. No escuché ni una palabra de lo que dijo.
–Ok. –me responde dejando escapar una leve sonrisa de sus labios y al parecer no muy convencido porque la retira al instante. –Olvídalo. ¿Te encuentras mejor?, llevas durmiendo bastante tiempo.
– ¿Cómo llegué aquí? –Sé que estoy haciendo una pregunta pero mi voz es tan leve que apenas yo misma la escucho. Aunque al parecer él me entendió.
– Yo te traje. Estabas deshidratada y débil, en medio del bosque, en temporada de caza. ¿A caso quieres que te maten?
Sus palabras me llegan como un puñal, que se reparte en mi pecho en miles de astillas. ¿Qué estaba haciendo en el bosque? ¿Cómo llegué allí? ¿Quién soy? Demasiadas preguntas y muy pocas respuestas.
– Yo... mmm. No lo sé.
– Vale. Por lo menos podrías decirme cómo te llamas.
– Me llamo... –Y aquí vamos de nuevo con más preguntas sin respuestas. –Tampoco lo sé.