Indomable

I. ELEGÍA

Significado de elegía: composición lírica en la que se lamenta la muerte de una persona o cualquier otro acontecimiento infortunado.
 

A veces de me dan ganas de llorar,
 


 

pero las suple el mar.
 


 

—José Gorostiza, ELEGÍA
 


 

Lastres era un pueblo tranquilo. Una de las zonas costeras más escondidas y olvidadas del país español. Con una escasa población de 1200 habitantes, Lastres era un lugar calmado.
 


Hasta que llegaba el verano.

Esos tres meses indispensables para el comercio y el turismo del pueblo.

Esos tres meses que suponían un infierno para la mayoría de sus habitantes.

La cifra de 1200 pasaba a ser 21000. ¡21000 personas! Parecía imposible que entraran tantas en el minúsculo pueblo. Pero lo que sí era imposible era pasear tranquila por sus callejuelas durante el verano.

—Joder. —Mascullé molesta mirando a la marabunta que había a mi alrededor.

Dejé de correr para ir a un paso más lento. Si iba a paso rápido lo más probable es que terminase chocando con veinte personas como mínimo.

—O vamos por otro lado o no vamos a poder correr más. —Habló tranquilo mi primo Héctor.

—Yo no me quejo. —Le siguió Donna. —He visto a más tías y tíos buenos de los que puedo contar. Se agradece bastante. Ya me estaba aburriendo de los mismos de siempre.

Héctor no respondió, simplemente soltó una carcajada ahogada.

Yo, concentrada en esquivar a un niño demasiado pendiente de su helado, la respondí sin girarme para mirarla: —¿En serio? No me digas. Como si no nos hubieras hecho cambiar nuestra ruta de siempre para seguir a un grupo de chavales.

—Tal cual. —Fue lo que dijo mi primo.

—Es la última vez que me dejo convencer para invitarla, por mucha pena que te dé, Héctor. —Me giré para ver que mi primo intentaba disimular una sonrisa.

Donna se llevó la mano al pecho.

—Pero ¿de qué vais? Parece que os habéis aliado contra mí.

Héctor se río y respondió que quizás.

—Para vuestra información, es que ese grupo de chicos era muy de mi tipo. —Donna se defendió y yo puse una mueca.

—Ya sabemos que te van mucho los que parece que te van a sacar una navaja, pero no nos hagas seguirles. No vaya a ser que nos acuchillen de verdad por acosarles. —Aceleré el paso para no escuchar las quejas de Donna.

Me metí por un callejón que llevaba a un camino que la mayoría de los turistas no conocían. Daba a la playa. La preciosa playa de Lastres. El agua era cristalina y lo suficientemente fría como para refrescarnos después de haber corrido más de una hora.

Antes de que dijera nada, Héctor se me adelantó: —¿Y si vamos ya a la playa? Yo ya estoy agotado, paso de seguir corriendo con este calor.

—Sí, yo también.

—¿Traéis los bañadores? —Preguntó mi primo. Ambas asentimos. —Bua, Nusa, primera vez que no se te olvida. —Le miré mal. Estaba lo suficientemente agotada y sin fuerzas para hablar como para decirle que las últimas veces que <<lo había olvidado>> había sido realmente que no lo había querido traer. Además de que era mejor guardármelo por si me lo quería dejar otra vez.

Adoraba bañarme en el mar porque entre el frío y el sonido de las olas rompiendo en la orilla, terminaba relajándome por completo. Pero, claro, eso era solo si iba sola. Yendo con Héctor y Donna la cosa cambiaba bastante. Entre aguadillas constantes, esos dos peleándose por cualquier cosa, y que la competitividad de Donna me tuviera haciendo el pino hasta querer quedarme bajo el agua y ahogarme, era imposible relajarse. Todo lo contrario.

Por eso prefería venir sola siempre que pudiera, y no con ellos. Que, entonces, prefería quedarme en la arena leyendo o grabándoles.

Pero esa mañana, al despertarme y mirar el tiempo, había visto que empezaba una ola de calor, y con treinta y cinco grados me iba a tener que meter sí o sí.

Caminábamos en silencio, respirando la tranquilidad que por fin nos rodeaba. Era eso y el hecho de que hacía demasiado calor como para mantener una conversación.

Para cuando me quise dar cuenta, ya habíamos llegado.

La arena de la playa no tardó en colarse en mis deportivas y hacerme cosquillas en los pies.

Los tres nos quitamos las deportivas y las dejamos junto con nuestras mochilas y nuestra ropa no muy lejos de la orilla.

—Ahora vuelvo. —Héctor se alejó con el bañador en la mano. Iba a ir a cambiarse detrás de unas rocas que había cerca.

Era incómodo para Donna y para mí correr con el bikini puesto, otro motivo más por el que no me gustaba traerlo, pero para Héctor era directamente imposible correr con el bañador puesto.

El camino secreto tenía una peculiaridad más, y era que era el único acceso a la zona pequeña de la playa en la que nos encontrábamos. Y al solo conocerla la gente del pueblo, casi nunca había más de veinte personas. Hasta parecían excesivamente pocas, pero no si tenías en cuenta que la mayoría de los habitantes eran personas muy mayores.

Donna sacó una toalla pequeña de su mochila y la estiró sobre la arena. Yo la copié.

—Mañana hay una fiesta en casa de Guille. Justo esa. —Dijo señalando la casa que estaba detrás de nosotras. Me giré para mirarla.

Solo había dos casas en esa zona. La de los abuelos de Guille, que pasaban más tiempo en cualquier otro lugar del pueblo que en ella, y otra que nadie había comprado, en la que la gente, según me había contado Héctor, se solía colar cuando a Guille no le dejaban hacer fiestas en la suya.

Ambas eran preciosas. Al menos lo que se podía ver desde fuera.

Yo nunca había entrado en ninguna de ellas, pero podría ser que este verano lo hiciera. Me había propuesto salir con más gente, y no solo con mi primo y mi mejor amiga. Y, al parecer, la casa de Guille era el lugar más indicado para ello.

—Recuerda que me prometiste que irías a alguna de sus fiestas.




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