Amelia rompió en carcajadas cuando Brett le dijo que «faltaban las herramientas indispensables para colocar ese seguro». Él lo pronunció de un modo divertido, sin ánimos de hacerla sentir mal y ella reconoció que no tenía idea sobre esa clase de tareas. Luego, explicó que tenía planeado buscar en internet cómo debía colocarla o si no tenía opción, contratar a un profesional. ¿Por qué se suponía que debía saber colocar un seguro? Nunca pensó que necesitaría esa clase de conocimiento. Además, se le daba mejor otro tipo de actividades. Prefería tirarse a leer, ver documentales de investigaciones periodísticas, escribir algún artículo, salir a trotar, recorrer librerías antiguas o comprar ropa. Sí, le encantaba cuidar su imágen. Le proporcionaba más seguridad en sí misma. Quizá algunos podían considerarla superficial, pero Amelia estaba convencida de que cada mujer tenía derecho a elegir de qué forma quería vivir. Ella elegía ese estilo, sin dudas.
Finalmente, Brett salió a pedirle al portero una caja de herramientas y regresó al apartamento con el problema resuelto. Se quitó la chaqueta quedando en una camiseta manga corta y se puso manos a la obra. Amelia lo contempló desde el sofá, mientras tecleaba en su celular un mensaje para su mejor amiga, Zoe. «No te imaginas la vista que tengo», envió.
—Ya está listo —mencionó poco después, tomándola desprevenida. Amelia se incorporó, sentándose recta—. Quedó como nueva.
—Tenías razón. Eres bueno en esto —admitió—. ¿Dónde aprendiste?
Brett se encogió de hombros. No había una respuesta concreta.
—Tuve muchos trabajos —comentó relajado—. Uno de ellos fue en una cerrajería.
«Trabajos de medio tiempo, mal pagos y que acababan rápido». No mencionó ese detalle. Tampoco el hecho de que en su adolescencia, aparte de trabajar, se las tuvo que ingeniar para terminar el instituto y además, cuidar de su pequeña hermana.
—¿Muchos trabajos? —indagó, curiosa.
Él asintió.
—Estuve en un taller mecánico, en una cafetería, aprendí a preparar hamburguesas en un sitio de comida rápida, fui repartidor de pizzas e incluso trabajé en un cine.
Amelia alzó las cejas. Ella nunca tuvo la necesidad de adquirir esa clase de trabajos. Simplemente siguió el camino clásico: terminó el instituto, durante su carrera universitaria consiguió hacer pasantías en un medio de comunicación dónde le pagaban y tras recibirse con honores, su currículum le abrió cientos de puertas en relación a lo que había estudiado. Él, en cambio, necesitaba el dinero para sobrevivir, no tenía la posibilidad de seleccionar o hacer un plan a largo plazo. Vivía el día a día.
—Vaya, tienes un montón de talentos. Supongo que en todas partes aprendiste algo nuevo —pronunció con gracia—. ¿Cuántos años tienes, Brett?
—Tengo veintisiete —respondió. De inmediato, la expresión de Amelia se turbó. «Es más joven que yo», pensó. Había partes de la historia que no comprendía. ¿Cómo lo había hecho todo?—. ¿Es malo?
—No. Claro que no. Es solo que no entiendo cómo pudiste tener tantos trabajos. Me refiero a que hiciste todo eso, luego te convertiste en paramédico y además colaboras en un refugio, lo que es... Demasiado para alguien tan jóven.
—Bueno, no mencioné que tuve muchos trabajos cuando era un adolescente —reveló—. Ese es el secreto. Empecé cuando todavía era un niño —explicó rápido. No quería ahondar demasiado en el tema. Además, quedó pasmado ante la imagen que tenía frente a su vista: Amelia, todavía cómoda en el sillón, lucía un hombro descubierto porque el fino tirante del vestido se había deslizado por su piel. Brett tragó saliva, luego se relamió el labio inferior, era sencillo darse cuenta que no llevaba sostén.
En seguida apartó la mirada.
—¿Qué pasó? —preguntó ella, despreocupada.
—Nada. Es que tienes... Tienes el tirante fuera de lugar.
Amelia regresó el tirante a su lugar con naturalidad. Después, sonrió a pesar del tenue color rojizo que adquirieron sus mejillas.
—Siempre me pasa. Lo siento —se incorporó, poniéndose de pie.
Brett percibió que el celular vibraba en el bolsillo de su pantalón y enseguida chequeó las notificaciones. Era su jefe. «¿Estás libre? ¿Puedes venir a cubrir a Leo? Tuvo un inconveniente de última hora y tuvo que ausentarse». En seguida respondió que sí. De hecho, su jefe siempre recurría a él ante esa clase de problemas porque Brett usualmente estaba libre o bien, podía desocuparse rápido e ir al rescate. Aunque era su profesión, él sentía que tenía un compromiso con la sociedad. Más allá de la cantidad de dinero que pudiera ganar, en primera instancia estaba su vocación. Sus trabajos, de algún modo, llenaban ciertos vacíos de su vida diaria en los qué no quería pensar. Si trabajar era la salida para apagar sus pensamientos y dejar de sentirse menos solo, entonces trabajaría duro el resto de su vida.
—¿Todo bien?
—Me tengo que ir. Mi jefe necesita que reemplace a un compañero.
—Está bien. Ya no te robo más tiempo. Por cierto, gracias —largó de pronto—. Por traer la bolsa. Y por lo de la puerta.
—No es nada. Adiós, Amelia —se despidió, dispuesto a salir.
Sin embargo, ella lo sujetó ligeramente del hombro, provocando que diera un paso atrás y volteara a verla. No entendió lo que estaba pasando, hasta que Amelia se puso en puntas de pie y dejó un beso en su mejilla.
—Cuidate, Brett.
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«A veces la vida te lleva por caminos impensados. De pronto, te quedas quieta y te preguntas ¿qué hago aquí? ¿cómo llegué aquí? ¿Qué fue lo que hice mal? Te lamentas. Es como si hubieras fallado en todo. Es como si fuera una tragedia estar en un sitio distinto al que imaginaste. Entonces, un día te das cuenta que la vida cambia, que las cosas no siempre serán como las planeaste y que, aunque no lo creas, serán mucho mejor. Un día te despiertas y empiezas a ver el panorama con ojos amables, confías en que la presión en el pecho y la sensación de peligro algún día se irán. Ese cambio de destino te llevó hacia atrás, pero servirá para tomar impulso y acercarte aún más a tus sueños».