— Tessa — volvió a llamarme, esta vez acercándose más — No ha pasado nada. Todo esta bien — insistió — No me he hecho daño. Ha sido una caída tonta que podría haber tenido cualquier otra persona.
No quise escucharle mucho más. Seguí caminando y sentí como Gabriel comenzaba a caminar, intentando ponerse a mi lado. Mis pies iban marcando un ritmo rápido.
No había que ser muy listo para darse cuenta de que Gabriel sufría por su mano. Podría haberme dicho que no se hizo nada, pero al fin y al cabo se había hecho daño. Y bastante.
Y yo, tenía la culpa.
Yo y solo yo.
— Tessa — me llamó aumentando su ritmo, para ponerse enfrente de mi — Basta. No estas bien.
— Déjame tranquila, ¿vale? — supliqué sin mirarlo — Lo único que quiero hacer es irme a casa, con mis padres y con la estúpida de mi abuela, y tú no ayudas.
— Claro que no ayudo — escupió elevando sus brazos — No quiero que te vayas, pero tampoco quiero que estés mal aquí.
— No estoy mal — informé cruzándome de brazos, aún sin mirarle — Solamente que no sirvo para estudiar. No sirvo para este mundo.
— ¿Entonces que haces aquí? — preguntó él, cruzándose de brazos al igual que yo — Si no eres feliz aquí, ¿porque no te vas?
— Porque no quiero abandonar a Teddy — sentí como mi corazón bombardeaba sangre más rápido, poniéndome nerviosa al instante — Porque mis padres han pagado mogollón de dinero para que pueda entrar aquí...
— Sabes que puedes irte de aquí y seguir estudiando desde algún piso, ¿no? — negué con la cabeza y suspiró frustrado — Puedes irte de aquí cuando tu quieras. Por ejemplo, la mansión donde estamos viviendo es propiedad de mi padre, que me permite que mis amigos y yo vivamos ahí. La compró porque está a dos pasos de la universidad.
— ¿Quieres que me vaya de la mansión? — pregunté con enfado — Me iré si es lo que quieres
— No estoy diciendo eso, Tessa — volvió a suspirar rendido — Se lo que es estar aquí, llevo tres años sin parar y se lo que es vivir en un sitio donde jamás descansas. — Hizo una breve pausa, y observó el suelo, triste — Lo que te estoy diciendo es que puedes alquilar un piso fuera de aquí, trabajar en lo que te de la gana y estudiar cuando tengas tiempo — comentó sin levantar la mirada — Mis amigos y yo solemos hacer eso. Todos los fin de semanas nos vamos a la casa que tengo por las montañas, y nos libramos un poco de todo esto. Podrías hacer lo que te he dicho, o podrías venirte con nosotros.
Lo pensé dos veces. Podría rentarme algo con el dinero que estaba recibiendo de mi abuela todos los meses. Buscarme un trabajo y mandar a tomar viento a mis padres.
Pero esto era muy complicado. Era una decisión muy difícil. Sobretodo porque Gabriel había hecho mucho en muy poco tiempo. Me había abierto las puertas de su casa a Ted y a mi. Me había salvado de una muerte segura y además siempre intentaba ayudarme.
¿Que mierdas quería este tío de mi?
Solamente era una persona que se tiraba pedos, que tenía la regla y que cuando la tenía mataba hasta a mis padres en sueños. Era una persona que odiaba depilarse, que odiaba todo lo que conllevaba ser igual a las demás.
Yo era diferente.
Me había criado siendo diferente.
— ¿Qué dices, Pimenova? — cuestionó Gabriel sonriendo — ¿Me harías el honor de acompañarme a mis amigos y a mi, a la casa que tengo en las montañas? Si quieres que te convenza, lo haré sin cuestionar. Hay piscina climatizada. Y además el bosque por la noche es bastante bonito. También podríamos hacerles jugarretas a los demás. Una vez le eché laxante a la comida de Travis, se estuvo cagando cuatro...
— No necesito saber más — bramé cerrando mis ojos, imaginándome a un Travis en un váter cagándose en Gabriel literalmente — ¿Podría venir Ted?
— Eso ni se pregunta — contestó este, volviendo a caminar — Si vienes tú, viene él, es algo parecido a un pack
— Gracias, Gabriel — agradecí siguiéndolo —
— No hace falta que me lo agradezcas, Pimenova — soltó con seguridad — Para eso estamos los amigos, ¿no? Para apoyarse cuando alguien lo esta pasando mal. Y te considero mi amiga, por lo cual, haría esto y mil cosas más.
×××××
Gabriel estaba tumbado en la camilla mientras la enfermera le juntaba una pomada a lo largo de toda la muñeca. Por lo que veía, la mujer no tenía muchas ganas de trabajar.
Pobrecita, lo que le quedaba por trabajar.
Mi compañero apenas se quejaba, y tenía razones para quejarse. La muñeca se le había hinchado y la tenía morada.
