Consigo salir de la cafetería y empezar a caminar sin rumbo por los pasillos; lo único que quiero hacer es desaparecer, alejarme completamente de la vista de todos. Quiero estar en mi casa, hundida en mi cama y poder dejar salir mi frustración y de paso las lágrimas que me han estado picando en los ojos. Pero no lo hago. No lo hago por dos razones: la primera, porque eso es justo lo que desea quién quiera que sea que está detrás de esto, quiere verme derrotada y rota, y no pienso darle esa satisfacción. Y la segunda: no quiero que mi padre me vea así. Y eso es suficiente para convencerme de enfrentarme a la realidad.
Sigo caminando sin rumbo fijo hasta que mis ojos dan con las puertas que llevan hasta las canchas donde el equipo suele entrenar para los partidos. Atravieso las puertas y el aire fresco es bien recibido en mi rostro, me ayuda a despejar un poco la locura que traigo en la cabeza. Avanzo hasta las gradas vacías y me siento lo más lejos posible de la entrada. Aún queda al menos media hora de almuerzo y necesito serenarme. Inclino mi rostro hacia el cielo y cierro los ojos dejando que la brisa se lleve todos mis malos pensamientos, me borre los recuerdos indeseados y me arme de valor para a entrar a la facultad.
El sonido de pasos me pone en alerta, lista para irme, pero cuando me levanto una voz conocida llega a mis oídos.
―¡Eh! No tienes que irte. No te quería asustar.
El entrenador Jenkins se encuentra frente a mí llevando un uniforme azul noche y una gorra roja sobre su cabeza que hace difícil que se le vean los ojos. Tiene una planilla en mano y, cuando me atrevo a ver más allá noto que hay un montón de balones apilados en un extremo de la cancha, lo que solo puede significar que están por llegar los jugadores.
―Esta bien, estaba distraída.
Él parece un poco incómodo con la situación, así que nuevamente hago el amago de ponerme de pie y así evitar un momento vergonzoso. Dios sabe que esos no me faltan. Sin embargo, él, al ver mis intenciones coloca una mano sobre mi hombro evitando que me levante.
―He visto que ha salido nuevamente.
No tiene que decir más, sé exactamente a que se está refiriendo. Hago una mueca y asiento en su dirección. No sé qué se supone que debo decir al respecto, esto es algo que está más allá de mí. Y lo que han mostrado hoy… Simplemente ha sido demasiado.
―Sé que dijiste que no, pero debo insistir en ir a hablar con el rector. ―Mi cuerpo se tensa al escucharlo y él lo nota de inmediato― No voy a obligarte, Gabriel. Solo creo que no deberías soportar esto.
Cierro los ojos y dejo salir un suspiro cansado de mis labios. Aunque soy muy consciente con quien estoy hablando y que es un profesor, el hecho que sea tan joven y la manera que tiene de hablarme hace que me sienta a gusto con él. Así que le contesto y trato de ser lo más honesta posible en mi respuesta.
―Lo se, es solo que quiero solucionarlo por mí misma. No es necesario hacer de esto algo más grande de lo que es.
Como la vez anterior, él no parece convencido de mi respuesta. Estoy bastante segura que si fuera su decisión ya estaríamos sentados en la oficina del padre de Mei hablando sobre el dichoso periódico y para el día siguiente toda la universidad se enteraria que he ido a poner quejas a la rectoría. Lindo.
Su mirada pesa sobre mi y espero que no insista más al respecto porque no se si vaya a negarme una tercera vez. Siento que todo esto me está quedando grande, no soy tan fuerte o inteligente para conseguir detener esta situación y solo pensar en lo que dirá un nuevo periódico hace que la sangre abandone mi cuerpo.
Finalmente el entrenador pasa una mano por su nuca y con mucha cautela se sienta al lado mio en las gradas, su vista viaja a la cancha frente a nosotros así que hago lo mismo, y espero a que hable.
―No voy a hacerte hablar con el rector, puedo entender porque no quieres hacerlo. Eres nueva en un pueblo demasiado pequeño, puede ser agobiante.― Cuando giro mi rostro para verlo, encuentro que me está viendo. Una pequeña y tímida sonrisa asoma en sus labios― Solo ten en cuenta que no debes enfrentar esto sola, si lo necesitas, puedes contar conmigo.
Mi ceño se frunce ligeramente al escucharlo y me sorprendo cuando un leve sonrojo aparece en las mejillas del entrenador. Eso hace que se vea mucho más atractivo. Le devuelvo la sonrisa y asiento torpemente en su dirección. La media hora está por acabar, así que me coloco de pie para irme.
―Gracias.― Le digo, y en realidad le agradezco sus palabras.
Empiezo a bajar de las gradas luchando con la brisa y preparándome mentalmente para el resto de la jornada cuando escucho la voz del entrenador a mis espaldas.
―Gabriel― Me giro desde mi lugar y lo veo. Se ve mucho más alto desde donde está en lo alto de las gradas― Se cautelosa respecto a en quien colocas tu confianza, quien sea que esté haciendo esto, debe conocerte.
Aún con las palabras del entrenador rondando mi mente consigo llegar hasta uno de los baños que están en el pasillo más cercano a mi próxima clase y me encierro dentro de uno de los cubículos. Mi cabeza no ha dejado de girar desde que salí de la cafetería y luego la charla en las gradas; están pasando muchas cosas, muy deprisa. Mis manos viajan hasta el inicio de mi cabello y aprietan con fuerza sobre mi cabeza. ¿Cómo llegó esa foto al periódico? ¿Cómo es posible que nos vieran sin que nosotros nos percataramos? El momento del beso se repite una y otra vez en mi mente como un disco rayado y las escenas pasan en cámara lenta por mi cerebro como una tortura. La cámara no dejó de grabar en ningún momento y yo he visto esas grabaciones, no había nadie al menos a siete metros de distancia. Y después de eso, nadie sabía lo que había pasado, nadie excepto…
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Editado: 18.05.2023