Infiel por accidente

Capítulo#22 Infiel

 


—Ven cariño, te llevo a tu habitación.

«A mí habitación. ¡Nooooo!» No quería ir a ese horrible lugar, que fue mi prisión por tanto tiempo. «¡¡¡Estaba de vuelta en el infierno!!!»

Me quedé aturdida y paralizada.

—Te puedo llevar en mis brazos —se ofreció el muy HP.

—No eso no, no lo podía permitir —me apresuré a negar.

Caminé con piernas temblorosas y pasos cortos e inseguros.

—Ven cariño, sígueme, conoces muy bien el camino.

Desafortunadamente tenía razón. Me tambalee y por poco me caigo, pero logré sostenerme de la pared.

Marcus se detuvo.

—Qué mal esposo soy, déjame que te ayude —retrocedió y me sostuvo por la cintura, no quería sin embargo no pude evitarlo, no tenía fuerzas para hacerlo. Su contacto físico me resultaba repugnante. Se me puso la piel de gallina y recordé les veces que me hizo suya a la fuerza.

Caminé porque no tenía más opciones. Cuando llegamos frente a la puerta me detuve. Mi cuerpo temblaba por completo y mis ojos parecían a punto de escaparse de sus órbitas. Pánico total era lo que estaba sintiendo.

—Qué sucede cariño, entra, no tengas miedo.

«¡Era una maldita broma!», cómo no temerle al lugar que más odiaba y del que tanto me costó salir. Me hizo caminar por la fuerza y entrar al mismísimo Infierno.

—Todo está tal cual lo dejaste, cariño. No quise cambiar nada porque sabía que regresarías.

¡Miserable! Sus palabras ”dulces” me revolvieron hasta el estómago, sentía náuseas. Era más natural en su boca, cuando me maldecía y me llamaba zorra.

—Déjame sóla por favor, necesito descansar.

Me sentía mareada y exhausta.

—De acuerdo, cariño. Te cuidaré muy bien —dijo y salió de la habitación como pedí, sentí alivio, al menos no me estaba maltratado.

Poco tiempo después sentí un sonido muy conocido y que había olvidado.

¡Le puso seguro a la puerta!

Sentí que me ahogaba, mi respiración se volvía cada vez más agitada. Me llevé ambas manos al pecho sobresaltada. Siempre lo hizo, en el tiempo que estuvimos juntos nunca tuve libertad, debía estar acostumbrada; ¿pero quién se acostumbra a estar encerrado?

—¿Ethan, dónde estás? —murmuré desesperada.

No tenía mi cartera, no tenía ninguna de mis pertenencias útiles, solamente mi ropa, por suerte.

¿Cómo comunicarme con Ethan si no tengo mi celular?, pensé abatida.

Eres tan bajo Marcus Miller, ¡maldito miserable!, me despojaste de todo lo mío. Esa celular, esa cartera y todo lo que tenía dentro era mío, me lo regaló Ethan.

Lloré sin parar, desconsolada, no podía hacer otra cosa, sabía que sería imposible escapar una segunda vez.

Dios mío, ¿qué hice tan mal en la vida para merecer este castigo?

Por más que reces, pidas o supliques al cielo, nunca obtendras una respuesta verbal del todopoderoso. Estaba sola y abandonada a mi suerte.

Abrí los ojos exaltada, había tenido una horrible pesadilla, o más bien un recuerdo de mi pasado en esta mansión del terror. Oía voces y gritos. Se estaban peleando allá abajo. ¿Pero quienes? Agudicé mis sentimientos para tratar de averiguar qué estaba pasando.

¡Ethan!, ¡esa era su voz!

¡Ethan estaba aquí?

Me levanté y fuí hasta la puerta. Pegué el oído a la superficie de madera y presté mucha atención pera comprobar si no estaba equivocada. Quizás mi deseo por escapar de este lugar me estaba jugando una mala pasada.

¡No lo estaba, era él! Sin dudas era su voz varonil; aunque se oía muy exaltado y demandante, pero era la suya.

Me llené de jubilo y esperanza, Dios no me había abandonado y escuchó mis plegarias.

—¡Ethan! —grité a todo pulmón —estoy aquí. Sálvame.

—Aléjate de la puerta, voy a entrar —habló poco tiempo después.

Lo hice como indicó y poco después escuché un fuerte ruido, Ethan rompió la seguridad con un objeto pesado a mi parecer, abrió la puerta y entró. Corrió hasta mí y me abrazó con fuerza.

—¿Estás bien? —se apartó y me escrutó. Su ceño estaba muy funcido y la preocupación en su rostro era más que evidente, parecía que había envejecido algunos años en pocas horas.

—Estoy bien —respondí con una sonrisa nerviosa.

—Tú cara está lastimada, maldito Marcus no te lo perdonaré —masculló.

—No te preocupes, estoy bien de verdad —insistí, no me gustaba verlo así por mi culpa.

—¡Deja a mi mujer! —vociferó Marcus desde atrás. Temblé de miedo, temí que pudiera hacerle algo malo a Ethan. Me moví hacía un lado para poder ver al padre de mi hijo y me sorprendió al ver el estado de su cara. Alguien lo había golpeado bastante, le salía sangre de un lado del ojo izquierdo, la nariz y la boca.

—¿Tú mujer o tú prisionera? —inquirió Ethan alterado.

—A ti no te incumbe como es nuestra relación marital.

—Claro que sí me importa, porque fui yo quién estuvo con ella en los momentos más críticos de su vida —caminó hacia Marcus y se detuvo muy cerca. Ambos quedaron frente a frente, parecía que sostenían una batalla con las miradas. Me acababa de dar cuenta, de que Ethan era más alto y fuerte que su hermano mayor.

—Tú la raptaste —le recriminó Marcus.

—¡Qué yo hice qué!, la noche que ella tuvo el accidente tú estabas en un club privado con dos mujeres a tu servicio, ¿qué te puede importar tú mujer?

—Lo que pase en la calle no es nada, son aventuras insignificantes para matar el tiempo, mi única mujer y la madre de mi hijo es Nayely.

Qué cínico era ese hombre, cómo no pude darme cuenta antes. Él sí podía tener aventuras por ahí y tenía el descaro de acusarme de ser infiel.

—¿La hubieras cuidado cuando estuvo en coma y no se sabía si despertaría o no?,  ¿o cuando no podía caminar y no recordaba absolutamente nada de su vida pasada? ¿Dime si lo hubieras hecho? —instó con voz de trueno.

—Claro que sí, es mi esposa, pero tú la escondite de mí.

«Sí claro que me hubiera cuidado», pensé con ironía, «eso no se lo cree ni el mismo.»




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