Con toda la sinceridad del mundo, les diré cómo me siento: una completa bola de caca.
Discúlpenme por el lenguaje —no me arrepentía de usarlo, pero tenía modales—, ya que creo es la expresión que describiría a la perfección cómo me encontraba por dentro en esos momentos. Estaba agotada, aburrida, harta de la universidad. Recuerdo que estando en la secundaria me imaginaba una vida universitaria alocada y descontrolada, como en las películas, o al menos cantando feliz como en High School Musical. Pero créanme, todo eso es pura basura. Mi vida en la actualidad se basaba en hacer ensayos, exposiciones y exámenes; puedo jurar que un día explotaría de tanta presión.
Todavía recuerdo cuando mi mamá me despidió en el aeropuerto no hace más de cuatro meses y me dijo, entre lágrimas emotivas:
―Oh, mi pequeña ha crecido tanto ―balbuceó. Tomó mis mejillas y las apretó en un gesto maternal, algo lindo, pero ligeramente vergonzoso si estas en medio de un aeropuerto lleno de personas—. Todavía recuerdo cuando te amamantaba y luego limpiaba tu vomito —Apretó sus labios para evitar soltar un gemido. Reprimí el fruncir mi cara para no expresar cuán incómoda y un poco asqueada me encontraba ante esa imagen―. Cuídate mucho, bebé. Disfruta mucho en la universidad, pero no tanto. Sé que las cosas pueden salirse un poco de control, pero espero que nunca pierdas la cabeza ―Finalizó, abrazándome efusiva.
«¡Si supieras cuánto me divierto siendo el conejillo de indias para mis compañeros, los novatos en canalización, madre!» pensé con ironía. Lo único que podía hacer era respirar hondo, recomponer los hombros y sacar fuerzas ―de donde no tenía— para seguir estudiando y así poder mantener mi promedio. Aunque lo único que deseaba era dormir todo el día. Sí, gran vida.
Revisé el reloj de mi muñeca, mientras me dirigía de regreso al dormitorio de Holly, mi mejor amiga. Las 12:22 a.m. Excelente. Tuve que hacer el trabajo aquí en las residencias de la universidad —aun cuando tengo mi propio apartamento— debido a que a la gruñona que tenía por compañera le molestaban los ruidos que provocábamos y no tuvimos otra opción que realizar el ensayo —interminable― aquí en los dormitorios más pequeños que las casas de los pitufos.
Llevaba en mis manos comida chatarra que conseguí en la máquina expendedora, y finalmente llegué al cuarto, abrí a cómo pude y prácticamente tiré todo en la cama de Holly, en donde también se hallaban desparramados libros, lapiceros y nuestras mochilas. Casi podía asegurar que la pipa que era Holly andaba en el baño, porque aquí no se hallaba.
―Magnifico —murmuré cansada.
Y entonces volteé mi cabeza casi 180 grados. Un ruido proveniente del pasillo atrajo mi atención, quedé viendo la puerta como si ella me fuese a dar la respuesta. Puse los ojos en blanco. El cansancio ya me está provocando alucinaciones. Pero de nuevo se escuchó el ruido, como si golpeasen algo contra la pared y me preocupé. «¿Y si están torturando a alguien?» negué con la cabeza. «Deja de pensar tantas locuras, Emma». Pero de nuevo ese mismo ruido, aunque esta vez más cerca y acompañado por un quejido, pasos apresurados y demasiado ajetreo.
Demonios. Alcancé lo primero que tenía a la mano para usarlo de arma, pero lo único que vi amenazante fue la raqueta de Ash, y si pensarlo dos veces, la tomé y la sostuve con fuerza. Desfilé hasta la puerta y la entreabrí con sigilo. No miraba con exactitud, nada más que una sombra enorme. Luego escuché un gemido, de placer, y al abrir un poco más pude observar la enorme sombra, eran más bien dos personas bien abrazadas y devorándose entre sí. Revoloteé mis ojos, y les lancé una mirada furibunda, aunque era más que obvio que ni siquiera notaban mi presencia.
—¡Oh, James! Entremos rápido, te necesito, osito.
Si, esos cuerpos que se encontraban tratando de entrar al dormitorio 311 con una desesperada lujuria eran Olivia Grunt y James McGee. Uno de los chicos más atractivos de aquí y la popular, el mismo cliché con patas. Son la pareja más inestable de todos los tiempos, y mientras ellos están en el salseo, yo sólo me tiraba su espectáculo carnal desde las afueras de la habitación 307.
Distingo cómo ella trata de abrir la puerta a sus espaldas, pues él la tiene acorralada entre sí y el pedazo de madera; en un abrir y cerrar de ojos entraban y se encerraban con el propósito de hacer algo no apto para menores de 18 años. Acababa de presenciar algo ya normal en estos pasillos. Me sentía pura y virginal al saber que era una de las pocas que no había metido a un chico a su dormitorio —antes vivía en estos pasillos― de la universidad para jugar al papá y la mamá.
—¿Qué haces en medio del pasillo? ―La voz de Holly me hizo saltar sobre mi lugar y toqué mi pecho con mi mano libre. Me dio un susto de muerte—. ¿Por qué tienes una raqueta en la mano? ―Me vio extrañada.
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Editado: 17.06.2019