Inefable, lo que creíamos perdido

17. Un mal día

Hay quienes piensan que son nuestras acciones las que definen verdaderamente quienes somos. Esa idea ha estado rondando mi cabeza desde que salí del campus  y comencé a manejar sin rumbo por el pueblo, he estado repasando mis acciones en mi mente una y otra vez, pero siempre consigo llegar a la misma conclusión. Apesto como persona. Mis actos aun sin quererlo, suelen desencadenar siempre algo malo, cada maldita cosa que hago trae consigo una piedra oculta.

Estoy empezando a considerar que estoy maldita.

Sin darme cuenta cómo, llego al inicio del bosque donde vine una vez con los chicos, donde Derek desde el asiento del copiloto me guió para llegar. Parece que ha pasado una eternidad desde que eso ocurrió. No sé por qué he venido hasta acá, ni cómo logré recordar la ruta, pero si ya estoy aquí...

El bosque se encuentra tal cual como lo recuerdo, árboles altos y tupidos, sendero despejado, piedras del tamaño de animales y el piar de los pájaros como única compañía. Abro la mochila que aun llevo a cuestas y saco mi cámara para comenzar a fotografiar todo lo que me rodea, cada pequeño detalle que logre captar mi atención y lleve mi mente a otro lugar. A uno donde no existen los periódicos falsos, las notas anónimos ni la culpa. Concentro mi atención en las hojas secas de otoño en el sendero, demasiado grande y demasiado vieja pero perfecta ante los ojos artísticos, los pájaros reposando en lo alto de una rama y como siempre, el cielo fracturado a través de las ramas de los árboles

Sigo mi camino sin detenerme hasta que aparece el lago frente a mí, demasiado vacío y demasiado silencioso a diferencia de la primera vez que lo vi. Con paso tembloroso me voy acercando hasta estar en la orilla y me dejo caer, pongo la cámara a mi lado, suelto los cordones de mis zapatos para sacarlos y sumergir los pies descalzos en el agua y en total silencio, al menos por un segundo, dejarme llevar.

 

Mi espalda reposa sobre la arena y la grama, mis piernas están flexionadas dejando que mis pies toquen ligeramente el agua; no sé cuánto tiempo he estado aquí, pero no quiero irme, el sol calienta mi rostro y mi piel pero no me importa, en este lugar siento que los problemas no pueden encontrarme. Presiono mis ojos cerrados con fuerza y dejo que un suspiro se escape de mis labios, hace tiempo que no me sentía tan tranquila.

 

A lo lejos escucho sonido de una rama rompiéndose, mis sentidos se ponen medianamente en alerta, aun no salgo del encanto del momento. 

 

Estoy en medio del bosque… Santo Dios ¿y si es un oso? Mis ojos se abren como platos y el miedo me inunda, no quiero morir devorada. Creo que en algún libro leí que si nos encontrábamos con un oso debíamos hacernos los muertos y eso es justo lo que yo parezco ahora, no tanto por método de supervivencia, sino porque ningún músculo de mi cuerpo se atreve a mover, pero entonces otro temor me asalta ¿y si no es un oso, sino otro animal? Oh Dios mío que sea un oso, por favor que sea un oso, los pasos se sienten cada vez más cerca y cada centímetro de mi cuerpo entra en tensión, otro paso más y… Un momento, lo que escucho no son pasos de animales son pasos de…

 

―¿Gabriel? ―Retiro lo dicho Dios, si quiero morir devorada, envía el animal que quieras, cualquiera por favor, pero por lo que más quieras llévate a Derek de aquí―. ¿Qué estás haciendo?

 

Sigo manteniendo mis ojos cerrados, no quiero verlo, no quiero que esté aquí y a la vez mi cuerpo ha comenzado a sentirse ansioso por su cercanía. Un cosquilleo se ha instalado desde mis piernas hasta mi cuero cabelludo y me odio por ponerme así y lo odio a él por ser un imbécil.

 

―Estoy tomando el sol, ¿qué no ves? ―Debo darme mérito, ya que mis palabras logran salir sin un solo temblor. Sin embargo, la reacción del castaño no es lo que esperaba.

 

Una ronca, fuerte y burlona risa, brota con fuerza de Derek haciendo que abra mis ojos y lo observe con el ceño fruncido. Pero como ocurre cada vez que lo veo riéndose, me pierdo en él. En la manera en que sus hombros se agitan, en cómo su pecho sube y baja y en especial en el brillo de sus ojos que es difícil encontrar en otros momentos. Cuando consigo salir de mi asombro, me apoyo un poco sobre mis codos y me encargo de darle la peor de mis miradas.

 

―¿De qué te estás riendo? ―Mis dientes están apretados y siento como me duele la cabeza de tan fuerte que estoy frunciendo el ceño.

 

―Pues, es solo que veo algo difícil tomar el sol, si consideramos que llevas un jersey manga larga y pantalones puestos.

 

Mis ojos viajan hasta mi cuerpo y justo como el castaño dijo, estoy totalmente tapada ¿por qué entre todas las cosas tuve que decir esa burrada? Mi cabeza vuelve a inclinarse y me encuentro de frente con los ojos de Derek, no puedo decir que entiendo la manera en que me está viendo, porque no lo hago, pero la intensidad que transmite su mirada me hace tragar duro, antes de volver a hablar.

 

―Oh, yo… no me había percatado. ―Mi voz sale en un hilo tembloroso y siento el rubor quemando mis mejillas. Estúpida, estúpida.

 

Derek, me da una media sonrisa, de esas que logran que mi corazón se salte un latido y niega con la cabeza, haciendo que su cabello le tape un poco los ojos.

 

―Por supuesto que no lo habías notado, bonita.

 

Bonita. Ese, es uno de los muchos apodos que él utiliza para llamarme, el que utilizo para humillarme hace poco y aún así  uno de los que más me gusta y mi corazón se apretuja en protesta, recordando que no debe gustarme. Que el chico calmado con sonrisa fácil que me está observando ahora con detenimiento, es el mismo que me humilló hace dos días y logró que mi ya débil corazón termine de fracturarse. Haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad, tomo mis zapatos y me los coloco sin importar mis pies mojados. Recojo mis cosas y me pongo de pie. Los ojos de Derek no se han despegado de mí, siguiendo cada uno de mis movimientos en el momento que  me coloco de pie y respiro profundo antes de enfrentarlo.




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