Nos tomó alrededor de una y media de caminata llegar hasta donde se concentraría nuestro campamento y lo primero que hicieron nuestros líderes fue hablar sobre lo sucedido en el túnel. Así, llegamos a una idea en común: debíamos ser más meticulosos y, para eso, tomaríamos guardias rotativas en las cercanías para que cosas así no se repitieran. Luego, nos dejaron en libertad para armar las tiendas.
Mis amigos tenían las mejillas rojas y los labios morados a causa del frío de la noche de otoño, estábamos seguros de que el invierno llegaría antes de tiempo y que, por consecuencia, la primera nevada también. Por suerte, éramos un equipo eficiente y habíamos terminado de armar nuestro refugio en un parpadeo, por lo que pronto pudimos protegernos con mantas en su intimidad y bajo la luz cálida de la lámpara de aceite que yacía en medio.
El malestar que me había provocado la caracola no cesaba, lidiaba con una intensa fiebre, náuseas y un dolor muscular que se me hacía insoportable, pero no demostraba ni un poco de debilidad. Además, las ganas de atar cabos no se marchaban por muy enferma que me encontrara y necesitaba saber algunas cosas más para saciar mi curiosidad, así que clavé mi mirada sobre Jasper y rompí el silencio en el que nos habíamos sumido:
—¿Puedo hacerte una pregunta? —le consulté. Mi amigo se señaló a sí mismo y yo asentí para que confirmar que me refería a él—. ¿Qué era lo que sacaste en el túnel?
Jasper soltó un suspiro pesado mientras negaba. Se llevó una mano a los bolsillos de su pantalón y fue hablando al tiempo que tanteaba por la tela con sus dedos.
—Sabía que alguno de ustedes querría una explicación —dijo más para sí mismo que para nosotros. Sacó el objeto y lo dejó descansando sobre la palma de su mano, a la vista de todos—. Esta es mi Piedra del Destino… Un obsequio del bastardo de mi padre antes de abandonarnos. —El tono amargo de su voz no me sorprendió, pero sí me descolocó la risa que soltó al final—. O, bueno, eso me contó mi madre.
Ahora, de cerca, podía distinguir a la perfección la figura oscura. Era un octágono diminuto con cada ángulo perfectamente definido; un elemento bastante sencillo a simple vista, pero sumamente poderoso si se lo usaba correctamente.
—Pensé que no querías nada que viniese de él —murmuró Nyx, hundiendo las cejas en su semblante.
Mi amigo suspiro mientras asentía, algo derrotado.
—Y es cierto, pero es la excepción. —Jasper cerró un ojo y elevó la roca para ponerla a contraluz; ya desde donde estaba podía ver que se traslucía hacia el otro lado—. La piedra puede crear ilusiones reales frente a mis objetivos, como alguien comprobó en el túnel.
El falso reproche de Jasper consiguió hacerme reír, cosa de la que me arrepentí cuando se me encogió el estómago. Por suerte, nadie reparó en mis muecas y la charla siguió:
—Entonces, ¿el octágono te facilita el trabajo? —le consultó Mylo para estar seguro.
—Tener el poder de la Ilusión no es sencillo. Se esfuerza mucho la vista en cada una de las representaciones, aparte de que estamos metiéndonos en una mente ajena, ya sabes a lo que me refiero —explicó Jasper, volviendo a guardar la piedra—. Afinar un don así requiere de mucha práctica y la idea de someter a alguien a un sufrimiento innecesario no me gusta.
Y aunque creía que era considerado al pensar así, también estaba generándome más incógnitas.
—Pero, ¿qué pasaría si…? —Mi pregunta quedó flotando en el aire mientras lo veía negar.
—Hay dos posibilidades: que sea un entrenamiento exitoso y el poder sea manejable… —Comenzó enumerando con sus dedos—. O que se salga del control y deba recurrir a medidas extremas.
La expresión de Jasper cambió al mencionar el lado oscuro de su don, casi pareciendo perturbado e incómodo, y fue algo que todos percibimos, no solo por su rostro sino también por el ambiente final. Lo mejor era apiadarnos de él y dar por terminada la charla, pero lo cierto era que estaba dispuesta a esperar a que estuviera listo para acabar con la explicación. Igualmente, imaginaba que con “Medidas extremas”, se refería a perder la visión o algo así de grave.
Las habilidades eran un tópico complejo y extenso, que muchos infames preferían evadir por las decisiones que se tomaban en torno a cada una de ellas. Todos los que estábamos afectados por la magia corríamos el riesgo de descarriarnos por el simple hecho de no conocer nuestro propio límite, y cuando lo hacemos es demasiado tarde. En el caso de los hechiceros, si se descontrolaban, lo mejor era recluirlo y bloquear su energía con algún objeto sacado del Lago Fudge, un artilugio igual de poderoso que el don.
Aparte, estaba el inconveniente de que las destrezas que poseíamos actuaban diferente en cada uno de nosotros, era extraño que los patrones se repitieran. Un ejemplo claro de ello era la telepatía de Mylo, que hacía que sus ojos y venas de su cuerpo brillaran con el mismo tono de verde que sus iris. O también está el caso de Ian que, a pesar de no estar segura de cuál era su don, lo llevaba adelante al intercambiarlo con dolor físico, como la dislocación de sus dedos.
Vivíamos en un mundo lleno de infinitas posibilidades que nos volvían únicos e irrepetibles en la tierra…
El silencio que se había formado bajo el techo de la tienda fue roto por el castañeo de los dientes de Nyx y sus susurros llenos de enojo, que traían consigo algún que otro insulto hacia el temporal.
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Editado: 24.11.2022