Impredecible

Capítulo dieciocho.

    Paré el motor en un camino a un lado de la carretera antes de meterme en la autopista. Apoyé mi cabeza en el volante mientras los coches pasaban a toda velocidad a mi lado. Intentaba ordenar todo en mi cabeza, toda la información que Alex había soltado. ¿Cómo era tan fácil para él? Y ya  no sólo el hecho de contarlo, sino el hecho de saber que pudo salvar a Sophia y no hizo nada. Se guardó, probablemente, los últimos minutos de su vida para él y no hizo nada para salvarla. Bebí un trago de agua para remediar el nudo en la garganta que me dificulta respirar, pero fue imposible. Revisé mi teléfono y mi madre todavía no había contestado. Eliminé el mensaje que le había mandado, eliminando al mismo tiempo el tener que explicarle todo al volver a casa. Me miré en el retrovisor: tenía la máscara de pestañas sobre mis ojeras y los ojos un poco rojos. Ir a ver a Alex no me había servido. Sólo había perdido el tiempo y la esperanza de recuperarlo. Habíamos estado juntos unas cuantas semanas. Fueron pocas pero bastante intensas y el dolor que me había dejado habían durado más que nuestra relación. Mi madre, dentro de las pocas cosas que se atrevía a decirme, decía que Alex no me merecía. No merecía ni una sola parte de mí. Y, en aquel coche, sola, en un sitio que prácticamente no conocía, me di cuenta. Le había dado todo a Alex, otra vez, y no me había devuelto nada. Sólo un puñado de mentiras sin sentido alguno.

Después de otro rato buscando el sentido a todo lo que Alex me había contado, decidí volver a casa. Con cada minuto que pasaba me arrepentía más de lo que había hecho. Me arrepentí de ver a Ella esa mañana y de perder un día de instituto pero sobre todo me arrepentía de haber ido a Stamford. Alex no me había pedido ayuda. No tenía que haberle tendido la mano. Ni el corazón.

Llegué a casa lo suficientemente pronto para que mi madre pensara que había estado en casa. Entré a la cocina y mi hermano me miró con signo interrogante. Giré mi dedo índice en señal de “luego te lo explico” y seguidamente me llevé el mismo dedo a los labios para hacer que no dijera nada. Asintió brevemente y mi madre me preguntó sobre cómo me había ido el día. Le dije que bien. Volví a mentir, algo que, para mí, se había vuelto algo cotidiano. Cuando terminamos de comer, mi hermano me siguió a mi habitación. Antes de que dijera nada, me aseguré de que mi madre no se encontrara en la planta de arriba y cerré la puerta. Le hice sentarse en la cama y me dispuse a explicárselo todo. Después de Navidad, mi relación con Serena ya no era la misma. Había roto con Alex y ya no tenía a Julia. Mi hermano se convirtió en mi fiel confidente y en, prácticamente, la única persona en la que confiaba plenamente.

-He estado con Alex- solté de repente.

-¿Dónde?- preguntó ansioso.

-Esta mañana, al montarme en el coche, unas ganas terribles de saber de él me invadieron. No pude resistirme y acabé visitando a su madre. En resumen, me pidió que fuera a verle. Me dio una dirección y ésta me llevó a Stamford- le expliqué detenidamente.

-¿Stamford?- repitió más ansioso.

-Cállate, dios- me quejé-. Está en casa de su tía. Bueno, una casa, no es. Es como una mansión enorme.

-¿Y qué está haciendo en Stamford?

-Supongo que huir de Washingtonville. Pero en realidad huye de mí. Se lo he notado en la cara en cuanto lo he visto.

-¿Se ha mudado sólo para no verte?- preguntó extrañado.

-También va a un psicólogo allí- expliqué-. Pero eso no es lo importante. Lo importante es lo que me ha contado.

-¿Qué te ha dicho?- suspiré un momento e intenté decirlo con delicadeza pero sin perder nada de la historia original.

-La noche en la que Sophia murió, Alex volvió a casa de Sophia a buscarla y la vio muerta en la calle.

-¿Qué?- dijo con los ojos como platos.

-Entonces, Alex, en vez de ayudarla o llamar a los paramédicos, se acercó a ella y se fue a su casa.

-No puede ser- dijo atónito.

-Lo sé- respiré hondo-. He ido a Stamford a intentar aclarar mis ideas y he vuelto más confusa de lo que ya estaba.

Decidí guardarme el tema de la pesadilla. Ni siquiera yo me lo creía y tampoco estaba preparada para contarle algo así a mi hermano. Tanto como si fuera verdad o mentira, es algo que Alex me contó sólo a mí y no podía fallarle. Aunque ya lo había hecho contándole eso a Luke. Pero no podía guardármelo para mí sola.

-¿Qué vas a hacer?- preguntó.

-¿Qué quieres que haga?

-No sé.

-No pienso hacer nada al respecto. Me arrepiento de haber ido hasta allí. Tengo que pasar página. Ya no merece la pena.

-No pareces segura.

-Es que quiero a Alex- dije contundente-. No es fácil.

-Siempre me sorprenden estas cosas.

-¿Qué cosas?

-Pues, esto. ¿No es- hizo una pausa-. especial que dos personas coincidan en el mismo lugar y al mismo tiempo y que ambas se quieran? ¿Por qué, si os queréis, hacéis todo así de difícil?




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