Hoy es el último día que Liza estará conmigo, después de una larga semana a su lado, al fin seré libre.
—Feliz cumpleaños —dice al verme—. Te compré este regalo —sonríe, me ofrece una pequeña caja.
—Qué detalle —acepto. Abro la caja para encontrarme con una estrella; es brillante y plateada, un llavero. Mis sentimientos se revuelven un poco, dejándome helado.
—No sabía que regalarte, creí que un recuerdo de Estela sería lindo —susurra—. Lo encontré en el escondite que me enseñaste, dónde tenía guardadas todas sus cartas, ¿recuerdas? —sonríe para disimular las lágrimas.
—Lo sé, yo le regalé este llavero. —Respiro profundo.
—No lo sabía, pensé que no lo habías visto la última vez que estuviste en casa.
—¿Por qué no la dejas ir? —Cierro la caja—. Te hace daño recordar.
—Nunca dejaré de recordarla, nunca la dejaré ir —llora—, la amaré por siempre.
—Está bien. —Tomo su brazo para abrazarla—. Pero no fue tu culpa y lo sabes.
Verla llorar me hace sentir peor. Me propuse a olvidar el pasado, pero Liza no quiere. Cada año, en mi cumpleaños tengo que revivir su recuerdo una y otra vez. No puedo obligar a mi prima a no hablar de su hermana, aunque quisiera no volver a tocar este tema. No fueron cercanas, no cruzaron muchas palabras, nunca podrá perdonarse por dejar a esa pequeña sola entre tanto caos. Estela dejó muchas cartas llenas de dolor y soledad, ¿cómo no quebrantar tu corazón? Saber que sentía el rechazo y la falta de amor, cuando era solo una niña. Es desgarrador imaginar cada día de su vida encerrada en su cuarto, llorando, sin nadie que la consuele, buscando cualquier rincón donde esconderse.
—Si papá no nos hubiera dejado cuando ella nació, sería diferente, ¿cierto? —Seca sus lágrimas.
—Hay mucho que podría cambiar pero la realidad es la verdad.
—Tienes razón, no debo fantasear. —Sonríe—. Me alegra mucho hablar contigo, gracias. —Vuelve a abrazarme—. Te aprecio demasiado, ¿lo sabes, no?
—Si. —Intento sonreir—. Yo también tengo un pequeño espacio en mi vida para ti —digo en modo de broma, para hacerla reír un poco. Siempre debo aparentar que estoy bien, si no lo hago, no sirvo de ayuda.
—Con uno chiquitito me conformo. —Acaricia su rostro—. Tengo que lavarme la cara.
Sube las escaleras. Una parte de mi quería ser libre de todo este peso. Pero no puedo simplemente ignorarlo y echar la vista a un lado. Ella necesita de mí, así como su hermana en su momento. Suspiro. Es cierto que cansa intentar ser inquebrantable para otros, luego mueres por un descanso. Y termino extrañando lo que era la presencia de Karen, ese alivio, el tenerla a mi lado era el consuelo que ahora necesito. Ya tuve mi momento para dejar mi espíritu desplomarse, y no creo que lo vuelva a tener. Tocan el timbre. Guardo la caja de regalo en el estante de la cocina y me dirijo a la puerta.
—¡Dane! Venimos a celebrar tu cumpleaños —dice Alfredo, junto a Jon y Adan. Muestran alegres lo que traen: bandejas con comida y bebidas.
Creo que Liza querrá que la pase a su lado sin excusas, tendré que rechazar a mis compañeros, como de costumbre.
—Entiendo que no te gustan estas intromisiones tan repentinas —comenta Jon—, pero siempre puede haber una excepción para unos buenos compañeros que quieren ayudar...
—En resumen —interrumpe Adan—, queremos acompañarte en los malos momentos.
—Lo siento chicos, pero... —Corto mis palabras de un susto. Liza asoma su nariz al tocar mi hombro. Volteo, respiro calmado cuando veo su típica cara juzgadora.
—¡Oh! disculpe señorita —dice Alfredo—. No sabíamos que estaban ocupados.
—¿Qué estás insinuando? —pregunto ofendido.
—Ay por favor —ríe Liza—. ¡Soy su prima!
—No dice un dicho: ¿“carne de primo se come”?
—Este chico me agrada. —Señala a Alfredo—. Cuanta confianza en ti mismo; ¡Venga! —invita con la mano—. Pasen, como negarse cuando traen comida tan amablemente.
—Por supuesto, tú mandas en mi casa —digo, al ser ignorado.
Mientras sirven la comida, me ponen al día con las noticias del trabajo. Desde que renuncié, heredaron todas mis cargas, comparado a su ritmo, fue una bomba de estrés que dejé sobre sus hombros. Finjo compasión, pero en realidad me satisface saber que han tenido que trabajar. Ferit es muy considerado con ellos, dejándoles muchas comodidades. Conmigo no era así, como su ahijado, me tocaba afrontar las mayores responsabilidades. Rápidamente cambian de tema, cuentan sobre Majo. Al final su boda se realizó en otro país. Ninguno de nosotros pudo asistir pero aún mantiene la comunicación con el resto. Liza participa en esta conversación, también conoce a Majo.
—Es claro que está molesta —dice Liza—. ¿Compartir tanto tiempo con ustedes y que ninguno vaya a su boda? Que descarados que son, en especial tú, Daniel, que tuviste tiempo libre para ir.
—Lo siento, pero no me emociona la idea de viajar tan lejos para una boda —respondo.
—Diez horas de viaje, es mucho.
—No solo eso, ninguno de nosotros conoce por allá, menos ella, ¿entonces por qué irse así? —pregunta Alfredo, puedo discernir molestia en su tono.
—Digan lo que digan —sonrío—. Sabemos que al único que van a regañar es a mí.
—Si —ríe Jon—. Todavía no te ha insultado porque no tiene como.
—Que negativos son, se acaba de casar. ¿No existe la posibilidad de que esté feliz y no quiera reclamar nada? —Adan intenta defenderla, pero todos sabemos que no va a pasar.
—Por supuesto, nuestra Majo. La mujer más calmada y tranquila que conocemos —agrega Alfredo sarcástico. No puedo evitar soltar una risa.
—Con amigos como ustedes —dice Liza sorprendida—. Parecen hijos de ella.
—Es que se esfuerza mucho en ser nuestra madre. —Asentimos pensativos ante las palabras de Jon—. En fin, quien no está nada contento es Ferit. La pobre Uni vive de un lado a otro ocupada. —Suelta una palmada en mi hombro—. Deberías volver, ese señor vive estresado sin ti y Majo.