Afortunadamente no se la había roto. Solamente se la había torcido un poquito más de lo normal.
Después de que la enfermera suspirar a por décima vez, se levantó dejándole el camino libre a Gabriel.
— No podrás hacer deporte esta semana — informó la mujer quitándose los guantes de látex — Intenta moverla lo mínimo posible, no queremos que se rompa, ¿verdad?
Gabriel sonrió y se levantó de un salto, acercándose a mí.
Ahora tenía la cara más alegre, se notaba que el dolor había disminuido y que estaba muchísimo mejor.
— Se lo comunicaré a mi entrenador — prometió él, ofreciéndome su mano para que me levantara de la silla donde me había acomodado — Gracias.
Acepte su mano y empujó de mi, levantándome. Se acercó a la puerta y sin soltar mi mano esperó a que yo pasara primero para cerrar la puerta después él.
Que caballeroso, Jesús.
Comenzamos a caminar de vuelta al patio, donde Pedro me esperaba para echarme la regañina que no me habían echado en mi vida.
Puto profesor. Que harta estaba de ese cabron.
— Hablaré con Pedro, no te preocupes — soltó leyéndome la mente. Abrí los ojos sorprendida, haciéndolo sonreír — Se te ve en la cara lo indignada que estás, no hay que ser muy listo Tessita.
— Retira ese apodo, engendro del mal — grité horrorizada.
Gabriel se lo tomó a juego y empezó a gritar Tessita por todos los pasillos. Corrí detrás de él, haciéndolo sonreír y este comenzó a caminar rápido para que no pudiera atraparlo.
Pensaba que me molestaba ese apodo pero en el fondo me hizo sonreír.
Gabriel me hizo sonreír.
×××××
Tiempo después
¡Al fin era viernes! Al fin podría dormir sin que nadie me molestara para despertarme por las mañanas.
Al fin podría dormir un día entero. Al fin...
— Tessa — llamó mi tan amado mejor amigo, poniéndome de los nervios — ¿Has hecho tú maleta? Te recuerdo que nos vamos dentro de una hora...
— Vete a chuparla, Ted — grité desde la cama, interrumpiéndole —
— Déjate de gilipolleces — soltó golpeando la puerta — ¿Otra vez has puesto la mierda de cerrojo? ¡Llamaré para que te violen, puta!
— Déjame tranquila
Se escucharon unos pasos alejándose de mi habitación. Repiré profundamente. Menos mal que me había dejado de dar la lata.
Que le follen.
Me acurruque más en la cama y suspiré cansada.
Amaba esto.
La puerta se abrió y chocó con la pared, levantándome de golpe
¿Qué cojones?
— ¿Estás bien? — cuestionó Jaden entrando en la habitación, exasperado — ¿Cómo estás? ¿Que ha pasado?
— ¿Que que ha pasado? — chillé levantándome de la cama — Que has reventado mi puta puerta porque te ha salido de los malditos cojones, gilipollas.
Me importó una mierda que me observara con los pantalones cortos que llevaba en mi cuerpo. Y mi camiseta de tirantes que no dejaba nada a la imaginación.
A la mierda.
Seguramente habría visto más tías así.
— Tessa, yo... — comenzó a hablar, pero veinte pasos lo interrumpió —
— ¿Que ha pasado? — preguntó Gabriel entrando en mi habitación, observando la puerta con los ojos abiertos — ¿Y esto? ¿Te has vuelto loca, Tessa?
¿Que si me he vuelto loca? Me voy a cargar en tu puta cara, mamón de mierda. ¿Que culpa tengo yo de que tu amigo sea un gilipollas anormal? Ninguna. Absolutamente ninguna.
Y aún así me echas las culpas.
— No ha sido Tessa, ha sido Jaden — justificó Teddy entrando en la habitación — Le he dicho que Tessa tenía un problema, y corrió hasta aquí.
— Yo pensaba que era grave... — intento remediar Jaden, agachando la cabeza —
— Llamaré a alguien para que arregle esto — aseguró Gabriel — Ahora vamos a seguir con las maletas. — Le dejo paso a Jaden para que saliera de la habitación, y detrás salió Teddy — ¿Todo bien, Tessa?
Asentí con la cabeza y este repitió el mismo gesto.
Todos se fueron de la habitación menos Teddy, que volvió a entrar. Este sin decir ni una palabra comenzó a guardar unas cuentas camisetas en la maleta que se escondía debajo de mi cama hasta que Teddy la encontró.
Me quedé un poco de piedra al verlo tan triste, tan culpable mientras recogía mis cosas.
— Teddy, no pasa nada — le dije acercándome a él, lo golpee en el hombro, intentando hacerlo reír — Te quiero, eres mi mejor amigo, y no ha sido tu culpa, ¿Vale?
Este asintió no muy convencido y siguió guardando mis cosas en la maleta.
Llegaba la hora de irnos.