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La confianza

Alguien… 
Estoy teniendo un juego que aunque no lo recuerde estoy seguro no había tenido nunca antes, gano y gano sin parar, y sin embargo cada vez me siento peor y no sé porque es, no tengo sueño, no tengo hambre, ni me duele nada físicamente, es solo como si una parte de mi se estuviera debilitando poco a poco, y en vez de sentirme feliz, simplemente me siento triste sin saber porque… me recuerda mucho como me sentía antes de despertar. 
Ella… ¿Dónde está la chica? ¿Hace cuanto tiempo que no está y porque no me di cuenta? Algo me dice… no, algo me grita que tengo que encontrarla, y no por su bien, sino por el mío. 
-Tengo que irme –digo poniéndome en pie, mientras recojo el dinero que gane, pero en ese momento uno de los tipos con los que jugaba me sujeta la mano, y entonces me doy cuenta de que falta también el que me había prestado el dinero. 
-Un momento, tú no te iras de aquí con todo ese dinero –dice el tipo que me sujeta con gran rencor en sus ojos-. Si no te hubieran prestado dinero y te hubiéramos dejado jugar, no hubieras ganado nada, así que si no recuperamos lo que es nuestro por las buenas, tendrá que ser por las malas. 
No me cabe ninguna duda de que eso es una amenaza, y para nada me gustan las amenazas, así que casi como un reflejo, tomo la mano del sujeto con mi mano derecha, torciéndola en su totalidad mientras con mi mano izquierda aplico presión a su codo causando que se estrelle contra la mesa, donde permanece de manera sumisa. 
-Pues adelante, simplemente hagan lo que tengan que hacer, que yo hare lo mío también –veo que los dos restantes quedan sorprendidos e inmóviles, al igual que los demás en la taberna. 
-¡Basta, basta! –Suplica el hombre a quien estoy a punto de fracturar el brazo-. ¡Por favor detente! 
Ya es muy tarde para él, no me detengo y escucho como cruje su brazo mientras suelta un grito de dolor, a mi parecer bastante exagerado. 
-Si vas amenazar tienes que tener la capacidad para cumplir dicha amenaza –bramo mientras lo suelto y miro a los otros 2-. O descubrieras que hay gente como yo que no las tolera. Así que díganme ¿alguien más me tiene algo que decir? 
Veo como todos los presentes en la taberna me miran entre impactados y con miedo, y yo solo puedo sentir pena ajena por los 3 en mi mesa que antes aparentaban ser los más malos del mundo, y que ahora parecen haberse hecho en sus pantalones. 
-Ya veo que no. Entonces me marcho. 
Salgo de ahí mientras la taberna continua en silencio, es ya completamente de noche, y entonces la desesperación por encontrar a la chica de ojos azules aumenta abrumadoramente. Necesito encontrarla ya mismo ¿Cómo pude haber sido tan idiota en perderla de vista? ¿Cómo pude haber traicionado su confianza cuando yo sabía la preocupación que sentía por estar fuera de su casa? Me siento mal… me siento sumamente mal conmigo mismo, necesito encontrarla ya mismo por mi propio bien. ¿Cómo este pueblito ahora se me puede hacer tan inmensamente grande? 

