Inesperado y Precioso

Capítulo 15

La tormenta en algún momento se calmaría. Dejaría de llover, la carretera se encontraría despejada y podrían avanzar hasta el destino indicado. Mientras tanto, Amelia aprovechó ese momento para apagar los problemas que la rodeaban. Estaban aislados en el interior de aquel vehículo, dejando fluir lo que había entre ellos, ese magnetismo que los mantenía unidos y no les permitía alejarse por mucho tiempo. Quería permanecer en ese instante. En el mundo que habían construido y les pertenecía sólo a ellos. «Es como si hubiéramos creado nuestro propio espacio seguro» definió en su mente. Después, volvió a mirarlo. Notó su cabello medio despeinado, el salpicón de lunares pequeñitos en algunos sitios del rostro y las mejillas levemente enrojecidas. Había surgido un calor capaz de matar el frío que los rodeaba.

—¿Seguro que estás bien? —preguntó mientras delineaba las facciones de su rostro con delicadeza. Seguía entre sus brazos. La caricia descendió, hasta posicionar la palma de su mano sobre el lado izquierdo del pecho—. Tu corazón late demasiado rápido.

Brett contuvo la risa. Estaba demasiado nervioso. ¿Cómo le explicaba que esa simple caricia estremeció hasta el último rincón de su cuerpo?

—Tú lo pusiste así, Amelia —respondió. Mantenía una mano sobre la curvatura de su cintura. Encajaba a la perfección, como si estuviera hecha para recibir su toque. La otra, la tenía apoyada en el manubrio. Amelia se sentía contenida en ese espacio que Brett ideó y él no pretendía dejarla escapar.

Ella bajó la mirada, sonrió con dulzura y regresó hacia él, todavía preocupada.

—Es por lo que pasó con Alex. Eso te puso mal ¿cierto? ¿Qué te dijo su madre?

—Es complicado —contestó sin ánimos de profundizar—. Su madre tiene muchos problemas.

—Lo supuse. Tenemos que hacer algo para ayudar, Brett. No sé qué. Pero debe haber algún modo para mejorar su calidad de vida —propuso. A Brett le brillaron los ojos. Esa muestra de interés que Amelia manifestaba hacia el mundo exterior hacía que la quisiera aún más.

—Sí. Seguro lo hay. Ya pensaremos algo —acarició los largos mechones de cabello, pensativo.

Era evidente que la situación de Alex lo entristecía de forma inevitable porque le recordaba su duro pasado. Tragó saliva, afectado. No quería hablar sobre eso. Lo tenía encerrado bajo siete llaves: así evitaba que esa oscuridad lo convirtiera en una persona limitada por su pasado. Él podía olvidarlo. Después de todo, era la solución más efectiva que encontró para sanar. Dejarlo en el olvido.

Amelia no volvió a tocar el tema. Tan solo descansó la cabeza en su hombro y así, uno pegado al otro, se mantuvieron hasta que la lluvia empezó a calmarse.

 

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¿Y ahora qué?

No estaba segura de querer llegar a casa. Temía encontrarse en su habitación a solas y enfrentarse a los pensamientos que se vendrían a su cabeza. Podía imaginarlos. Deslizó la mirada hacia Brett que maniobraba para aparcar el vehículo frente al edificio y cayó en la cuenta sobre lo mucho que le costaba dejar de contemplarlo. Aún tenía el cabello ligeramente despeinado a causa de la manera en que lo acarició mientras lo besaba. Había sido magnífico. Quería regresar a sus brazos, ahuecar el rostro entre sus manos y llenarlo nuevamente de besos. Tenía la sensación de que nunca se cansaría de hacerlo.

Él detuvo el vehículo y su estómago se apretó. Eso significaba que tenían que despedirse. La lluvia había cesado, así que descendió, se aproximó a un costado y abrió la puerta de Amelia, permitiéndole bajar.

—Cuidate. ¿De acuerdo? —murmuró. Brett le había dicho que debía marcharse a su trabajo—. No te pongas en peligro.

—Estaré bien —aseguró—. Mejor ve a darte una ducha caliente o te enfermarás.

—Tú también deberías hacerlo.

—¿Intentas proponerme algo? —bromeó. Las mejillas de Amelia enseguida se colorearon de rojo—. Sabes que me quedaría todo el rato contigo, pero Eric se pondrá como loco si llego tarde.

—Ya sé. Eres el favorito de tu jefe. No lo decepciones.

—Te llamo. ¿Está bien?

—Sí. Está bien —se aproximó. Quería besarlo otra vez, pero no estaba segura si correspondía hacerlo, así que le dejó un provocador beso en la mejilla. Cerca de la comisura de los labios—. Adiós.

Amelia giró en dirección a la entrada del edificio. Brett la observó de espaldas, vistiendo la sudadera que le había prestado y su cabeza sólo pudo reproducir la escena en la que ella se quitó la ropa frente a él. Recordó cada detalle, percibió que su piel se estremecía y un impulso inevitable surgió en su interior. Caminó hasta alcanzarla y la detuvo tras sujetarla con suavidad del brazo.

—Ey.

—¿Qué pasó?

—Olvidé algo —pronunció dirigiendo la mirada a su boca.

Entonces, ocurrió de nuevo. La besó. Capturó sus labios con mayor intensidad que la primera vez. Avanzó unos cuantos pasos, hasta que Amelia pegó su espalda contra una pared que les marcó el límite. Ella elevó la barbilla, siguió su ritmo, se dejó hacer. Estaba obnubilada. Tenía la percepción de que Brett besaba como un dios. Quizá se debía a la magia de las primeras veces, pero no podía negar que todo su cuerpo se transformaba en un manojo de cosquillas que aumentaba conforme a la manera en que él la tocaba. Era una locura. No podía dimensionar lo que ocurriría en la intimidad. Si él descendía los besos hacia su cuello o si la tocaba directo sobre su piel.

—Así que se te había olvidado besarme —habló tras tomar una corta distancia de él. Sus manos seguían aferradas a sus hombros como si ese muchacho le perteneciera. Él asintió, luego se relamió el labio inferior—. ¿Algo más que quieras hacer?

—Hay muchas cosas que quiero hacer contigo —reconoció—. Pero tendremos que esperar, lo siento. Debo irme —se distanció, aunque sostuvo una de sus manos y la apretó con cariño.




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