—¿Rubí?, ¿Qué te pasa? estás muy pálida —la voz de Antonella me sacó de mis cavilaciones—. Entraste al residencial como si hubieras visto un fantasma. —Su expresión preocupada hizo que mi ansiedad crezca, mientras ella puso sus manos en mi rostro al ver mi reacción
—N-necesito tranquilizarme —balbuceé casi temblando.
—¿Segura que estas bien?, ¿necesitas tu inhalador?, ¿lo traes contigo? —habló con cautela y cuidado. Como si estuviese hablando con una loca, y eso me enojaba, porque ni si quiera sabía si era verdad o era mentira, creo que estoy perdiendo con totalidad la cordura.
—S-Si —tartamudeé mientras buscaba en los bolsillos de mi chaqueta el inhalador, hasta que encuentro el pequeño aparato. Me lo llevo a la boca y presiono el botón para inhalar una bocanada de medicamentos. El alivio es inmediato, y eso ayuda a que mis nervios alterados se relajen.
En ese momento abrí la puerta del apartamento ya que no había entrado aún, porque después de huirle a aquel extraño, me quedé rondando por los pasillos tratando de tranquilizarme, para que mi tía no me viera en ese estado.
—¿Qué pasa?, ¿te encuentras bien?, ¿quieres ir a la enfermería? —su interrogatorio volvió inmediato cuando terminé de inhalar ese aparato, sin embargo después de hacerlo, el miedo no se va.
—¡No! —exclamé casi gritando –,estoy bien. Yo sólo… —negué moviendo la cabeza—. No sé qué me ocurre —me apresuré a decir subiendo mis hombros, y ella no parecía muy convencida con mi declaración, así que traté de regalarle una sonrisa; sin embargo, estoy casi segura de que luce más como una mueca—. Antonella —me escuchaba muy dudosa—. De verdad, ¡Estoy bien! — me obligué a esbozar una sonrisa aún más grande que la anterior—. Créeme, Antonella estoy bien. —Ella asintió no muy segura, pero sé que puede intuir que algo me ocurre.
—Vengo a recordarte que mañana es la fiesta. —Rodeé los ojos al cielo, cuando ella me recordó que debía ir a ese lugar.
—No me siento bien, no sé si podré ir —me sinceré con ella.
—No voy a permitir que me hagas esto otra vez. Si me dejas plantada o me cancelas de último minuto, Rubí te arrastraré por toda la ciudad —quiero protestar y decir que nunca prometí nada, pero me trago las palabras mientras mascullo una queja, odio la simple idea de arrastrarme a lugares de perversión, tentación y lujuria.
—No me pongas esa cara, esta vez, es una reunión más —hizo una pausa buscando la palabra indicada—. Tranquila, es una fiesta de antifaces y habrá muchas personas inclusive muchos millonarios, será algo elegante —me explicó.
(…)
Al terminar de cenar, Débora anunció que me dejará ir a esa fiesta siempre y cuando Antonella me traiga a casa sana y salva. Sé que sólo ha mencionado eso porque necesita imponer su autoridad como la figura materna que trata de asumir, así que la dejo poner las reglas y condiciones respecto a mi salida nocturna. Antes de irme a la cama.
Mi día comenzó con una llamada temprana de Antonella. Apenas puedo recordar qué fue lo que dijo, pero estoy más que segura de que amenazó con asesinarme. No la culpo, tiene años invitándome a fiestas, y siempre la dejo plantada.
Después de colgar volví a quedarme dormida, y no desperté hasta que la que la manija del reloj apuntó las 6 de la tarde, sin duda dormí lo que no había dormido en días.
Me obligué a levantarme de la cama, con el ánimo por el suelo para dirigirme hacia el baño, tenía que alistarme para ir a esa dichosa fiesta, y no defraudar a mi amiga.
Mientras restriego mi cuerpo con la esponja, no puedo evitar tener un vistazo de la piel enrojecida y destrozada de mis muñecas. Las heridas no han cicatrizado en lo más mínimo, la delgadez de la piel la hace lucir como si fuese papel a punto de romperse, y mi estómago se revuelve con sólo pensar: En la cantidad de cosas extrañas que han estado ocurriendo en mi vida, en los últimos años después de la masacre.
He tratado de no pensar demasiado en ese incidente pero cuando lo hago, la opresión dentro de mi pecho es insoportable. No logro concebir la sola idea de no poder recordar nada sobre esa día, y eso sólo hace que las dudas acerca de mi cordura, me invadan una vez más. Empujé esos oscuros pensamientos hasta lo más profundo de mi mente, y me concentro en terminar de ducharme.
No quería volver a llorar, ya estaba harta de hacerlo. Al terminar me envolví en una toalla y caminé hacia mi habitación pero algo llamó mi atención, era un vestido rojo encima de la cama.
«No puede ser» traté de convencerme pero era tan parecido, es más podría decir que era idéntico como el que usaba mamá, era su vestido de gala favorito.
Lo tomé con mis manos sintiendo la suave tela de seda en mis dedos, llevé el vestido hacia mi nariz, y mis sospechas eran ciertas, habían pasado varios años pero aún su olor seguía impregnado en esa prenda de vestir.
Sorprendentemente su perfume no se había desvanecido del vestido. Mi sorpresa era tanta que no podía creerlo, miré a mi alrededor pero nadie estaba cerca.
«¿Quién lo habrá dejado aquí?, ¿Y cómo lo consiguió si la mansión donde vivíamos había quedado en cenizas?» miles de preguntas llenaron mi cabeza, y me aturdieron hasta que me sobresalté al escuchar el tedioso sonido de la alarma, que me informaba que: Me quedaba poco tiempo para alistarme.
Tomé el vestido y decidí ponérmelo, al mirarme en el espejo me sentía rara, miles de recuerdos con mi madre me llenaron de melancolía, mientras desenredaba mi cabello largo con un cepillo.
—Te ves hermosa —me asusté al escuchar una voz, y al instante me volteé, y vi a Erick apoyado en el marco de la puerta con los brazos cruzados, mirándome fijamente—. Sin duda te pareces a mamá —afirmó acercándose a mí tomando mis dos manos.
—¿Fuiste tú que conseguiste el vestido verdad? —él no respondió, solo me sonrió como respuesta—. Perdón creo que era más que obvio, ¡Gracias! —lo abracé fuerte con una sonrisa sincera—. De verdad gracias, no sé cómo lo conseguiste, pero es el regalo más lindo que me han hecho en tanto tiempo. Claro que debo ajustarlo un poquito más a mis medidas pero, no sé qué decir.