Samanta… 
-De acuerdo, te sigo –digo mientras suspiro. Espero no arrepentirme. 
-Muy bien, linda. Por aquí –dice el sujeto riendo de manera extrovertida mientras pasa su brazo derecho por mi cuello, deteniéndose en mi hombro derecho. 
-Yo tengo ojos, así que no tengo necesidad de que me guíes de esta forma, gracias –le digo mientras tomo su mano y la alejo de mi. 
-De acuerdo, fiera. No lo hare más –dice mientras continua sonriendo de manera estúpida. 
Seguimos caminando todo derecho un par de cuadras más, giramos a la izquierda y una cuadra más llegamos, es una pequeña construcción a la que se accede bajando algunos escalones, al quedar por lo menos un metro debajo del nivel de la calle. 
-Anda, pasa –me dice amablemente, mientras me abre la puerta… al menos es más educado que el extraño anterior. 
-Buenas tardes, señor –dice una mujer mayor, de aspecto robusta y descuidada, que a pesar de eso me trasmite buenas vibras-, y señorita ¿Quién es su acompañante? –Pregunta mientras me ofrece una sincera sonrisa-, por lo poco que veo de aquí me pregunto si es alguna de sus sobrinas, señor. 
-No, Antonia. Es solo una bella dama a la que he invitado a cenar. 
-Ya veo, entonces de inmediato les traeré de comer. ¿Qué es lo que quieren? –me pregunta sonriente y de manera muy atenta, mientras se acerca a mí, pudiendo apreciar de esta manera como sus ojos están emblanquecidos, seguro producto del avance de cataratas. 
Después de esa gran pregunta sin duda me cae aun mucho mejor. Estoy a punto de responder que de todo, cuando él se me adelanta, dejándome con las palabras en la punta de la lengua. 
-No, muchas gracias, Antonia, ya has terminado tus labores por el día de hoy, y no debes de esperar a que oscurezca más. Anda a tu casa que yo me encargo de esto –dice el extraño seriamente mientras toma las cosas de Antonia de una mesa (su bolsa y un bastón), y se los entrega en las manos, mientras la guía hacia la puerta, lo que me hace no estar segura si es un acto de amabilidad, o de deseos por deshacerse de ella. 
-No es ningún problema, puedo encargarme. Yo los atenderé a la perfección mientras este la señorita –dice mientras se resiste a salir por la puerta, casi de manera graciosa. 
-Definitivamente no, Antonia. Hoy ya se te hizo tarde, y recuerda como te fue cuando te fuiste una vez que ya había oscurecido totalmente. Así que no te puedes quedar ni un momento más. 
-¿Pero? No es problema. 
-Pero nada, adiós, Antonia, hasta mañana –dice el extraño por fin logrando cerrar la puerta con la anciana afuera-. Lamento eso –me dice mientras sonríe de oreja a oreja, sin quitarme la mirada, lo que sin duda me incomoda. 
-¿Y la comida? –exclamo lo primero que se me viene a la mente para librarme de esa mirada desagradable. 
-Claro –reacciona como si de la nada lo hubiera sacado de sus pensamientos más profundos-, ahora mismo te la traigo. 
Al cabo de 15 minutos de estar en la cocina, regresa con una bandeja repleta de comida que a simple vista se ve increíblemente buena, y que mi sentido del olfato, reafirma esa impresión. 
-Muchas gracias –digo sin perder la vista de los alimentos, sin saber con cuál de todos empezar, pero que apenas estiro mi brazo mi mano toma lo primero que ve y lo lleva directamente a mi boca de manera desesperada. 
Sin dudas moría literalmente de hambre, como sin parar y es lo único en lo que puedo pensar, y no es hasta que no me cabe ni un gramo más de comida, que mi raciocinio vuelve a mí, notando que él no había comido nada. 
-¿Qué te sucede? ¿Por qué no has comido nada? –pregunto. 
-Se podría decir que prefería admirar tu belleza, a comer. 
Sin duda el no sufría ni el 10% del hambre que yo si sufría. 
-Dudo mucho que me haya visto bien, devorando la comida de la manera en que lo hice. Pero bueno, te agradezco mucho lo que hiciste por mí. Ahora es momento de que me marche –digo apenas lográndome parar de la mesa… estoy repleta de comida. 
-¿Qué? ¿A dónde piensas ir, si esto apenas empieza? 
-Me invitaste a cenar, y eso he hecho, así que no hay razón para que me quede más tiempo aquí. Yo no tengo la culpa de que tú no hayas comido nada. 
-Pues es que yo nunca me referí a que cenaría contigo ¿o sí? más bien me refería a que cenaría de ti. Pues pienso comerte toda –dice parándose frente a mí, y el miedo me invade más que nunca, haciendo que me pregunte una única cosa: ¿Dónde está el otro extraño?  
 




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