I Am Brightest

El Amor

Johann colgó el teléfono y se dirigió a Ellie y Andrei.

—Está en casa. Vamos.

Se miraron, no creyeron que sería buena idea ir con él por la presencia de Hansey.

—No es necesario que nos acompañes —Andrei se levantó del sillón.

—Gracias por llamarla, no lo había pensado —dijo Ellie, haciendo lo mismo.

—No, por nada. Oigan, veo que no están bien. Sé que un embarazo puede arruinar todos sus planes, pero deben tomarlo de la mejor manera.

—Ah… todo está bien, Johann. Gracias por preocuparte.

—¿Segura que estás bien?

—No es necesario que te preocupes —intervino Andrei—. No hagas esos comentarios.

—Es que yo los veo muy mal, sé que tenías que irte de viaje y…

—Y ya no lo haré, si es lo que quieres escuchar.

—Oye, yo solo quiero ser amable.

—No, estás siendo un imbécil —corrigió.

Se miraron, estaban molestos.

—¡No te desquites conmigo! —pidió Johann, alzando la voz.

—Deja de meterte en nuestros asuntos.

—Ustedes vinieron a mí a pedir ayuda. Me parece que el imbécil eres tú. Ve a sacar tus frustraciones a otro lado, a mí no me vas a venir a joder.

Ante esto, Andrei se molestó más y estuvo a punto de caminar hacia él, pero Ellie lo detuvo.

—¡No! Tranquilo, no debemos pelear.

Lo hizo caminar hacia la puerta, retirándose lo más rápido posible.

—Tenemos que irnos —le dijo a Johann—, es lo mejor.

La chica se despidió y Andrei no se opuso, caminó a la salida sin decir ni una palabra.

 

Había caído la noche en la ciudad y cada uno estaba en su propio mundo. Azucena llegó a casa y pidió que encerraran a Erick en una habitación. No lo maltrataría, pero tampoco le daría la posibilidad de escapar. Jacob se llevó la máquina de tiempo a su casa, tenía que revisarla y ver cómo funcionaba. Andrea se quedó a dormir en la habitación de su padre, guardando la carta en el bolsillo del saco de su uniforme. Imelda ni siquiera se daba cuenta de su presencia, fue a su cuarto y se preparó para dormir. No le preocupaba para nada ver que su hermano no llegaba a casa, además de que sería la segunda noche que lo hacía.

 

Ellie y Andrei llegaron a la habitación de un hotel. Estaban lejos de casa y ya era tarde para tomar un taxi, aunque esa no era la única razón. A Ellie le pareció mejor alejarse de su casa y de los chicos que estaban en casa de Andrei. Toda esta situación era tan estresante que consideró pasar un tiempo a solas. El joven se sentó en la cama, mirando hacia la nada. Sus pensamientos lo tenían agobiado, ahora las cosas estaban peor que al principio. Emilly andaba por ahí con Hansey, teniendo mucha información del futuro. Ni siquiera sabía lo que acababa de ocurrir esa noche y ya estaba tan mal. Lo que más le dolía era no ser capaz de reparar su propio control. No podía concentrarse. ¿Cómo era posible que se le fuera todo de las manos? Se sintió muy insignificante en ese momento.

—¿Tienes hambre? —Ellie se sentó a su lado.

—No.

La chica suspiró. Estaba triste al verlo así, pero debía ser fuerte.

—Creo que debes olvidarte de todo por un rato —dijo, al abrazarlo— ¿Quieres que te dé un masaje?

Sin esperar una respuesta, se subió a la cama para quedar detrás de él. Comenzó a masajear su cuello y sus hombros.

—No es necesario…

Fue lo único que pudo decir, no tenía ganas de quejarse y se sentía muy bien.

—Es necesario —lo abrazó por detrás cuando notó que se había relajado.

Luego se acomodó para quedar frente a él y, para esto, se le subió encima, quedando sentada en su regazo. Sin quitar las manos de su cuello, le dio un beso. Un beso común que se volvió apasionado por la cercanía de sus cuerpos. Tal vez no era el mejor momento, pero al comenzar a tocarla, metiendo las manos por debajo del vestido, no le importó lo que estuviera pasando. Se sentía bien besarla y tocarla, era inevitable rechazar algo así. Después de acariciarse por unos minutos, él se levantó sosteniendo a la chica, dio la vuelta y la dejó caer en la cama. Estaba dispuesto a seguir, se quitó la ropa y se acercó a ella. Le tomó las manos y las presionó sobre la cama. A diferencia de la primera vez que lo hicieron, ahora era más agresivo. El vestido que ella llevaba le daba la facilidad de desnudar las partes que eran necesarias, haciendo todo de una forma tan rápida y enérgica. Fue una noche llena de pasión. Cuando terminaron, él se acostó a lado de ella, exhausto. Respiró, recuperando el aliento.

—Lo siento, no debí desquitarme.

—Puedes hacerlo cuando quieras —respondió, completamente satisfecha.

Ella lo había disfrutado y él ya se sentía mejor.

 

Al día siguiente. Andrea esperó a que Imelda se fuera a la escuela. Agradeció que se fuera temprano, pudo salir de la habitación y darse un baño. Lo malo es que no había ropa que le quedara, tuvo que usar el uniforme de nuevo.




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